[Ensayo] «Adiós a Las Vegas»: Diálogos y silencios que llegan al alma

El largometraje de ficción del realizador británico Mike Figgis —disponible para su visionado en la plataforma de streaming Apple TV— y por cuya actuación principal, Nicolas Cage obtuvo el Oscar al Mejor Actor en 1996, también cuenta en su elenco con la interpretación protagónica de una excelente Elisabeth Shue.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 25.9.2024

Película robusta donde el director maneja todos los hilos: música, dirección y un guion magnífico, con diálogos y silencios que llegan al alma. La versión jazzística de My One and Only Love, de Sting, rejuvenece la variante de John Coltrane a un tema que popularizó Frank Sinatra en la década del 50. Es el tema principal de una serie de melodías interpretadas por Sting.

El guion es extraordinario, sus variados colores dentro del ambiente nocturno, unas escenas muy bien construidas donde dos actores en estado de gracia interactúan de forma perfecta. Ambos están imbuidos en sus roles: Nicolas Cage parece un alcohólico de verdad, con esos cambios bruscos de humor, y Elisabeth Shue (actriz cuya carrera ha ido en picada) quien también mereció el Oscar, el cual si fue obtenido por Cage.

Sera es una prostituta de muchas aristas, muy profesional en el negocio del placer, pero conecta de manera profunda con Ben, un guionista que ha sido despedido de un estudio de Los Ángeles. Desde un comienzo él la trata como una persona y cuando ella lo invita a su departamento, deja claro que no podrá pedirle que abandone la bebida, de hecho, Ben tiene recursos para un mes y piensa que en ese lapso debería morir fruto de su adicción.

Se trata principalmente del derrumbe de este hombre sin familia y sin trabajo, en algún momento renuncia al ser humano, por lo que la historia se centra en Sera, su punto de vista, a ratos desplegado en sus confesiones al psiquiatra.

El papel de Elisabeth Shue como meretriz es tan convincente como el papel de Nicolas Cage. Pero es la innegable química entre ellos la que irradia una profunda humanidad. La hebra sensible de Sera, comprensiva y de una bondad que choca con su profesión. Hay segmentos con su antiguo proxeneta y otro con unos muchachos desalmados, que sacan la película de este extraño romance y nos hacen volver a la oscura realidad.

Adiós a Las Vegas es una historia de amor improbable, de dos personas al margen de la sociedad. La historia retrata mundos sórdidos y sin esperanza, muy alejado de las buenas costumbres.

 

Una experiencia vital

Quisiera detenerme en cuatro escenas angulares.

La primera es cuando comparten intimidad por primera vez. Es un momento sin banda sonora, el silencio interrumpido sólo por sus voces. Una felación, maldita sea, y el diálogo es tan tierno. Ben le pide que se quede, que el dinero no es problema, que en la habitación hay alcohol: «quédate y hablemos, escuchémonos… sólo quédate».

Una escena asimétrica donde él muestra gran tacto para invitarla y ella en una posición vulnerable al máximo, creo que en ese momento se enamoran y una música delicada le da espesor a ese encuentro de dos almas.

En la segunda, Sera ha tenido el último encuentro con su proxeneta (Julian Sands) y ella, a última hora, acepta la invitación a cenar que le hiciera Ben. Ya alcoholizado está encantado de salir con ella y comparten un sencillo plato de tallarines.

Con todo, el tema principal de Sting nos hace saber de este momento importante, el diálogo no es muy profundo, se trata de la primera cita, al cabo de la cual ella lo invita a vivir en su hotel. Romántico, las luces de Las Vegas parecen más luminosas que nunca.

Sera lo invitará a un tranquilo lugar en el desierto, para sacarlo un poco del alcohol excesivo. Es la tercera escena clave, ven una película junto a la piscina, nada menos que El tercer hombre, de Carol Reed, cinta que concluye con un final opuesto al de Casablanca, de Michael Curtiz, un anticlímax donde los examantes se dan la espalda en completa indiferencia.

Creo que Mike Figgis quiso mostrar la antítesis, dos amantes que se entienden pese a sus diferencias, ella se posa sobre él y se vierte whisky directo de la botella. Una voz muy similar a la Joe Cocker hace recordar esas tomas vacías de Nueve semanas y media (Adrian Lyne).

Sera se desnuda porque entiende que el alcohol sobre sus senos son el Olimpo para un hombre como Ben. Nuevamente hay amor en esta escena y la imagen se distancia de la típica fantasía masculina, un acierto de Declan Quinn en la fotografía.

A estas alturas, esta magnífica película filmada en 16 mm por falta de presupuesto, no se trata de un divertimento, sino de una experiencia vital, un amor incondicional sin pedir nada a cambio, respetando cada uno de los amantes la esencia del otro.

Y luego viene el baño de realidad: Ben cae sobre una mesa de vidrio y se hiere la espalda. La encargada que nada entiende esta historia de amor, le pide a Sara que no vuelvan nunca más.

 

Vacíos ante el precipicio

La cuarta escena es desgarradora.

Ben la ha engañado con otra prostituta y tienen sexo en la misma cama que han transformado en su campo de batalla afectivo. Sera lo ama, y no aguanta que él no dimensione lo que ella siente, y lo echa de su hotel. Entonces, la mujer sale a trabajar y unos adolescentes brutales le provocan gran daño con sus vejaciones violentas. Ella tiene el rostro herido y lo buscará hasta dar con su cuarto de hotel.

En esta escena cúlmine, Ben sufre los últimos estertores de su adicción y no se puede levantar. Sera se coloca delicadamente sobre él (a la inversa del primer encuentro ella lo observa desde arriba) mientras provoca una erección sin importar el alcohol ingerido y ella pese al dolor en sus entrañas le hace el amor. El dolor de la escena denota sacrificio, sinónimo de un amor único. La música se vuelve sacramental, fúnebre incluso y Ben muere.

La última sesión ante el terapeuta, una confesión: «Lo acepté por lo que era, no esperaba que cambiara, creo que él sentía lo mismo… me gustaba su drama». Un amor digno de Shakespeare que da paso a la canción de Sting.

Dos seres humanos sin nada que perder se entregan por entero, con el resto que les queda, aquí no hay futuro posible ni expectativas, dos personas se brindan por lo que son, ese aquí y ahora es lo único que pueden regalarle al otro.

No cualquier persona experimenta estas emociones en su vida. Un recuerdo del rostro de Ben y como espectadores quedamos vacíos ante el precipicio.

 

 

 

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y quien también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).

Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), Pensamiento delirante (Editorial Vicio Impune, 2023), Vivir atormentado de sentido (Editorial Vicio Impune, 2024) y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Adiós a Las Vegas (1995).