La publicación de este libro —cuyo editor es el profesor Javier Agüero Águila— corresponde al fruto del ciclo de diálogos denominado «Defender la sociedad» organizado por el magíster en ética y formación ciudadana de la Universidad Católica del Maule, y el cual se realizó entre mayo y julio de 2022, antes del plebiscito de septiembre de ese año y respondió, fundamentalmente, a la necesidad de generar espacios regionales de reflexión política, abiertos a la comunidad y con la participación de cuatro importantes intelectuales activos en el debate público nacional: Kathya Araujo, Manuel Canales, Rossana Cassigoli y Alberto Mayol.
Por Rodrigo Karmy Bolton
Publicado el 11.10.2023
¿Qué sociología? Quizás, esta pregunta, tan simple en su formulación, sea la que condense no toda una política sino una ética. Se trata de un problema, algo que convoca afectos y trabajo en común. ¿Qué sociología? Deviene, así, una pregunta escasa, incómoda tanto para la Universidad como para el país que se ha acostumbrado a mezquinas formas de investigación amparados en una lógica de la «excelencia» que abraza una concepción neoliberal de las prácticas epistémicas.
Volver a preguntar ¿qué sociología? Interroga justamente al corpus teórico y práctico de aquella pretendida ciencia cuyo discurso, en los últimos treinta años de Transición, ha desplazado levemente el lugar que ocupaba la historiografía como el dispositivo capaz de abrigar el gran relato acerca del Estado, y, siendo fiel a sus raíces comteanas o durkheimianas, ha operado como el discurso del orden social bajo la sombra de la realidad neoliberal y sus «entrenamientos».
Habitualmente premunido de una episteme funcionalista, el discurso sociológico que se impuso durante la Transición chilena habrá sido el de uno que no incomodaba, no desestabilizaba, no planteaba problemas, sino justificaba determinadas prácticas de gobierno. Digamos que ese discurso sigue vigente y que lo vimos expresarse corporativamente durante la revuelta popular de Octubre de 2019 y posteriormente durante el devenir de la Convención Constitucional. Llamemos a este discurso sociológico que no incomoda, sino ordena, el «sociologismo». Un discurso policial, si se quiere, siguiendo de cerca el léxico de Jaques Rancière.
Si la sociología nació como policía, la pregunta ¿qué sociología? No puede ser anodina porque desestabiliza la idea de que habría una sola sociología, desarticula la pretensión de que la sociología sería solo «sociologismo» y abre las posibilidades para una sociología no policial, una sociología totalmente impregnada de la —muchas veces temible— experiencia del pensamiento.
No obstante, este libro nos plantea en otras voces. Rigurosas, silenciosas a veces, sin la estridencia policial del «sociologismo», otra sociología expone su rostro a través de las penetrantes conversaciones que nos ofrece Javier Agüero Águila, que aquí se ubica en el doblez sociológico y filosófico que acomete la tarea de preguntar, de dar voz a unas sociologías cuyas investigaciones están a años luz del «sociologismo» prevalente.
Los trabajos que aquí afloran complejizan la realidad. Lo que veíamos bajo el tenor de lo natural y obvio se convierte en pregunta, lo que parecía inverosímil resulta ser totalmente verosímil, los optimismos y pesimismos se desvanecen bajo la rudeza de un pensamiento que no le teme a la pluralidad de los procesos en juego.
Como si los Norbert Lechner o los Tomás Moulián volvieran a la vida —pues jamás estuvieron muertos— las entrevistas aquí dispuestas desarticulan la vocación policial del «sociologismo» y se aventuran en una sociología que puede ejercer la potencia de la crítica sin miramientos.
Se sabe comprometida, situada, plural y heterogénea, mucho más cercana al ensayo que a la estadística, más próxima a la literatura que a la economía. Sus saberes se saben en curso, provisorios, fragmentarios, pero sin perder la fuerza de la verdad con la que pueden interpelar a la misma sociedad que estudian. Desde la cuestión de las «normas» (Mayol), la «pluralidad» (Araujo), la cuestión «popular» (Canales) o la «singularidad de la memoria» (Cassigoli), la sociología aquí devenida deshace la policía y reafirma su histórica consistencia crítica.
Un momento de espera
Conversaciones sobre un Chile que no fue porta un título tan extraño y singular como el objeto al que responden las sociologías con las que conversa. No se trata de «tratados», «exposiciones», «discusión» o «debate», todos formatos ya armados para producir determinados efectos, conjurando lo imprevisto que solo puede irrumpir en la «conversación».
Porque no se trata de una «conversación» que se plantea en supuestas condiciones ideales que, por tal, podrían alcanzar los «consensos» y «acuerdos» aparentemente tan necesarios. Más bien, el término «conversaciones» designa simplemente encuentros en que, justamente, lo no planificado ni pensado puede sorpresivamente advenir.
Así, la «conversación» asume un formato más complejo y, a la vez, más interesante: se trata de voces que pueden entremezclarse y no resolverse ni resolver en alguna unidad conclusiva, sino desnudarse en y como preguntas, en y como problemas. Se restituye, así, la potencia viva de la palabra que solo puede ser tal si acaso asumimos que ella está constitutivamente perdida.
Quizás, esa fue la vocación original de la filosofía cuando Platón sistematiza los problemas a la luz del formato de los «diálogos», formato extraño para nosotros, los que no dialogamos, los que parece ser que no sabemos conversar.
Pero quisiera detenerme en la expresión que sigue al término «conversaciones»: «un Chile que no fue». Resulta crucial la opción de Agüero por el uso del artículo «un» y no «el» pues el primero suscribe una singularidad, si se quiere, una minoridad (no una minoría en términos estadísticos) que, a pesar de la derrota sobrevenida el 4 de septiembre de 2022, de alguna forma intuida por las entrevistas, ofrece un disenso que permanece y que no necesariamente cabe en la homogeneización discursiva en curso.
Se trata de una discontinuidad que pudo ser derrotada, pero no vencida pues permanece en silencio, bajo la sombra maníaca de los vencedores.
A esta luz, se entiende que la expresión «un Chile que no fue» resulta ser solo aparentemente pesimista, pues, en realidad, el que no «haya sido» y se haya sustraído a la devastación de los victoriosos, nos regala no un futuro, pero sí un porvenir.
Solo habrá porvenir donde haya conversación, porque en esta se ofrece lo imprevisto; solo habrá porvenir donde lo que «no fue» no se interpreta como una simple constatación factual (un «hecho social»), sino bajo la luz de un acontecimiento nunca sido.
Por eso, «un Chile que no fue» no significa una lápida a un proceso, sino quizás, una suspensión, un momento de espera que no puede darse por derrotado porque, como bien muestran las «conversaciones», lo social siempre está a punto de estallar. Pero estalla a su modo, y de diferentes modos.
Conversaciones sobre un Chile que no fue designa, por tanto, una invitación a cuidar el acontecimiento, un «porvenir» que no puede domesticarse en las líneas del «futuro» que las múltiples máquinas nos ofrecen todos los días, sino que resiste a él como una potencia cuyo gesto consiste en poder ser habitada una y otra vez.
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Rodrigo Karmy Bolton es doctor en filosofía por la Universidad de Chile. Profesor e investigador del Centro de Estudios Árabes y del Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
Ha enseñado en varias universidades de España y América Latina. Publica frecuentemente columnas de opinión en diversos medios nacionales e internacionales así como textos en un sinnúmero de revistas universitarias locales y extranjeras.
También ha sido director de investigación de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
Imagen destacada: Javier Agüero Águila.