[Ensayo] «Corpus Christi» y «Elmer Gantry»: La verdad prefiere andar desnuda

Los filmes del realizador polaco Jan Komasa y del director estadounidense Richard Brooks, respectivamente, y aunque rodados en distintas épocas temporales y espaciales, corresponden a dos obras audiovisuales que exhiben la distancia entre la fe auténtica vivida por los seres de carne y hueso, y la religiosidad institucional pregonada por las iglesias de diverso cuño y orientación doctrinal.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 9.11.2020

«A la mentira le gustan los disfraces. La verdad prefiere andar desnuda».
Anónimo

Desde tiempos inmemoriales los sacerdotes han ejercido gran influencia en el pueblo. Si bien algunos de esos pastores de almas han sido y son algo así como psicólogos que ayudan a orientar a sus feligreses, desafortunadamente demasiados de estos  hombres —o mujeres— de Dios han utilizado y utilizan su poder para coaccionar a los demás con la amenaza del castigo eterno o bien para lucrarse financieramente.

Son pastores de almas perdidas que están tan o más perdidos que aquellos a los que pretenden orientar. Pero ¿quién no está perdido en este desconcertante e injusto mundo? Entiendo que el punto está en reconocer ese estar perdido en uno mismo buscando cómo orientarse mejor día a día para el propio bien y por extensión para el bien de todos, el punto está en el sincero sentir de corazón más allá de la falsedad generalizada.

Las películas analizadas conmueven en sus retratos de ese estar perdidos en las gentes y en los pastores —de Cristo— que se ofrecen a orientarlas. Un joven con historial delictivo se muestra como un excelente sacerdote en la Polonia rural actual en  Corpus Christi (Boze Cialo, 2019).

Y en Elmer Gantry una mujer “milagrosa”  incorpora a su equipo de evangelización a un charlatán que se manifiesta como hábil pastor de almas en la Norteamérica de principios del pasado siglo.

Antes de proseguir debo advertir de los inevitables spoilers en el análisis en torno a estas dos obras maestras de la cinematografía internacional y contemporánea:

 

«Corpus Christi»: Una joya del cine polaco

Jan Komasa nos conmueve en este bello drama basado en hechos reales. Una de sus mejores bazas es la excelente interpretación del laureado actor teatral Bartosz Bielenia como Daniel, el joven protagonista de la historia; su presencia, su porte y especialmente su mirada impactan.

Daniel es un tipo carismático y potente que cumple condena en un gris centro de detención juvenil. Allí impera la ley del más fuerte y él ha aprendido a posicionarse en ese criadero de conductas violentas y amorales.

Pero él es sensible y siente la vocación de ayudar a los demás, Daniel quiere salir del pozo en el que se encuentra por “méritos propios”. Se lo confiesa al sacerdote que oficia en el centro y al que ayuda, quiere ingresar en un seminario.

El hombre le comenta la absurda realidad de su Iglesia: no puede hacerlo dado su historial delictivo, y la Iglesia Católica no acepta como pastores a hombres tan “descarriados” como tú. La abismal distancia entre el hacer/pensar del holding católico y el mensaje/ejemplo del humilde Jesús. Triste y patético.

Así, debe renunciar a su vocación cristiana por esas estrictas reglas y regresar al mundo como paria. No obstante el azar y su propio deseo harán que sea confundido como sacerdote y oficie como tal en un pequeño pueblo al que había acudido para trabajar.

Y substituyendo temporalmente al padre titular se ganará a todos los feligreses. Lo hará con palabras sentidas frente a las habituales letanías de tantos clérigos y especialmente lo hará con su actitud valiente y empática. Porque —como suele suceder— tras la aparente armonía y la bondad de esa comunidad cristiana se ocultan actitudes radicalmente opuestas al mensaje del maestro al que rezan.

Se hace evidente que Daniel encarna el espíritu de Cristo, se muestra como hombre de grandioso corazón que llora y se conmueve con el dolor de todos y que es capaz de sacar lo mejor de cada cual. Él es la encarnación de la verdad que pone en evidencia la falsedad de esos cristianos de palabra y no de obra. Él consigue que se den cuenta de sus errores y se perdonen poniendo fin al conflicto social que los enquistaba.

Pero no puede seguir siendo luz para esa comunidad que se ha ganado por corazón. No puede por la ceguera e intolerancia del sacerdote —da igual los frutos, prevalecen los dictados eclesiales— que acude allí para devolverlo al mundo como paria sin derecho a ser lo que es.

Es bella la escena de su última Misa en la que Daniel —tras voltearse para mirar al Cristo en la cruz— se despoja de su túnica y sale semidesnudo en luz solar a su indeseado destierro.

Es arrojado por un supuesto hombre de Dios al mundo violento que quería dejar atrás. En la durísima escena final lo vemos de nuevo en ese centro juvenil de anti-ayuda en el que su potencial de pastor redentor muta —en forzada subsistencia— a líder violento.

Así como Jesús muere derramando su sangre en la cruz de la intolerancia y la incapacidad de entender de tantos hombres y mujeres de su época, siglos después Daniel se ve abocado a ensangrentarse por la intolerancia de los “herederos” del maestro y la incapacidad de entender el alma humana por parte de una sociedad —la nuestra— que sigue prefiriendo tirar piedras al hermano señalado como paria. Triste, muy triste.

 

 

 

«Elmer Gantry»: Una actuación soberbia de Burt Lancaster

Richard Brooks adapta brillantemente la novela homónima de Sinclair Lewis que es una crítica al mundo de los pastores de almas y a la sociedad en general. Ambientada en la Norteamérica de principios del siglo XX, nos presenta a la hermana Sharon una mujer con “poderes” que es pastora evangélica y que acepta al charlatán Elmer como colaborador en su misión evangélica.

Jean Simons y Burt Lancaster son los actores que encarnan a esa singular pareja, les acompañan en el reparto grandes de Hollywood como Arthur Kennedy, Shirley Jones o John McIntire. Mención especial merece la brillante interpretación del mítico actor neoyorquino como el apasionado pastor Elmer (Lancaster) que le valió —entre otros premios— un Óscar y un Globo de Oro.

Porque ese hombre de verbo fácil vive intensamente, lo vemos feliz rodeado de amigos mostrando su habitual cara mundana de simpático seductor y —es Navidad— su no tan conocida faceta espiritual como conocedor de los textos bíblicos. Elmer sabe hablar y convencer, sabe vender los productos que comercializa y sabe venderse a sí mismo ante la gente (especialmente si son mujeres atractivas).

Pero todo es una fachada que refleja la mentira de la incipiente sociedad del consumo —estamos en los inicios del siglo pasado— en la que el éxito y la posesión material definen la felicidad. La realidad es que Elmer malvive con lo poco que logra vender y que exprime al máximo su don para lograr favores que le permitan sobrevivir. En él conviven el anhelo material con la voluntad de entrega que emana de su corazón noble.

Así, cuando se cruza con la hermana Sharon queda seducido por el bolsillo al darse cuenta de lo que recauda en cada conferencia–reunión y también seducido por el corazón tanto por la belleza magnética de ella como por la misión salvadora que lidera y la cual mucho resuena con su sentir.

Acaban juntos convirtiendo a cada vez más gente a la fe evangélica. Elmer es la cara más mundana —sabe por experiencia de los “pecados” de la carne y la avaricia— que remueve conciencias con métodos teatrales en los que la amenaza del castigo eterno es protagonista. Y Sharon es el rostro angelical, la cara amable de ese Dios justiciero que ofrece salvación y cura a los perdidos cual Jesús.

Pero la asociación tanto “profesional” como personal acaba fracasando por un chantaje de una mujer prostituta que conoció al Elmer vividor. Aunque el tema se aclara, él se desengaña y se da cuenta de que su prioridad no es la misión. Así, Elmer le propone a Sharon dejarlo todo e iniciar una nueva vida lejos de las multitudes.

Propuesta mundana que choca con la prioridad de la hermana evangelizadora quien en una nueva reunión de masas realiza una curación milagrosa, será su última exhibición porque un incendio accidental acabará con su vida

Un significativo y simbólico incendio. El fuego de la pasión terrenal que ella siempre ha reprimido y que ahora ese hombre que la ama le despierta. Y su convicción ciega de que nada va a sucederles a sus feligreses ni a ella misma en su condición de “elegida”.

Así, la vemos intentando calmar a las gentes que huyen en estampida proclamando su convencimiento, Elmer no puede llegar a ella por esa marea humana y Sharon no le ve ni le oye en su priorización divina.

La película pone en cuestión la fe religiosa. La que ella tiene y no le salva a pesar de sus poderes; la que Elmer tiene y pierde —al menos en parte— al darse cuenta de la aparente inutilidad de su misión, de la fragilidad de su obra, de lo fácil que es que los fervientes seguidores se conviertan en violentos detractores.

Y en ese comportamiento social también hay una crítica al fanatismo religioso que aleja a la persona de aquello que dicen creer. Un fanático tiende a ver al que no lo es como enemigo, para un fanático “cristiano” ese sentir entra en contradicción con el ejemplo de Jesús, pero un fanático por definición sólo ve lo que quiere ver y en consecuencia repudia la verdad desnuda que precisamente encarnó el maestro.

Otros aspectos colaterales son puestos en evidencia en esta excelente —y transgresora para la época— película: la avidez por el poder, el éxito y el dinero en los pastores de Dios; el poder religioso condicionando los poderes públicos policiales y políticos (sólo la prensa actúa libre sin miedo al castigo divino) y la influencia de la palabra de los predicadores —para bien o para mal— sobre las gentes.

Quizás pueda parecer que 100 años después todo eso ya no tan es así pero ya se sabe que las apariencias engañan.

 

«Elmer Gantry» (1960)

 

Desnudez, amor y verdad

Ambas obras se centran en seguidores de Jesús, quien encarnó como pocos el amor y la verdad. Al igual que otros maestros, sus palabras y obras han sido y son tergiversadas por los estamentos religiosos que se proclaman sus herederos.

Es triste que las iglesias hayan estimulado guerras “santas” y persigan el amor libre. Es triste que se cubra el cuerpo por pudor y se haya justificado la muerte del prójimo no creyente. Es triste la acumulación de riquezas de las iglesias cristianas en un mundo donde demasiados seres humanos pasan penurias y mueren de hambre.

En Elmer Gantry se nos muestra la falsedad de quienes dicen aborrecer —por ser “pecado”— la carne, el juego o la avaricia pero a escondidas practican sin reparos estos actos “impuros”. La falsedad de los disfraces y máscaras que portan políticos, empresarios, sacerdotes y otros poderosos, la falsedad de un mundo en el que se tiene miedo a andar desnudo en la autenticidad, la falsedad de un mundo que se esconde en las apariencias rehuyendo la verdad.

Elmer ha sido siempre un artista del disfraz como sobreviviente nato, pero cuando sufre en propia piel la difamación decide dejar atrás tantas mentiras y apariencias para abrazar la verdad: su amor mundano por Sharon.

Pero la evangelizadora no quiere renunciar a ser una grande de dios, a su poder sobre la gente; aunque Sharon se ha disfrazado de santa humilde tiende a distanciarse del contacto con todos (no solo de Elmer). La hermana va disfrazada y no lo reconoce, la hermana se cree la»verdad» pero también se exhibe vestida de conveniente mentira piadosa.

Entiendo que es Daniel —el protagonista de Corpus Christi— quien más se acerca a la encarnación del amor y la verdad. Daniel es auténtico y humilde, en sus sermones y actos hace participar al otro sin buscar protagonismo ni poder. Se conmueve por todos, no hay distancias en él.

Su amor es terrenal y divino al unísono, hace el amor en piel y corazón con la chica que ama (la joven que ayuda en la parroquia) y hace el amor —en corazón desnudo— con cada miembro de esa comunidad. Y no tiene reparo en mostrar su torso tatuado en su última Misa.

Sólo en la desnudez somos verdad, sin disfraces ni máscaras ni maquillajes. En la desnudez nacemos, en la desnudez de la piel y del corazón está la luz del amor. Como expresa la cita anónima del encabezado: “A la mentira le gustan los disfraces. La verdad prefiere andar desnuda”.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Imagen destacada: Corpus Christi (2019).