Este libro —un lanzamiento conjunto de Ediciones Altazor y la Fundación Vicente Huidobro, a fines de 2018— es la primera traducción al castellano de los versos de Michael McClure —en la imagen destacada— y los cuales se publican en Chile, gracias a un esfuerzo artístico y estético, obra del traductor y abogado nacional, Armando Roa Vial.
Por Nicolás López–Pérez
Publicado el 19.3.2021
Fue una noche tremenda, una noche histórica en algún lugar de la calle Fillmore en San Francisco. En el corazón de la ciudad. De un bar de veía salir a un puñado de muchachos vestidos de forma extravagante. Iban a la Galería 6. Estaba anunciado un recital de poesía. Comenzaron a pasar los poetas uno por uno.
El primero, de lentes redondos y pelo alborotado. Seguido por un poeta pálido y delicado de vestimenta formal, un italiano renacentista vestido de cura joven, un chascón con bufanda, un grandulón piola y uno que llevaba un overol usado.
Esta es la visión de Jack Kerouac en The Dharma Bums (1958). Los poetas de la lectura fueron Allen Ginsberg, Michael McClure, Philip Lamantia, Kenneth Rexroth, Philip Whalen y Gary Snyder.
Fue una de las primeras presentaciones en público de Michael McClure (Marysville, EEUU, 1932-Oakland, EE.UU., 2020). Leyó unos poemas de Passage (1956), su primer poemario, que circuló en lo que el editor estadounidense Donald Allen llamó el “Renacimiento de San Francisco”.
El poeta también tiñó esa lectura con el poema “Por la muerte de 100 ballenas”, un texto que nació por una nota en la revista Time (edición de abril de 1954), acerca de 79 soldados estadounidenses en una base de la OTAN en Islandia asesinando, por diversión, a una manada de cien ballenas.
Desde entonces la preocupación por las formas de vida no humanas ha impregnado la poética de McClure, intentando trazar puentes entre ciencia y arte, a partir de un tejido espiritual y consciencia antropogénica del pasado reciente y el presente humano.
En esa línea, hay un mínimo en que las obras de quienes son adscritos —por la crítica— tanto a la generación beat como a otros agenciamientos centrados en lo creativo. Y este mínimo puede verse en la génesis de nuevas escrituras frenéticas que se desapegan de la tradición ya conocida, con un salto de fe hacia viejos y nuevos horizontes.
¿Qué quiere decir lo anterior? Por ejemplo, en los poemas —digamos— tempranos de Allen Ginsberg se observa ese enlace con Walt Whitman y William Blake, en el despegue de su escritura poética a lo espiritual, lo que en los años 60 se correspondería con lo psicodélico y lo experimental a nivel físico y químico.
Aunque Ginsberg no es el protagonista aquí, abre una suerte de flanco, junto a otros escritores de mediados de los 50 en Estados Unidos, a las ocupaciones del espíritu en la lírica estadounidense. McClure no fue la excepción.
Agnosia y otros poemas (Ediciones Altazor / Fundación Vicente Huidobro, 2018) es la primera traducción al castellano de sus poemas que se publica en Chile. Esto fue obra del poeta, traductor y abogado Armando Roa Vial.
Un concierto de los seres vivientes
El libro de marras es una selección personal del traductor que comprende poemas de un trabajo más que cincuentenario. El primer texto, “Palabras nocturnas: el arrebato”, se publicó en Hyms to St. Geryon (Himnos a San Gerión, 1959). Y el último en la serie Swirls in Asphalt (Remolinos en el asfalto) que se publicó en la selección de viejos (y) nuevos poemas de 2011 titulada Of Indigo and Saffron (De añil y azafrán).
El poema en McClure es un concierto de los seres vivientes y sintientes, una armonía de un paisaje donde cada elemento, cada detalle tiene su propia voz.
En “El misterio de la caza” se sugiere una escena tan natural como salvaje, haciéndose del intersticio en que el instinto se transforma en verbo y luego, en muerte. Los versos finales son decidores: “Estas cosas pequeñas / cuando quedan expuestas se transforman en un infierno” (p. 18).
Y de ahí, la multiplicación de finales posibles, en otras escenas, se pone de relieve en el poema de McClure. Incluso en un estadio del capitaloceno más exagerado que el que vio nacer a ese poema.
Hay poéticas estadounidenses que participaron del mismo paisaje, reunidas en el concierto de voces por la liberación de los afectos y contra la geopolítica petrolera y los conflictos derivados de la guerra fría, destacase el librado en Vietnam.
La obra de McClure se inscribe con inquietudes ecopoéticas, junto a las amplificadas voces de Diane di Prima (principalmente, con Revolutionary Letters), Amiri Baraka, Bob Kaufman, Joanne Kyger, Gary Snyder, Anne Waldman y el aludido Ginsberg.
Algo de eso puede verse en sus “99 tesis”, por ejemplo, en los números 1 (“El hombre saboreándose a sí mismo / se vuelve carnívoro), 4 (“Las criaturas son un solo ser”), 33 (“Energía es riqueza”), 35 (“No hay inteligencia sino inteligencias”), 36 (“Crueldad, tortura, egoísmo y vanidad aburren”), 48 (“Hay suficiente agua para quien corresponda”), 49 (“Todo es natural”), 59 (“La revolución es sentimiento”), 60 (“La rebelión es biológica”) y 79 (“La guerra desconoce la variedad de colores”).
En el texto “Poética” también se presenta esa vertiente naturista: “¡SÍ! HAY SOLO UNA VÍA / POLÍTICA Y ESA ES / LA BIOLOGÍA / BIOLOGÍA / ES / POLÍTICA” (p. 38). O en “Filosofía de la acción”: “¿DE QUÉ SRIVE LA LIBERTAD CUANDO UNA CLASE / CONDENA A OTRA A LA HAMBRUNA?” (p. 58).
Los instantes del vestigio
Ahora bien, los poemas de McClure también presentan una línea vitalista donde el habla va siguiendo los flujos de sangre de arterias y venas, oxigenando el cerebro que traduce todo el mundo hacia el interior. A través del verso, se construye una arquitectura de la vibración de las cosas en el ser.
A ratos está ese poeta del jazz, en compartir directo con su época y otros amigos poetas. A ratos está ese poeta del mejor rock sesentero, inspirando una preciosa canción de Janis Joplin (“Mercedes Benz”), componiendo con Ray Manzarek y Jim Morrison o incluso, dejándose conducir por las explosiones del órgano del eximio Terry Riley.
La respiración o las palpitaciones de la carne. Vuelvo a la tesis número 51: “La carne es pensamiento” (p. 28). De hecho, esa idea también en el ensayo Blake y el yogi (en su colección Scratching the Beat Surface, 1982): “la carne es espíritu”. McClure describe en las funciones vitales la capacidad de “constelar” y “reconstelar” la información que reciben los sentidos. Es interesante la polisemia que estos verbos puede traer.
De pronto, con un verbo hecho carne, el poema se transforma en un vector de energía natural. Y la imagen evanesce en el concepto. En “Canción”, McClure, escribe: “YO TRABAJO LA FORMA / del espíritu / esculpiendo la materia / con mis manos. / La / moldeo / desde / la matriz interior. / Incluso un cuervo o un zorro / puede entenderlo.” (p. 54)
El poeta es un mediador de saberes, una extensión posible —y genuina— de la humanidad en el entorno. Otro vistazo a las tesis, en específico, a la número 68: “Hay un lenguaje: es el gesto, la voz y la vibración del cuerpo.” (p. 30)
En “Franja fronteriza”, McClure escribe “AGNOSIA ES EL SABER / DESDE EL NO SABER” (p. 62). Desde ese aporema, algo similar y diferente a una sinestesia. Agnosia es, en términos técnicos, la pérdida de la capacidad de identificar objetos o personas.
El verbo clave aquí es “identificar”, toda vez que esa pérdida puede fundir al poeta en un camino donde ya el poema no sería ni palabra ni cosa, donde no se acostumbre a las palabras, sino a estruendos que modifiquen el ánimo, que lo sacudan, y que transmite un espacio de lo no dicho, un significado oculto.
Quizás el no saber ingrese en la zona de lo que se ignora y vive, como un mensaje posible para, por ejemplo, el olvido que hace el avance de la ciudad por sobre los espacios de naturaleza.
Un no saber semejante a despercudirse de la alienación de la propia vida en el capitaloceno, en las búsquedas como las del Maestro Eckhart y el Tao Te King o más allá, la tesis número 50: “Razón es belleza” (p. 28).
Un no saber cómo un retorno a esa esencia de lo humano a lo celular, a lo atómico, a la composición de las cosas, ¿será que seguimos siendo polvo de estrellas mirando al cielo por otros como nosotros sin saberlo? ¿Y Novalis acertó al afirmar que la poesía es la religión original de la humanidad?
Con todo, McClure es responsable de un lenguaje de intervalos, intersticios e instantes del vestigio entre la percepción y el laboratorio de sentido que es cada cuerpo, cada mente, y, del otro lado, cada visión de mundo, cada poética, cada consciencia.
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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.
Imagen destacada: Michael McClure en 1967 (1932 – 2020).