[Ensayo] Adiós a David Lynch: La realidad que se concreta ante la vista

Como Erich von Stroheim y Orson Welles, el recién fallecido realizador estadounidense tuvo una lucha constante con las grandes casas productoras de Hollywood para llevar a cabo su estética audiovisual adelantada, y algo de esa disputa cinematográfica fue expuesta a través del simbolismo transgresor e inaudito de su fascinante «Mulholland Drive».

Por Gamalier Bravo Cáceres

Publicado el 27.1.2025

Ha muerto David Lynch (1946 – 2025), otro telón que cae frente a la pantalla y su proyección de hace más de un siglo. Los testimonios de su valer y los que refrendaron su «genialidad» no se hicieron esperar, porque dentro de la industria cinematográfica la pose de adelantado y visionario debe ser una constante puesta en escena.

Aunque para la inmensa mayoría de quienes hablan sobre él en la industria hollywoodense, obviando a quienes fueron sus colaboradores, su figura apenas sea un trofeo que se utiliza para defender las propias posturas de narraciones que ni siquiera se acercan a la complejidad estilística y al tratamiento de las historias que hacía Lynch.

Visto como un raro y encasillándolo en el surrealismo, tratando de reducir su figura a la onírica disfunción automática, para así no prestar atención a la importancia de un artista que tuvo mucho que decir en un negocio que lo veía más que nada como un problema a la hora de financiar sus proyectos.

David Lynch, como Erich von Stroheim y Orson Welles, tuvo una lucha constante por llevar a cabo su estética adelantada. Es así como Eraserhead (Cabeza de borradora), de 1977, demoró cinco años en ser terminada, y la producción de la obra sería el perfecto guion de una tarea titánica y consecuente.

Pero más allá de eso, la complejidad narrativa de su ópera prima se ha prestado para un sinnúmero de interpretaciones que solo tratan de sostener a quienes plantean las tesis. A Lynch hay que escucharlo, y verlo, como a Lynch.

Sobre Eraserhead dijo que era su película «más espiritual», y al pedirle que se explicara respondió: «No».

 

David Lynch

 

La justificación de un padre que no tiene ideario político

Entonces el periplo de Henry Spencer (Jack Nance), personaje principal, es el de un crecimiento que supera la realidad, no la niega ni la disfraza, sino que se desarrolla como un momento que ni siquiera le debe al tiempo en que esta es presentada al espectador (89 minutos). Es la realidad expuesta más allá de sus límites, por supuesto, pero entendiendo estos como la visión limitada de la unidad narrativa y de imagen.

No es que todo podría pasar, en el mundo de Lynch, como director, lo que sucede es que todo está pasando. Entonces el temor de un individuo al compromiso queda en segundo plano porque hay una responsabilidad de un recién nacido que le exige el máximo de su piedad, que no es otra cosa que eliminarlo porque no sobrevivirá a sus malformaciones.

La justificación de un padre que no tiene ideario político, como muchos quisieran, y que es incluso su propia sentencia de muerte. Algo demasiado duro para el maniqueísmo hollywoodense de hoy en día.

El simbolismo gira en torno a esta idea, desde el operario o Dios de las primeras escenas hasta la disruptiva aparición de la mujer con cara de gato que pisotea los fetos y espermios, sin olvidar la familia disfuncional de la madre de la criatura, que vive de manera natural toda confusión posible.

Lo mismo ocurre con Rabbits (2002), miniserie compuesta por nueve capítulos, que el director insistió en llamar una «sitcom». Esto cuando en el mundo de estas series ya se hablaba del abuso de los directores y productores de Disney y otras compañías a sus elencos, sobre todo adolescentes.

Algo que desde Judy Garland es un secreto a voces. Las «fiestas blancas» de Diddy Combs y el mote de «rabbits» (conejitos) dados a las víctimas.

Mulholland Drive (2001), que trata el tema de la pérdida de orden en el mundo de la inmersión en Hollywood y sus consecuencias hasta criminales. Algo nada extraño, claro está.

En otra de sus entrevistas, David Lynch dijo que cada una de sus películas obedecían a una idea. Obviamente mayor (estética) y de narración del filme en cuestión. La realidad que se concreta ante la vista.

 

 

 

 

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Gamalier Bravo Cáceres (1974) es un narrador, ensayista y poeta chileno, que en la actualidad prepara una recopilación de su producción crítica, más un trabajo poético sobre el fascismo y su permanencia en las últimas cinco décadas de la historia nacional.

 

Gamalier Bravo

 

 

Imagen destacada: Mulholland Drive (2001).