[Ensayo] Aterrorizar: La deriva política de una definición psicológica

La ex primera dama de la Argentina, Fabiola Yáñez, planteó una denuncia ante la justicia por violencia de género causada por el ex Presidente de la Nación, Alberto Fernández, cuando ambos convivían en Olivos: no es aquí el lugar para hablar de las personas tanto de la actora como del demandado, sino que la instancia de buscar la forma de nombrar el acoso diario al cual fue sometida la víctima.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 19.8.2024

Un relato oriental cuenta que en un pueblo muy tranquilo, un niño de apenas seis años de una familia de apicultores comenzó a debilitarse por una enfermedad de la miel. (Quizás, desde la lectura de Occidente se deba interpretar la enfermedad citada como el botulismo). Dicha dolencia sucedía en un caso cada 40 años.

La enfermedad carecía de tratamiento y los médicos no sabían a ciencia cierta qué cosa la causaba. El niño no comía nada, salvo agua y miel. Los consejos que se le ofrecían no le hacían ningún efecto y el niño, día tras día, empeoraba. Los padres visitaban un médico tras otro, una asistencia tras otra. El niño no sacaba sus ojos de la miel.

Cierto día le dan a la familia el nombre de un sabio. Los padres, cansados de probar toda cosa que pasaba por sus manos, intentaron llevarlo hasta el anciano. Éste, luego de escucharlos largamente, dijo:

—Dénme diez días y luego regresen, veamos si esto puede ayudarnos.

Y así sin mirar siquiera los ojos de los padres, el sabio calló.

Pasaron diez días. Los padres volvieron a visitar al anciano sabio. Él se acercó al niño y dijo:

—¿Sabés que además de la miel podés comer otras cosas? Debés hacerlo.

Entonces le acercó un pedacito de pan. El niño tomó el pan y se lo puso en la boca. Desde ese día comenzó a comer nuevamente.

Pasó mucho tiempo, el padre del niño seguía con mucha curiosidad: aquello que había dicho el viejo sabio ya se lo habían aconsejado mil veces los médicos, ¿por qué su hijo había escuchado sólo al anciano? Tomó un pequeño frasco de miel y fue hasta la casa del viejo. Le habló largo y tendido, el sabio sonrió y lo llevó al fondo de su casa. Allí tenía dos frascos de miel. Y expresó:

—Todo es muy simple, absolutamente simple. Yo tengo debilidad por la miel. Nunca tuve problemas respecto de las comidas. Esa mañana, cuando me trajeron al niño, les solicité diez días de gracia, y en el transcurso de ese tiempo no probé ni una gota de miel sólo para poder ser dueño de mi palabra. Fue difícil, pero necesario. Cuando hablé con tu hijo, sentí la sinceridad de mis palabras. Por eso él me creyó. Las palabras que vienen de la boca entran por un oído y salen por el otro. Sin embargo, las palabras que vienen del corazón se dirigen directamente al corazón.

Este relato fue escrito por Pinar Selek, socióloga turca residente en Francia, y aparece en su libro Porque son armenios, su composición enfatiza el deber de hacernos dueños de las palabras que pronunciamos.

 

Las cámaras muestran el daño, el ultraje, la afrenta

La ex primera dama de la Argentina planteó una denuncia ante la justicia por violencia de género causada por el ex Presidente de la Nación cuando ambos convivían en Olivos. El juez entenderá en la causa, estimará las pruebas y dará su veredicto. No es aquí el lugar de hablar de las personas de actor y demandado, sino del modo de definir el acoso diario que sufría la víctima. Ella dice: «terrorismo psicológico».

En efecto, la palabra terrorismo está asociada al poder. El terror como sustantivo hace referencia a un miedo o amenaza extrema que padece alguien y es usado también como género artístico: literario, cinematográfico, teatral.

Así, el terrorismo es un nombre cuyo sufijo indicaría doctrina, sistema o movimiento; también hace referencia a una cualidad o a una condición. El terrorismo emocional, a diferencia del político, no tiende a una destrucción directa de un orden, sino a una sucesión de actos que infunden terror.

El terrorismo como el uso sistemático del terror está identificado con los movimientos políticos, revolucionarios o separatistas. Por extensión se aplicó a las acciones que llevan a cabo los Estados cuando, abusando de su imperium, dominan a través de la violencia y la crueldad.

Tanto el terrorismo revolucionario como el terrorismo de Estado actúan tomando como objeto a la víctima directa, pero también dirigen sus acciones a la víctima indirecta: aquella que aterrorizan mediante la publicidad de sus actos.

Las palabras: terrorista, terrorismo y aterrorizar aparecen por primera vez en Francia durante la Revolución Francesa, cuando el gobierno jacobino encabezado por Robespierre ejecutaba a los opositores. Junto con ese andamiaje del poder emergió una lectura crítica de un filósofo que entendió el terror desde los cuerpos y escribió una obra que fue tildada de pornográfica y censurada.

Sade, encarcelado y lenguajero, desató escenas donde la dominación íntima, desde una lógica pasional, funcionaba como una parodia crítica de la revolución. De modo que la máquina óptica de Sade nos resulta tan intolerable como las desviaciones políticas.

Muchísimo más acá, el 11 de septiembre y la Guerra contra el Terrorismo marca, para muchos, el inicio de la guerra total e híbrida. Tanto las acciones terroristas de grupos de liberación como el posicionamiento estratégico de la lucha contra el terrorismo es detonar el espanto y comprometer a víctimas pasivas al hecho.

De modo que un atentado se ejecuta de manera espectacular, en ese doble sentido de espectáculo y extensivo, para que, anonadados, se paralicen poblaciones enteras.

Vuelvo a la denuncia y a la expresión «terrorismo psicológico», delito que entiende la sistematización en la agresión que no está tipificado por el Código Penal, para decir acoso, para nombrar un crimen contra la integridad moral o física, para la acusación de una violencia contra la mujer en un país cuya cultura estuvo signada en las últimas décadas por el concepto de terrorismo de Estado.

Entonces pienso en el cuento de Pinar Selek, en que deberíamos esperar diez días antes de nombrar y ya no me refiero a la víctima que puede hacerlo con las herramientas que su sufrimiento y su padecer le otorguen, sino a los medios de comunicación.

Porque cada vez que un medio acciona un estallido, cada vez que aterroriza, lo hace sobre espectadores que ya no son ajenos al hecho sino, por razón de la dinámica del pavor, son nuevos damnificados, nuevos heridos de una guerra sin trincheras.

El sintagma enuncia que hay un terrorista. El sintagma enuncia y las cámaras muestran el daño, el ultraje, la afrenta. Es terror. Todos miramos.

 

 

 

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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.

Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro testimonial en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).

Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

Imagen destacada: Fabiola Yáñez y Alberto Fernández.