Este largometraje no reflexiona acerca de Oriente, sino sobre Occidente. No es cine de sutilezas, sino de verdades ya antedichas. Todo narrado con fuerza dramática, unilateralidad emocional y con el apoyo de una fotografía que enfoca y desenfoca, nerviosa o tranquila, primer plano o general, todo al servicio de una Diane Kruger que se mereció ese premio de actuación, aquel obtenido en el Cannes del año pasado, por su papel de mujer hermosa, herida y vengativa.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 19.8.2018
Esta película alemana-francesa dirigida por el turco-alemán Fatih Akin constituye una reflexión acerca del nazismo en su país, pero se convierte en una película acerca de la venganza como motivo político. A pesar que transcurre en Alemania, país desarrollado y democrático, el cuadro que el director presenta dista mucho de los valores que nos parece representan a ese país hoy. La causa no es otra que el racismo y el movimiento neo nazi, que está detrás de cierto ambiente que parece culpar de antemano a los inmigrantes, en este caso turcos, de cualquier hecho nefasto.
De este modo el largometraje se divide en tres partes. La primera aparentemente feliz, se inicia con la secuencia de un novio kurdo Nuri Sekerci (Numan Acar), formalmente turco, que en la cárcel se casa con una alemana, Katja (Diane Kruger), quien obtuvo el premio a mejor actriz en el Festival de Cannes en 2017 por este papel. Hay felicidad en la ocasión y en los rostros. Una cámara nerviosa, que se reitera al final, registra el instante que va desde a cárcel a una sala donde se realiza la boda.
La continuación es una escena de vida familiar, con la novia juntándose con su mejor amiga, Birgit (Samia Chancrin) a disfrutar de un baño de vapor. Mientras, deja a su marido e hijo en la oficina que ha formado éste para llevar sus negocios. Sin embargo, ambos perecen en el curso de una explosión que afecta su local. Su hijo y esposo son pulverizados y solo se recolectan fragmentos. Ella arriba, después del atentado, para sumirse en la desesperación y en el dolor.
Su duelo es intenso, y ella no escatima en ingerir drogas para mitigar el dolor, aunque todo parece indicar que es una costumbre antigua que reaparece. La actuación de la policía no es mejor. El criterio del inspector no es otro que apuntar al pasado del occiso, y dejar todo en manos de una hipótesis acerca de mafias turcas, kurdas o albanesas. Por el contrario, ella sostiene que son militantes de la ultra derecha nacionalista los culpables del doble asesinato.
Las inspecciones a su propia casa revierten cuando se acusa a dos neonazis locales.
La segunda parte, trata del juicio que revive la descripción de los hechos, a la vez que el abogado defensor la convierte a ella, la viuda, en el objeto de sus ataques y dudas al tribunal. El camino que lleva a la absolución de los acusados, se convierte en el resumen de todos los defectos de la justicia, tal como el celo de los abogados al servicio de los culpables es una complicidad sin tapujos al servicio de los homicidas.
Katja, un mujer dura y simple, que compraba droga a su esposa, y que con el tiempo se enamoró, no está en el bando de los ganadores y eso lo sabe. Su elección por su marido es genuina, pero ahora todo el peso de su vida pasada se vuelve y los convierte en acusados y no en víctimas. Un griego Nikolas (Yannis Economides) se presta para testificar su asistencia en la costa del Mediterráneo, lejos de la lluviosa Alemania. Lo demás es lo de siempre, principio pro reo y un sabemos que son ustedes, pero hay principios superiores, etcétera. El garantismo ha hecho lo suyo: proteger a los malvados.
La tercera parte es la venganza. La protagonista se ha forjado en el camino del dolor y solo este puede redimirla. Ha sido burlada por la justicia y pese a su amigo abogado, ha estado rompiendo los lazos con sus amigos de antaño y familiares. Cada vínculo que deshace permite su entera libertad, ya que como confiesa, si hubiera sido al revés su marido los habría vengado.
Aquí es necesario puntualizar que el director, conocido activista de la causa turca, no presenta dudas donde están los buenos y los malos. En su película no hay sutileza en ello. Es un cine rabiosamente militante, que funciona a pesar de lo sobre entendido de todo. Así, iniciamos su tercera parte, El Mar. Katja viaja a Grecia, donde ha existido un apoyo local para un testimonio exculpatorio, lo cual se convierte en ocasión de verificar los vínculos entre los dos neonazis y un hotelero griego partícipe de Amanecer Dorado, el partido hermano. Pero luego sorprende a los hechores en una casa rodante. El mar es el escenario de esta última parte, en que la protagonista saca toda su dureza. Lo suyo ni siquiera es el atentado puro y duro sino la inmolación.
La fotografía aporta lo suyo: en esa escena capital hay un desenfoque intencionado. Solo la entrada a la casa rodante se aparta de ese encuadre, en la puerta del vehículo (podemos imaginar el dialogo) y luego la explosión. Ahí, en el camino del dolor, está la parte sustantiva: ya que la justicia no ha hecho su tarea, es ella quien realiza la expurgación. No hay moraleja, no hay héroes, sino una mujer que aplica la ley del talión frente a la blandura de las leyes y quizás cierta complicidad de la justicia y de la policía.
Un final que hace un guiño a las bombas humanas, pero en un contexto de una viuda alemán que no está decidida a perdonar. No es Oriente, sino Occidente. No es cine de sutilezas, sino de verdades ya antedichas. Todo narrado con fuerza y unilateralidad y con apoyo de una fotografía que enfoca y desenfoca, nerviosa o tranquila, primer plano o general, todo al servicio de una Diane Kruger que se mereció ese premio de actuación.
En pedazos (Aus dem nichts). Dirige: Fatih Akin. Fotografía: Rainer Klausmann. Música: Josh Homme. Elenco: Diane Kruger, Denis Moschitto, Numan Acar, Samia Chancrin, Yannis Economides y Johannes Krisch. Alemania. Duración: 106 minutos. 2017.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.
Tráiler: