La segunda novela —publicada originalmente en 2018— de la escritora salvadoreña Claudia Hernández es un recorrido por el tortuoso camino de la diferencia sexual, cuyo posicionamiento en la sociedad es una constante batalla, la que comienza en el seno íntimo de los lazos sanguíneos y la cual no termina de ajustarse jamás para quien padece ese tipo de agresiones.
Por Martín Parra Olave
Publicado el 15.9.2020
La escritora salvadoreña, Claudia Hernández (1975) tiene a su haber seis libros de cuentos y tres novelas. Su obra narrativa ha sido incluida en diversas antologías publicadas en países como Italia, España y Alemania. Su primera novela Roza tumba quema (2017), es un trabajo ambientado en época posterior a la guerra en El Salvador, que nos cuenta todas las dificultades de una ex combatiente, que ahora es madre y desea sacar adelante a sus cuatro hijas.
Este primer trabajo explora los espacios femeninos y todas las dificultades que se presentan para sobrevivir. Es una historia sobre la violencia, la misma que se profundiza en su último libro El verbo j (La Pollera Ediciones, 2019), el que sin embargo, pone el foco en las dolorosas situaciones por las cuales deben pasar, aquellos que ostentan una sexualidad diferente a los parámetros convencionales y establecidos por la heteronorma patriarcal.
La diferencia sexual es considerada una distorsión y una ofensa, por lo tanto su ejercicio público es castigado de forma violenta. Las agresiones y rechazos comienzan en el hogar, donde el primero en ejecutar el mandato heteronormativo es el padre: “mi padre sacó la pistola que usaba en su trabajo, me llamó Hijo de la gran puta, me la puso en la cara y dijo Te voy a matar” (p.5).
En esta frase se condensa la violencia que permanentemente se ejerce sobre el otro que es diferente, quien habla es el padre, pero su voz es el habla de una sociedad castigadora y violenta. La heterosexualidad del padre es una postura política y social dominante, que siente el deber y obligación de atacar la disidencia, aunque esta se manifieste en el cuerpo de uno de sus hijos.
No es solamente a través del discurso que se expresa la oposición, sino que además, hay actos de la máxima violencia que se encargan de castigar al otro. La última novela de Claudia Hernández, nos da cuenta del doloroso camino que deben recorrer aquellos que son distintos y cuya sexualidad cuesta demasiado entender a una sociedad que vive con un yugo castigador, despreciando y desplazando la diferencia.
El primer rechazo se produce en la familia, que supone el espacio seguro, pero que en la práctica se presenta como un campo de tortura, donde la violencia aniquiladora del poder heterosexual se ejecuta como un permanente castigo. Al padre: “le molestaba, como a los hombres de las fabricas de petardos, que mis movimientos fueran más femeninos que los de mis hermanas”.
Y la madre, quien al principio lo salva de las manos de su padre, también termina por violentarlo: “cuando regresé al final de la tarde a la casa, mi madre perdió el control cuando me vio, me pegó fuerte fuerte y lo quemó frente a mí. Me dijo: ‘El rosa no es para hombres’”.
Sin embargo, la agresión y violencia que se ejerce sobre este muchacho está presente también en la escuela, espacio donde debe soportar el enojo y maltrato de sus compañeros, quienes se encargan de golpearlo hasta dejarlo tirado en el suelo. Formas culturales y sociales encargadas de sancionar o permitir la exhibición de ciertas sexualidades, las que en este caso censuran por ser distintas.
En este sentido, el lugar de la diferencia queda absolutamente debilitado, teniendo como única alternativa la salida del hogar. Sin embargo, este autoexilio no es suficiente, pues cuando deja su país comienza un doloroso deambular. Un latinoamericano en el extranjero es sinónimo de esfuerzo y una vida muy dura pues existe un lamentable rechazo hacia ellos.
La búsqueda del espacio, del territorio donde pueda ser feliz es un camino sin fin. Durante el día debe disimular, no puede ser absolutamente natural con sus gestualidades y expresiones, por el contrario, y solamente bajo el manto de la noche, puede ser tal cual es. Es a raíz de esta configuración sistémica y cultural, que las comunidades donde llega sufre el rechazo y la violencia más profunda.
Sin embargo, el trabajo de Hernández no termina en este único tema, sino que de pasada se encarga de mostrar la penosa realidad de los jóvenes que son raptados y encarcelados en casas de pedófilos, que los convierten en sus esclavos sexuales.
La lectura de la novela El verbo j es un recorrido por el tortuoso camino de la diferencia sexual, cuyo posicionamiento en la sociedad es una constante batalla, que comienza en el seno familiar y no termina de ajustarse jamás.
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Martín Parra Olave es licenciado en gobierno y gestión pública de la Universidad de Chile y magíster en letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Imagen destacada: Claudia Hernández.