Confieso que para mí ha sido todo un regalo visionar este filme de la realizadora vasca Arantxa Echevarría, porque me ha hecho recapacitar y mucho sobre los temas que nos plantea, especialmente sobre las barreras propias ante las comunidades extranjeras.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 9.10.2023
«Me llama la atención la vida en los márgenes, me embarco en películas que buscan representar voces que no tienen voz».
Arantxa Echevarría
La nueva película de la comprometida realizadora vasca se presentó internacionalmente en su tierra el pasado miércoles 27 de septiembre en el marco del prestigioso Festival Cinematográfico de San Sebastián.
Desde allí y al día siguiente (jueves 28) la directora mantuvo un interesante coloquio por videoconferencia con espectadores de distintas localidades españolas que asistimos al preestreno simultáneo de una obra audiovisual que destila la misma rotunda verdad que su laureada Carmen y Lola (2018).
En efecto, Echevarría nos sumerge en autenticidad en la vida de unos personajes que se sienten como personas reales. Una ficción ambientada en el barrio madrileño de Usera con la que es muy fácil empatizar; la película conecta con la gente, especialmente con aquellas personas que sabemos lo que significa vivir en los márgenes de la sociedad.
Pone ella luz a los márgenes con la bella naturalidad de quien siente la ambivalencia de la vida, el llanto y la risa que somos; la suya es una historia de vidas con momentos duros salpicada de humor porque entiende que: «a través del humor se relaja la tensión dramática y se ayuda a transmitir el mensaje social».
Un mensaje de concienciación entorno a la respuesta ciudadana ante la inmigración y otros temas de interés como son la educación sexual en la niñez y en la adolescencia.
Para ese fin se retratan distintos personajes —especialmente mujeres— poniendo el foco en dos familias con hijas orientales. Una, los Feng quienes regentan un humilde bazar y tienen dos hijas: la pequeña Lucía de nueve años y la adolescente Claudia. La otra está formada por un matrimonio español de clase acomodada quienes adoptaron a su única hija: la pequeña niña china Xiang también de nueve años.
Personajes principales a los que acompañan secundarios que no obstante tienen gran peso en la trama como son la risueña amiga íntima de Lucía y la joven Amaya (Carolina Yuste, excelente) quien siente gran aprecio por esa niña vital encerrada en un bazar. Un personaje este que se inspira en la experiencia personal de la realizadora vasca con una niña china, quien fue la que le llevó a realizar la película.
Los mundos distintos enriquecen
En el coloquio, Echevarría expresó su voluntad de retratar las dificultades de integración de grupos inmigrantes tan diferentes al español como son los colectivos árabes o las comunidades chinas y asimismo la conveniencia de conocer las diferencias culturales de cada uno para enriquecer aún más un país tan diverso como es España.
Con ese fin buscó conectar con distintas personas de diferentes etnias en autenticidad profundizando en sus diferencias culturales y encontró que más allá de estas anidaban las mismas inquietudes, miedos y pulsiones humanas o el bello reconocer que somos esencialmente iguales en la rica diversidad.
Con voluntad pedagógica en la película se nos retrata cómo las generaciones mayores nacidas en sus países de origen a menudo tienden a encerrarse en sus modos culturales como si aún vivieran allí e implicándose poco en la cultura de acogida.
Es el caso de los Feng quienes llevan décadas viviendo en España y sin embargo casi no saben hablar el idioma español rechazando además las celebraciones tradicionales occidentales como la navidad. Un rechazo que afecta a la pequeña Lucía quien quiere ser igual a sus compañeras de clase y escribe a los reyes magos una esperanzadora carta que su madre año tras año le niega enviar.
Y asimismo se retrata la desagradable realidad xenófoba de algunos ciudadanos —pese a la mayoritaria buena acogida a los inmigrantes— que se creen «puros» españoles y ven con malos ojos a todo aquel que no es de su misma raza.
Me parece un acierto cómo se retrata esa realidad poniendo el foco en mujeres xenófobas —creo que duele más constatar que también ellas pueden llegar a ser tan antihumanas como los machos violentos— y en el preocupante hecho de que algunos jóvenes —muchos nacidos en España— asuman como «normal» e incluso se enorgullezcan de que nativos xenófobos les llamen «moros» o «chinos».
De hecho, la mayoría llamamos «chinos» a los comercios que este colectivo regenta sin ser plenamente conscientes de la discriminación de ese nombrar y muchos acuden a sus establecimientos sin «verlos», es decir no teniendo el mismo contacto cercano que tienen con otros comerciantes no inmigrantes.
Así que las barreras existen a ambos lados pese que a menudo no seamos conscientes en lo que se refiere a las propias, y entiendo que ese hacernos ve y reflexionar nuestra responsabilidad es quizás el mayor logro de la obra audiovisual.
En este sentido, Echevarría utiliza sabiamente a las niñas para naturalizar las diferencias y romper las barreras culturales de unos y otros.
Así, el momento más sublime —en mi opinión— se produce cuando la amiga de etnia española de Lucía se queda a pasar un fin de semana en casa de los Feng. Allí las dos niñas se interrogan y juegan a propósito de la diferencia anatómica de sus ojos; Echevarría comentó que en esa natural y limpia forma —los niños son luz, en sus palabras— de descubrirse, ellas desmontan tabús adultos, porque para los orientales bromear con la forma de sus ojos es un insulto grave.
Hay otras excelentes escenas en ese fin de semana de una risueña niña rubia en un hogar oriental, sin duda la más lograda es la de la cena:
En la humilde mesa, la madre ofrece sus mejores platos tradicionales a una pequeña casi horrorizada que creía iba a comer arroz tres delicias y rollitos de primavera. Una escena muy divertida que poco a poco se torna en dramática al pasar el foco de las niñas a la adolescente Claudia.
Rebeldes desubicadas
La joven descarga su ira reprimida a unos padres que creen natural el que los hijos se sacrifiquen por la familia como ha sido siempre en su cultura.
Se hace evidente que Claudia no tiene a nadie en su hogar con quien hablar de su sentir y que es fuera de él donde busca conseguirlo aunque muy condicionada por su necesidad de ser aceptada por las demás chicas y chicos.
Una necesidad de aceptación propia de la adolescencia que en ella se torna acuciante debido a la pesada carga de una tradición diametralmente distinta a las de sus compañeros en cuanto a la demonización del placer y el ocio versus la omnipresencia de la obligación y el trabajo.
Y especialmente asfixiante en lo relativo a la sexualidad, todo un tabú en las familias como los Feng. En este sentido, la vemos entre dubitativa y decidida en sus contactos con los chicos, en el fondo muy perdida —como de hecho en mayor o menor medida lo están todas sus compañeras pese a las apariencias— en lo que se refiere a cómo han de ser sus experiencias sexuales.
Todas ellas critican los perversos juegos sexuales que circulan por las redes pero acaban entregándose a dar placer a los chicos sin más aceptando en ese hacer sumiso el machismo sexual que domina internet.
Echevarría retrata en Claudia y sus amigos la falta de educación sexual, la falta de referentes sexuales de nuestros jóvenes pese a los programas escolares y especialmente la vulnerabilidad sexual de aquellas —y aquellos— que soportan cargas familiares.
Porque la familia Feng pese haber creado un hogar pacífico resulta en gran medida cárcel para sus hijas, especialmente para la desubicada Claudia.
Y en la otra familia retratada de padres que sí buscan entender, la desubicada es la pequeña Xiang quien tiene serios problemas para relacionarse con sus compañeros de escuela. Tras sufrir bullying en una institución privada, sus progenitores la matriculan al mismo colegio público que Lucía y su amiga. Y aunque ellas dos hacen todo lo posible para hacerse amigas de Xiang, esta las rechaza una y otra vez a menudo de malos modos.
Entenderemos cuál es el problema de la niña, Xiang se siente desubicada en España pese a la dedicación de sus padres y quiere conocer sus raíces familiares. Echevarría nos mostrará lo que ocurre cuando habla por videoconferencia con su madre china, y en ese mostrar de nuevo la realizadora vasca busca concienciarnos, nos invita a reflexionar sobre las luces y las sombras de la adopción.
Regalos
Confieso que para mí ha sido todo un regalo visionar esta película porque me ha hecho recapacitar y mucho sobre los temas que nos plantea, especialmente sobre las barreras propias ante las comunidades inmigrantes.
Y me parece muy bello que la película nazca por una «anécdota» —o mejor un hecho especial de esos que nos ocurren y que nos invitan a investigar e investigarnos— que tiene a un regalo como protagonista.
Echevarría conoció a una niña de bazar que quería un regalo de los reyes magos y —como hace Amaya en la ficción— ante la negativa de los padres de cumplir la ilusión de su hija, decidió comprar ella misma el juguete para dejarlo en la reja del bazar familiar.
No obstante, al igual que Amaya, nunca supo si realmente lo recibió. La realizadora nos confesó que sumida en las dudas de la legitimidad de su acto de «interferencia» decidió no volver al bazar (en la vida real aunque sí ahora en la evocación de esta ficción).
En todo caso tal y como nos comentó su intención ha sido «dejar vivos a sus personajes» en un final abierto que incite a la implicación personal y al enriquecedor debate. Y certifico que lo ha conseguido.
Nota final
A pregunta del público, Echevarría nos explicó que la película se presentó a la comunidad china de Madrid y que los asistentes se rieron por lo mismo que los nativos españoles.
Para ella fue toda una prueba de fuego, estaba más nerviosa que ante un público profesional y finalmente resultó una experiencia gratificante, le llegaron a pedir que doblara el filme al chino.
El suyo fue un trabajo de cuatro años, una inmersión en el latir de Usera. De hecho, muchos de los actores no son profesionales, salieron de un casting con gente del barrio madrileño. Es el caso de Lucía y su madre quienes lo son realmente y tienen un bazar o el de la adolescente Claudia quien tuvo problemas con sus padres reales y decidió marchar de casa lo que es realmente inusual para una joven oriental.
Cómo se agradecen los pases cinematográficos con coloquio posterior con su creador, cuánto ayuda a comprender mejor la obra vista. Ojalá fuera así con más películas de estreno.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Chinas (2023).