En este libro —subtitulado «Relatos y ensayos inéditos (1946 – 1992)— Charles Bukowski demuestra que más allá de su mito personal, de su desarraigo, de su marginación y de su búsqueda del placer, el tipo sabía reírse de la vida y de sí mismo, y tenía un endiablado sentido del humor que atraviesa como fogonazos casi todo el universo creativo de su prosa.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 2.7.2024
Hay escritores sobre los que se escribe demasiado o, más bien, se dice demasiado. Sobre los que se crean leyendas y rumores, parte verdad, parte ficción, como casi todo en la literatura; al fin y al cabo, todos nos narramos nuestra vida en la cabeza. Todos hacemos ficción.
Claro que la ficción de los narcisos es muy distinta a las de los que se creen mártires. Es fácil caer en el estereotipo o dejarse llevar por la corriente de la fama o lo que dicen los demás sobre uno. En algún punto hay que rayar la cancha, hay que enfrentar la vida de la forma en que podemos hacerlo solo nosotros.
Total, aunque nuestras vidas sean similares en la superficie, muchas veces todo cambia bajo la piel y es en los matices y la potencia oculta de la voz propia, esa voz que nos elige a nosotros más de lo que creemos, es ahí donde brotan los escritores que son capaces de dejar alguna huella.
Quizá comienzo así para desmitificar al Charles Bukowski (1920 – 1994) que nos venden las editoriales o las leyendas urbanas. O no. Porque, como vemos en la colección de sus relatos y ensayos inéditos recogidos en Ausencia del héroe, publicados en castellano por Anagrama, hay algo de ambas historias.
Una extraña mezcla de desesperanza y resiliencia
Bukowski es un tipo duro, sí, pero, como él dice, esa es la imagen que trata de dar a los demás, el mito que intenta representar:
«Con las pocas personas que conozco, finjo ser el tipo duro pero no engaño a nadie. Una de mis virtudes (según el tópico) es mi capacidad para echar unas risas de vez en cuando. Sin eso, seguir adelante podría resultar imposible».
Así dice en uno de sus textos más confesionales, parte de algunas de las columnas bajo el título de Escritos de un viejo indecente. Y claro, la literatura de Bukowski es por naturaleza confesional.
La mayoría del tiempo nos topamos con su capacidad para seducir y follar con muchas mujeres distintas en pequeñas habitaciones y rodeado de montones de latas de cerveza. Su resistencia para sobrellevar pequeños trabajos y vagabundear de un lado al otro, su capacidad de sortear el asco y reírse de la vida y de sí mismo.
Creo que, en última instancia, eso es lo que hace que su figura sea memorable, más allá de su mito personal, de su desarraigo y su marginación, de su búsqueda del placer, el tipo sabía reírse y tenía un endiablado sentido del humor que atraviesa como fogonazos casi toda su prosa.
Es difícil aburrirse con Bukowski, más allá de que las temáticas muchas veces no sean muy estimulantes, o no se vaya a aprender sobre ciencia o ética con su literatura: lo que si hay es sensibilidad y un humor crudo y descarnado. Real. Porque era su realidad.
Más allá de los relatos sobre folladas nocturnas, conversaciones etílicas con sus compinches poetas, los recitales en universidades que acaban en bares, o algún cuento protagonizado por hippies que resultan caníbales, el meollo de la escritura de Bukowski es una reflexión sobre el oficio, sobre la extraña mezcla de desesperanza y resiliencia, sentido del humor y piel gruesa que se necesita para sortear los años en trabajos de sobrevivencia y seguir escribiendo a cambio de casi nada. Hay un párrafo en especial que relata esta faceta más íntima de su relación con el oficio:
«Los dioses se portaron bien conmigo. Me tuvieron jodido. Me obligaron a vivir la vida. Me resultaba muy difícil salir de un matadero o de una fábrica y volver a casa y escribir un poema que no me saliera plenamente del corazón. Y mucha gente escribe poemas que no le salen plenamente del corazón. La vida dura dio pie a la frase dura y por frase dura me refiero a la frase auténtica desprovista de ornamentos».
Es indiscutible que Bukowski es parte de la estirpe de los poetas troyanos, esos kamikazes en continua lucha con el mundo, pero, aunque no parezca al principio, hay algo de música clásica sonando de fondo y, más allá del macho y sus leyendas y su ego, hay una suerte de meditación oscura acompañada de un gran sentido del humor que logra acompañarnos.
Charles escribe con carbón, como diría su amigo Tom Waits, y a veces ahí allí algo elemental, una imagen del poeta como sobreviviente, como cazador nocturno, con la ironía afilada y la curiosidad vital por estandarte.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Charles Bukowski.