En clave de comedia negra, y con notables momentos escénicos, además de un despligue actoral de primer nivel, este montaje dramático se concibe como una sátira política dedicada a la ex escritora chilena y agente de la Dina -fallecida en agosto de 2016, a los 84 años- y todo lo que ella (y su esposo, el terrorista estadounidense Michael Townley) representan.
Por Jessenia Chamorro Salas
Publicado el 10.12.2019
Un «anti homenaje» a Mariana Callejas, eso es lo que es esta pieza dramática. Aunque también es un antihomenaje a la clase burguesa y acaudalada de derecha –bastante criticada este último tiempo– y sobre todo, un antihomenaje a la Dictadura (1973 – 1990), a su grotesca puesta en escena y a los sórdidos móviles que la caracterizaron. Una pieza sobre la vida doble (guiño a la novela de Arturo Fontaine Talavera), de una mujer que pretendía cultivar el arte e intelecto, pero que bajo la alfombra ocultaba la sangre derramada. Pero también, una pieza sobre la vida doble de un Chile dictatorial de luces y sombras, de lentejuelas y shows fantásticos en la TV (Martes 13, Festival de Viña, Sabor Latino), a la vez que de torturas, muertos y detenidos desaparecidos. Un Chile que comenzaba a exportarse como un cachorro jaguar, mientras en los sótanos escondidos de casas que simulaban normalidad, sucedían hechos oscuros, de una violencia sistemática y enceguecida.
Retorna esta temporada en el Teatro La Memoria de Avenida Bellavista, junto al Colectivo “La Pieza Oscura” [1], la comedia negra que la escritora, actriz y dramaturga Nona Fernández creó en 2012, inspirándose en los talleres literarios que Mariana Callejas, escritora y agente de la DINA, realizó en su casa en Lo Curro durante la década de los 70, sitio en donde, además, operaba el laboratorio de Eugenio Berríos, y que era cuartel de la DINA. Marcelo Leonart (Noche mapuche, 2017) es quien dirige esta realización escénica, la cual se presentará hasta el 22 de diciembre del año en curso, renovando la vigencia de una pieza que en plena crisis social desencadenada este 2019, puede aportar hacia una revisión del pasado, que permita comprender los hechos que están ocurriendo en el presente, y posibilitar así la construcción de un mejor futuro.
El contexto de El Taller se enmarca en el Santiago de Chile de 1976, en una enorme y lujosa casa ubicada en lo alto de Lo Curro, cuyos propietarios eran Mariana Callejas y Michael Townley, nada más y nada menos que agentes de la DINA implicados en el asesinato de dos de los ex ministros del Presidente Salvador Allende, Orlando Letelier -y su asistente Ronnie Moffit- en Washington (1976) y Carlos Prats – y su esposa Sofía Cuthbert- en Buenos Aires (1974). Asesinatos emblemáticos que causaron conmoción sociopolítica, dada la importancia de tales figuras durante el Gobierno de Allende, y que subrayaron la impronta maquiavélica y violenta que tendría la Dictadura.
Además de ser centro de torturas, espionaje y planificación de la DINA, en el tercer piso de la mansión servía de epicentro para las “tertulias literarias” que brindaba Callejas a su círculo de amigos y de confianza, en donde además de hablar de literatura, se realizaban pomposas fiestas al más puro estilo estadounidense y de fondo, la banda sonora de la época (Abba, Janis Joplin, Barry White). En ese tercero piso, Callejas era la anfitriona de talleres literarios a donde asistieron importantes escritores de la llamada “Nueva Narrativa Chilena” (de la década de los 90), como Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra, entre otros. Mientras tanto, el primer piso era ocupado por su pareja, el gringo Michael Townley como espacio de torturas, asesinatos (allí fue asesinado el diplomático español Carmelo Soria), y experimentación bélica (ya que fue el lugar en donde Eugenio Berríos experimentó con gas sarín).
Una casa múltiple, secreta, con secretos aterradores detrás de una fachada normal, con espacios tan disímiles como el taller literario y el laboratorio de Berríos. Una casa del terror, proyección de la realidad que se vivía en el Chile de la década de los 70. Una casa en donde se derramaba vino, tinta y sangre, en cada uno de sus enigmáticos rincones. Una casa que servía a los propósitos de un régimen que cernió sobre el país su oscuro manto. Una casa en donde la doble vida de sus protagonistas (Marita y Tomy) era reflejo de la doble faz que la Dictadura quería proyectar, el Chile del proyecto neoliberal que comenzaba a gestarse en el laboratorio económico de las altas esferas que congregaron a los “Chicago Boys”, José Piñera, Jaime Guzmán, y sus secuaces; y el Chile de la violación a los DD.HH, los DD.DD y macabros secretos jamás revelados.
La intriga de la pieza tiene como eje articulador a la Marita, escritora que acaba de ganar el Concurso de Cuentos del Diario El Mercurio, quien recibe afectuosamente a una serie de personajes que desean convertirse en escritores y llegar a tener el éxito y status que Marita ha alcanzado. El taller y las fiestas que luego ocurrían toman otros tintes cuando de pronto llega un nuevo integrante al taller, se trata de Mauricio, un misterioso hombre que desea escribir sobre el reciente atentado sucedido al general Carlos Prats en Buenos Aires, lo cual genera en Marita una serie de resquemores y sospechas que la harán tejer una serie de artimañas con el fin de resguardar sus oscuros secretos y su “esquizofrénica doble vida”. Además, un hecho no menor se entrecruza: la extraña desaparición de una ex-participante del taller: Julia Ilabaca.
Uno de los aspectos notables de El taller, radica en las metáforas que se plantean, no solo la Casona de Lo Curro es metáfora del Chile macabro que construyó la Dictadura, sino que el Taller de Mariana Callejas, lo es de la sociedad chilena en general, y de los artistas e intelectuales en particular. Una sociedad enceguecida por aparatos institucionales que pretendían impedirles ver lo que ocurría a su alrededor (lo cual tiene correlato con el contexto actual y las más de 240 personas con daño ocular y pérdida de la visión); a la vez que auto-enceguecida, ya que muchas veces teniendo la verdad frente a sus ojos no eran capaces de verla o de hacer algo al respecto frente a una realidad que era evidente. Esto ocurre con los talleristas de Callejas, quienes leen y comentan sus textos centrados principalmente en famosos personajes de la historia universal, por ejemplo, Rasputín. Y pese a su rol de escritores y el cuasi deber de representar la realidad, eran “ciegos a su época” y preferían narrar sobre historias tan lejanas como la Rusia zarista, sin mirar hacia su propio contexto y el lugar en donde se encontraban situados. Al respecto, es el propio Leonart quien sentencia:
“En tiempos donde las élites parecen sorprendidas por un estallido social -tal como la familia Romanov antes de la Revolución Rusa- creemos que es momento de montar de nuevo El taller. Una historia donde un grupo de escritores ciegos juegan a la literatura mientras un país se desangra ante sus propios ojos. Como en la Revolución Rusa y nuestra propia revuelta de octubre, nadie lo vio venir. Pero las señales estaban ahí. No hacía falta ser Rasputín, el monje loco, para adivinar los acontecimientos”.
Sin embargo, aunque los incipientes escritores de Callejas fueron ciegos a su época, muchos otros no lo fueron, y lucharon empuñando la pluma contra la Dictadura, a través de escrituras subrepticias, contestatarias y de denuncia. Hoy también, pese a que el Gobierno nos quiere “enceguecidos” –literal y metafóricamente– somos capaces de mirar nuestra realidad, problematizarla y develarla. El taller es un ejemplo de aquello, un intento por hacer memoria, por recordar lo vivido y evitar que se repita la historia.
En clave de comedia negra, y con notables momentos escénicos, además de un despligue actoral de primer nivel, El taller se concibe como un antihomenaje a Mariana Callejas -fallecida en agosto de 2016, a los 84 años- y todo lo que ella (y su esposo) representan. Escénicamente, el concepto de sombra se cuela en toda la pieza, oscuridad en el contexto, diseño y carácter de los personajes, junto a un gestus actoral exacerbado e hiperbólico que manifiesta un desdoblamiento entre el cuerpo de los personajes y sus discursos, lo cual, junto al uso de linternas por parte de aquellos, otorgan a la pieza un cariz macabro y grotesco.
La verdad se cuela en las escenas de la mano de Mauricio-Caterina, los ratones y Rasputín, en la sombra van destellando luces. El juego macabro está pronto a ser develado. Caerá el montaje tejido por Callejas y Townley. Un capítulo negro para la historia reciente de Chile, pero también, para la historia literaria y la cultura, que en este caso estuvieron al servicio de fines macabros, enceguecidas por el vino, la música onda disco, el encanto de Marita y la fastuosidad de la Casona de Lo Curro.
Citas:
[1] La Pieza Oscura es un colectivo liderado por Nona Fernández y Marcelo Leonart, teatristas con más de veinte años de trayectoria, y con un claro interés en desarrollar una dramaturgia nacional y propia, además de desempeñarse en otros ámbitos del quehacer artístico y narrativo (cuento, novela, guión televisivo y cinematográfico). Entre sus montajes más destacados por el público y la crítica se encuentran Grita (2004), El taller (2012), Premio Altazor a la Mejor Dramaturgia, Premio Juan Nuez Martín Mejor Dramaturgia, Liceo de niñas (2015) y Noche mapuche (2017).
Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.
Ficha técnica:
Dramaturgia: Nona Fernández.
Dirección: Marcelo Leonart.
Elenco: Nona Fernández, Carmina Riego, Francisca Márquez, Nancy Gómez, Juan Pablo Fuentes, Francisco Medina.
Diseño Integral: Catalina Devia.
Música: José Miguel Miranda.
Jefe técnico: Nicolás Jofré.
Realización escenográfica: Rodrigo Iturra.
Producción y prensa: Francisca Babul.
Funciones: Desde el 6 al 22 de diciembre de 2019, los días viernes a las 16.00 horas, y sábado y domingo a las 17:00 horas.
Sala: Teatro La Memoria (Avenida Bellavista Nº 0503, Providencia, Metro Salvador).
Crédito de las imágenes utilizadas: Maglio Pérez.