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[Ensayo] «Barbie»: Una sátira sobre la igualdad de género

El filme de la realizadora estadounidense Greta Gerwig abre múltiples interrogantes y significados acerca de los conceptos de patriarcado y de feminismo (y de sus contrastes), y que cuenta para su desarrollo dramático, con las interpretaciones de un elenco liderado por Margot Robbie, Ryan Gosling y Michael Cera.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 2.9.2023

«El SeAcabó, igual que el MeToo, no consiste en hacer leña de los troncos caídos sino en darte cuenta de que no solo te pasó a ti, de que no fue culpa tuya, de que lo entendiste mal entonces y al daño que te hicieron se sumó el que te hiciste. Así es que SeAcabó».
Bob Pop

Vivimos tiempos esperanzadores respecto a la necesaria igualdad de género, una igualdad que es respeto a las diferencias.

Nuestro mundo ha sufrido demasiados siglos de imperio del paradigma machista en el que la mujer y la feminidad —fundamentalmente en las mujeres pero también en los hombres— han sido ninguneadas, reprimidas, asfixiadas y maltratadas; afortunadamente —y pese a las resistencias involucionistas— cada vez somos más las voces que clamamos un «se acabó» que dé paso a otra forma de entender mucho más empática.

Primero fue el «MeeToo» yanqui surgido en el universo cinematográfico que se extendió a otros ámbitos artísticos y ahora la indignación aflora en el mundo del deporte con el «SeAcabó» fruto de los lamentables hechos ocurridos tras la consecución de la Copa Mundial de Fútbol Femenino en Australia por parte de la Selección Española.

Se trata de una gesta histórica y deportiva que las equipara a la lograda por la sección masculina hace trece años en Sudáfrica y que abanderara el mítico jugador del F. C. Barcelona, Andrés Iniesta.

Un Iniesta que ha condenado contundentemente lo ocurrido afirmando que: «es una pena que se haya ensuciado una hermosa historia que han construido muchísimas jugadoras a lo largo de tantos años», añadiendo que con lo sucedido en la celebración y en la muy lamentable asamblea de no dimisión del presidente de RFEF se ha perjudicado en gran manera la imagen del país en el mundo.

En efecto, se trata de hechos bochornosos e intolerables, que por cierto algunos creen menudencia sin darse cuenta de lo que significan realmente, sin darse cuenta de que son la hiriente punta de un iceberg de silencios y de abusos de poder históricos.

Son escándalos que ponen en evidencia una cosmovisión anacrónica y caduca en la cual prevalece el ejercicio del poder egotista y la falta total de sensibilidad que caracterizan al machismo sin alma —desafortunadamente encarnado aún en muchos hombres y también en algunas mujeres, mujeres estas que a menudo son madres alimentadoras de machitos— frente al sentir auténtico de la mujer y la feminidad, ese necesario sentir humanista empático que el feminismo abandera.

Un feminismo que reclama y actúa —pese a algunas indeseables radicalidades egotistas que dañan su difícil labor— no para derrotar ni vencer al otro polo —tal y como bien expresa el polifacético escritor Bob Pop en la cita del encabezado— sino con el objetivo de que la mujer y la feminidad humana sean tenidas en cuenta de una vez por todas para el bien de todos y todo.

Nuestro mundo necesita con urgencia ese darse cuenta sincero —sobran los postureos de conveniencia— de los graves errores históricos cometidos bajo el imperio del patriarcado para que se dé por fin un abrazo real y regenerativo entre las polaridades que encarnamos.

Ese profundo trasfondo impregna la notable obra audiovisual de la polifacética realizadora californiana —quien también firma el guion junto a su esposo Noah Baumbach— que en clave satírica retrata el ocaso del machismo sin alma que vivenciamos hoy en día y asimismo las luces y las sombras del se espera renovador feminismo, todo ello con el objetivo de ayudar a consolidar un cambio realmente igualitario en nuestro mundo.

Cabe destacar las excelentes interpretaciones de Margott Robie como Barbie «estereotipada» y de Ryan Gosling encarnando a «su» Ken.

 

Empoderamiento rosa cuestionable

En el ingenioso y brillante inicio de la película —que homenajea a Kubrick y a su revolucionario 2001— se nos muestra a unas niñas haciendo añicos a sus muñecas tradicionales, muñecas que las adoctrinaban para ser dóciles amas de casa.

Así, y en ese destruir, supuestamente acaban con la tradición machista heredada gracias al empoderamiento femenino que parece ostentar Barbie, la nueva reina de las muñecas que les inspira por su deslumbrante «ser» independiente.

Y es que Barbie sale de casa para mostrarse hábil en distintas facetas y oficios que antes estaban reservados casi exclusivamente a los hombres.

Una Barbie que tiene como emblema principal al color rosa. El rosa, esa tonalidad cromática que en nuestra historia reciente ha sido asociada a la mujer y a la feminidad en oposición al azul celeste masculino. El rosa, ese tinte que hasta hace bien poco estaba casi prohibido para los hombres.

El rosa, ese matiz que tanto suele agradar a las niñas por mucho que sus mayores intenten disuadirlas. El rosa, ese color que nace del atenuar el potente y pasional rojo fuego o sangre con el pacífico blanco. El rosa «un color ideal» para las Barbies de la Barbieland retratada, unas mujeres muñeca que viven felices sabiéndose adoradas por sus Ken, especialmente la protagonista Barbie «estereotipada». Unos Ken que: «sólo tienen un buen día cuando Barbie les mira».

De este modo Barbieland se nos presenta como un universo inverso al histórico patriarcal humano: «en el que todos los problemas del feminismo y de la igualdad de derechos han sido resueltos», aunque se nos advierte de la irrealidad de esa proclama con un: «al menos eso es lo que piensan las Barbies».

O —se entiende— eso es lo que piensan las mujeres empoderadas que basan su acción feminista en la derrota del polo opuesto masculino —adoptando así el rol opresivo del antes opresor— y no en la verdadera igualdad que respeta nuestras enriquecedoras diferencias humanas sin discriminar ni someter a nadie.

 

La triste realidad machista

Frente a ese universo de radicalidad feminista la película nos muestra el mundo real en el cual las niñas juegan con las muñecas como un macrocosmos machista similar al que vivenciamos nosotros en el ahora y aquí.

Un mundo real al que viajan la Barbie estereotipada y su Ken porque ella se siente triste —siempre se sintió feliz como reina adorada— y percibe que esas sensaciones extrañas provienen de la niña que juega —o jugó— con ella.

En ese universo Ken descubrirá con satisfacción que existe otro mundo donde los hombres son los reyes y no los súbditos. Un mundo patriarcal que —como el nuestro— empieza a mostrar signos de cambio. Y como también ocurre ahora y aquí en él muchos hombres se resisten a entender el pálpito femenino y adoptan máscaras falsas de «reconocimiento» que resultan postureos patéticos.

Aquel, es el caso del jefe máximo de Mattel (que interpreta el cómico Will Ferell) —la empresa matriz del universo Barbie— quien ante Barbie y rodeado de su consejo directivo masculino le arenga un discurso machista defendiendo el feminismo de sus hombres: «porque aman a las mujeres de su familia».

De esta forma, en ese hombre entre furioso y descolocado se evidencia la típica mentira —al otro y a sí mismos— de tantos hombres —y mujeres también— que afirman amar pero que no saben realmente lo que es y significa amar.

En efecto, no es fácil amar, es un proceso de vida el aprender «el arte de amar» que postulara el sociólogo y psicoanalista Erich Fromm. Y en este sentido es todo un reto el amar de verdad a una mujer —o un hombre— de feminidad vívida puesto que supone enfrentarse a facetas humanas que exigen el máximo de empatía.

Se trata de abrazar las formas de entender sensitivas y las comunes mareas emocionales a menudo irracionales de la persona amada, poniéndose en su piel con sincera y respetuosa voluntad de acompañamiento. Un aprendizaje duro y no obstante sumamente gratificante para la persona abrazada y asimismo para la persona abrazadora.

Barbie como muñeca mujer que ya siente empatía y llora, huye de esa falsedad junto a dos mujeres —madre e hija adolescente— que en su día jugaron con ella. Las tres deciden regresar a Barbieland y allí descubren que todo ha cambiado, Ken llegó antes y ha adoctrinado a las Barbies instaurando un patriarcado radical al estilo de la realidad que visitó cuyo nombre es Kenland.

 

Volver a empezar

Barbie se escandaliza al ver como las mujeres ahora son felices sirviendo sumisas a los hombres afirmando que les gusta ser «una decoración utilizable» y añadiendo que no tomar decisiones es: «como un spa para sus cerebros».

Así, Barbie y Ken se acusan mutuamente de haberse fallado y él argumenta —no sin razón— de que en la realidad visitada se sintió: «respetado por lo que soy».

Tras una rendición inicial, Barbie se empodera arropada por la única Barbie despierta que queda, la Barbie «extraña» que antes fuera marginada por las otras muñecas “perfectas” quien asegura que ahora las dos son «feas y rechazadas». Y asimismo les ayudan las dos humanas, y juntas urden un plan para despertar de su letargo a las muñecas mujer y restablecer el universo Barbieland.

Las despierta gracias a un alegato en el cual les recuerda las dificultades de ser mujer en un mundo difícil y contradictorio que exige la perfección y que sin embargo les limita la acción. Y añade la muñeca mujer en referencia a los hombres: «no es sólo cómo nos ven sino cómo se ven a sí mismos», concluyendo que en esa actitud de no querer ver Ken y los suyos están germinando su propia destrucción.

Gerwig nos muestra que tras el «golpe de estado» feminista una Barbie más madura reconoce sus graves errores y promete igualdad real a Ken y a los hombres quienes así mismo han de mostrarse evolucionados —se entiende que dejando atrás las patéticas máscaras que les han impedido ser ellos mismos—.

Porque en realidad ambos han dependido de la aprobación del otro y están ahora en la senda de aprender a amarse como etapa previa al llegar a amar al otro, a los otros. Por eso Barbie —que va por delante en ese aprendizaje— confiesa no amarlo y le aconseja: «averiguar quién es Ken pero sin Barbie».

En el volver a empezar de Barbieland, se postula que: «ninguna Barbie o Ken debería vivir en las sombras», por lo cual es la Barbie históricamente marginada a la que apodaron «extraña» la primera en ser resarcida.

Pero ese esperanzador volver a empezar no es el final de la obra audiovisual que en sus últimos minutos nos muestra una simbólica transformación de la Barbie «estereotipada», inspirada por el clásico Pinocho.

Una transformación que invita —entre liberadoras risas y sonrisas— a reflexionar y a plantearse preguntas profundas:

¿Somos sólo máscaras?, ¿somos títeres o muñecos en manos ajenas?, ¿jugamos conscientemente o permitimos que jueguen con nosotros?, ¿estamos preparados para ser y respetar que los otros sean?, ¿estamos dispuestos a aceptar una nueva realidad basada en la igualdad respetando las diferencias?

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Barbie (2023).

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