El nuevo filme del realizador norteamericano Alejandro González Iñárritu es irregular pues hay momentos muy bien logrados combinados con otros un tanto fallidos. Pese a esto, la obra es inmensa y corresponde a un gran ejercicio audiovisual para tratar de entender al artista azteca y a su relación con la sociedad misma.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 25.12.2022
La esperada última realización de Alejandro González Iñárritu, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022) está disponible desde hace un par de semanas en el catálogo de Netflix.
Una grata sorpresa de un cineasta que tiene una voz propia y que pertenece a ese trío de oro del cine mexicano contemporáneo que completan Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro.
Bardo… es antes que nada un viaje por la vida de Silverio (Daniel Giménez Cacho) un periodista mexicano (alter ego del propio director) que será premiado en EE. UU. por sus documentales. Antes de esta premiación va a Ciudad de México para reencontrase con sus amigos y familiares. Y en esa visita, el profesional parece tener una crisis que lo lleva a través de un recorrido surrealista y emotivo a las raíces de lo que es o cree ser.
En el intertanto departe principalmente con su esposa, Lucía (Griselda Sicilliani) y sus hijos, Camila (Ximena Lamadrid) y Lorenzo (Iker Sánchez Solano). Además de una serie de personajes como familiares, amigos o personalidades del más distinto espectro.
Lo primero que se aprecia es un plano de la sombra de un hombre (o un gigante) corriendo por el desierto, que en algunos momentos parece que logra volar. Después, una alucinante escena en un hospital. Estos dos extractos establecen dos cosas. Por un lado, desde el inicio se percibe que el relato será desbordado y exagerado pero atractivo y muy particular. Y, por otro lado, visibiliza un vínculo evidente con Federico Fellini y su película 8 ½ (1963).
En ese caso, Guido era un director que en medio de una crisis creativa que empieza a mezclar sueños con la realidad. En la obra de González Iñárritu, la certeza de estar frente a un momento de la realidad objetiva ligada con la subjetividad propia del personaje, se diluye. Se diluye de tal modo que nunca queda claro si está soñando, alucinando o distorsionando los hechos. El estatus de la película misma no es del todo claro.
Las metáforas del lenguaje
En relación con este juego que la narración propone, se produce una tensión que está en sintonía con otras oposiciones que se dan en la película. La más importante se vincula con el responder a la pregunta de quién es Silverio. Y esa respuesta está indisolublemente unida a la pregunta de qué es México.
Desde el inicio la respuesta por el ser mexicano está ligada a una serie de factores que se van mostrando. El primero, y de lo más importante, está asociado a la existencia de EE. UU. El mismo Silverio es una tensión no resuelta de su admiración y odio por el poderoso vecino del norte ya que en esas tierras ha conseguido el prestigio que lo ha consagrado como el realizador audiovisual merecedor de premios. Pero también el desarraigo que siente en tierras ajenas, lo llevan a tener una visión nostálgica de su terruño.
La otra tensión está relacionada con el enfrentamiento generacional. Su hijo que fue criado en tierras estadounidense habla fluidamente el inglés y lo mezcla con palabras en español. En una discusión que tienen, él le recrimina al periodista lo falso de su amor por un país del cual se fue. Así como también critica los trabajos audiovisuales que realiza porque los considera aburridos y largos.
Respecto a la narración, los hechos presentados tienen una cronología imprecisa y el mismo periodista comenta que son solo imágenes falsas que se unen en: «una sumatoria de escenas carentes de sentido». Todo lo que se ve no es una «verdad» sino una «crónica de incertidumbres», como menciona Silverio.
Y lo único claro para él es que no habla de su vida pues no cree que la memoria diga «verdades» porque ésta solo tiene «convicción emocional». Y de aquí que en la narración (o en el cine de Silverio/González Iñárritu) todo lo narrado esté en un lenguaje mediado, un lenguaje metafórico. Pero «sin inspiración», como diría su amigo Luis Valdivia.
Un pinche estado mental
Lo otro que marca el tono de la película es la música. El registro de comedia lo dan algunos momentos en los cuales se escuchan las melodías que acompañan a la narración. Estas tienen un aire circense o de farsa. No obstante, el elemento sonoro que se escucha en ciertas escenas también ayuda a esa sensación de estar en un permanente estado de tensión entre lo autóctono y lo extranjero.
Cuando llegan al centro de eventos donde se le hará un homenaje a Silverio, una especie de disco, se escucha la música de Willie Colón. Se ve a toda la concurrencia disfrutando de la pista tropical, con sus movimientos y pasos. Baile que la familia de Silverio, su esposa e hijos se saben de manera perfecta. Hasta que comienza a sonar David Bowie y el periodista se transforma.
La palabra «bardo» está relacionada con los antiguos poetas celtas. Los bardos serían los que cantaban las historias épicas del pueblo. En este sentido, Silverio sería un bardo, un bardo a la mexicana, cantando las acciones heroicas o no tan heroicas del pueblo mexicano. De ahí, las cuantas verdades a que alude el título.
Pero también «bardo» tiene un significado budista, pues es una palabra tibetana y se traduce como «estado intermedio» o también como «estado de transición». En este caso, sería la descripción perfecta para lo que vive el periodista y la realidad mexicana en general: un estado que no termina por consolidarse.
De ahí que aparezcan los mordaces comentarios de Silverio sobre los elementos que podrían llamarse «mexicanos» como la historia del Palacio de Chapultepec y los niños héroes, la fascinación por la cultura narco, los emigrantes que tratan de cruzar la frontera hacia EE. UU. o el mismo Cortés recitando versos de Octavio Paz.
Todo sirve para configurar las raíces de lo que es hoy el norteño país. Como dice un taxista: México no es un país sino un pinche estado mental.
Delirio permanente
La otra cara la representan los mismos mexicanos y sus conversaciones con el periodista. Los reparos de sus compatriotas hacia Silverio, se enmarcan en el olvido de su país, incluyendo a la familia. Y los detractores más enconados lo consideran una especie de Malinche 2.0. La figura a la que aluden los mexicanos cuando quieren hablar de traición.
Y en este caso, Silverio fue el ingrato que partió a EE. UU. a hacer su carrera y no volvió hasta veinte años después. Y solo regresa porque le quieren rendir un homenaje antes de la premiación. Así sus coterráneos lo fustigan por hacerse famoso a costa de exhibir las miserias de su propio país.
El cine de Alejandro González Iñárritu tiene ciertas características que se pueden encontrar en Bardo... Sobre todo, los largos travelling donde se traspasa la realidad de manera fluida, como en Birdman (2014), con la cual comparte más de una semejanza tanto en lo formal como en lo espiritual.
Y un gusto por captar las escenas a través de un gran angular, que deforma la percepción de realidad de los individuos, así como su relación con el entorno. Esto ayuda a que formalmente la película se sienta como un delirio permanente.
Hay momentos brillantes de la película, como el de la disco; hay instantes delirantes de la cinta como la conversación de Silverio con su padre; hay momentos grandilocuentes como el diálogo con Hernán Cortés. Pero también está el autobombo como Silverio/González Iñárritu diciendo: «el peor de mis fracasos ha sido el éxito».
La película es irregular pues hay momentos muy bien logrados combinados con otros un tanto fallidos. Pese a esto, el filme es inmenso y es un gran ejercicio visual para tratar de entender al artista mexicano y su relación con la sociedad misma.
Una obra que no se acaba con solo una lectura y la cual se puede revisionar en más de una ocasión para entrar en las contradicciones de un país y, por extensión, de un continente.
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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Tráiler:
Imagen destacada: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022).