Una entrevista a la famosa escritora boliviana Giovanna Rivero (en la imagen destacada) es uno de los buenos artículos que contiene la publicación de índole semestral, que se acaba de lanzar, valiéndose en su territorialidad literaria del imparable formato digital.
Por Francisco Marín—Naritelli
Publicado el 5.10.2020
Roberto Bolaño era un rupturista con la tradición, con una aversión parida hacia manifiestos literarios, intelectualoides y academicistas.
Este no será el caso.
Ahora bien, me resulta agradable presentar este nuevo número de Proyectil no tanto por su contenido en sí sino por una facticidad del todo elogiosa: no por nada es una publicación gratuita, que desbarata las contabilidades del señor Caudales, figura irónica creada por el mismísimo Karl Marx para ejemplificar la naturaleza vampiresca del capitalista poseedor del dinero y, por ende, poseedor del poder. Señores que también abundan en la mercadotecnia del libro y sus contornos desérticos, con pocos lectores pero con laureados autores.
En fin. Bienvenidas propuestas como Proyectil. Porque a fin de cuentas, ¿qué es gratis en esta vida?: Muy poco, casi nada.
“Prohibido la entrada, excepto por negocios”, no es la lógica de acceso que nos adviene. Al contrario. Aquí hay ruido de mentes, inquietas imprecaciones. Destaco escrituras como las de Andrés Torres Meza y su sátira acerca de patanes mediocres y editoriales Cuchufletas o el proyecto-Escobar, hiperbólico, futbolero y melancólico, Valeria Duarte con su Teorema de la olla y esa metáfora de la explosión, los Juegos Nocturnos de Nina Bendalliene y su urgente declaración libertaria; y la exquisitez escritural de Recorrido Interno de Constanza Bustos.
También destaco la poesía de Paola Pérez Zamora y la entrevista a Giovanna Rivero. Rescato sus palabras: “Escribo mucho antes de abrir un nuevo documento de Word en blanco. Escribo en sueños, escribo mientras lavo platos, mientras manejo, mientras leo cosas que se vinculan con el mundo que estoy a punto de levantar”.
Escribir. Escribir. Intentarlo a riesgo de naufragar, y qué importa. Escribir: ese es el punto. Al menos el punto que defiendo. Escribir para expresar pulsiones, extrañezas, miedos, contradicciones, juegos, ofuscaciones, desordenando los símbolos, apropiárselos. Porque escribir nos vuelve más humanos, más imprecisos y vulnerables. A tajo abierto. Como “un corazón en bandolera”, como dice el gran Salvatore Adamo.
Así, siguiendo a George Steiner y a modo de cierre, el arte de escribir y la cultura de libros no deben ser entendidos jamás como un bufido sacralizador (una masturbación por atesorar libros, insistiendo en una fálica presunción de superioridad impostada como esos falsos esquineros en conexiones Zoom, una imagen, desde luego, perturbadora), sino como un acto vital, una tentativa de emancipación. Sí. Hay que interrogarse, con ironía y algo de tozudez, una y otra vez. Y otra vez. Y escribir.
Como diría Ejaim Provinciano en Hojas: “Existen personas testarudas como el autor de este poema / y como tú que sigues leyendo”.
Maravilloso, ¿no creen? Voilà.
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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).
Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.
Crédito de la imagen destacada: Irene Antúnez Rivero.