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[Ensayo] «Cuentos completos»: La maestría estilística de James Salter

Este conjunto de veintidós relatos —con un prólogo rutilante e incisivo del autor irlandés John Banville—, es una demostración de artesanía narrativa y sabiduría vital, que rara vez desciende en intensidad, y la cual se expresa bajo la estética de una prosa vertiginosa y breve, capaz de grabar con unas pocas frases el retrato oblicuo de un personaje o los detalles quemantes de una escena.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 17.9.2023

La expectativa suele ser un anzuelo traicionero, que surge del agua con una presa menor a la esperada. Las sorpresas, en la vida de un lector, son el mayor regalo. En tiempos de exceso escritural, de la polución publicitaria del mercado editorial, es difícil encontrarse de sopetón con un escritor desconocido, para nosotros, al que le bastan unas páginas para deslumbrarnos, para volvernos adictos.

Esto se produce en parte por mi ignorancia de la diversa galaxia de cuentistas norteamericanos, por no decir eslavos o chinos, opacados por la condensación de atención que generan nombres como Raymond Carver o John Cheever.

Así, entre ellos dos nació un escritor tardío, un hombre de acción, piloto de las fuerzas armadas que participó de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra de Corea, para volcarse a la escritura con la publicación de su primera novela, Los cazadores, en 1956, y un año después renunciar al ejército para ejercer su vocación literaria a plenitud.

Ese escritor un poco secreto fuera del mundo anglosajón es James Salter (1925 – 2015), un maestro del estilo como pocos, cuyos Cuentos completos fueron publicados hace poco en castellano en la línea narrativa de editorial Salamandra.

De esta forma, el conjunto de veintidós cuentos con un prólogo rutilante e incisivo de John Banville, es una demostración de artesanía narrativa y sabiduría vital que rara vez desciende en intensidad. La prosa vertiginosa y breve, capaz de grabar con unas pocas frases el retrato oblicuo de un personaje, los detalles quemantes de una escena, respira con propiedad, está repleta de vida y cuidado.

 

Placeres intensos

Los relatos de Salter suelen indagar en un par de escenas en el arco vital de un par de personajes, a veces en una sola, como en Veinte minutos, donde una mujer rica cae con violencia de un caballo y pasa sus últimos minutos de vida agonizando, recordando espasmos de memoria, trazos de sus vidas posibles, de sus anhelos y frustraciones.

Muchas veces vemos una tensión erótica que no se limita a la imaginación, que coquetea peligrosamente con la destrucción de un matrimonio o la inocencia de una chica italiana, como en American Express, donde dos abogados norteamericanos pasean por Italia con una muchacha de quince años cuyo silencio no es del todo sumiso.

El erotismo en Salter no es escandaloso ni demasiado sutil: se habla de sexo, se lo huele, se lo imagina y prefigura, como cuando dos muchachas hablan sobre Lucien Freud, el pintor, que una de ellas vio observando ensimismado una pintura. Pese a tener sobre 70 años acuerdan que se lo «follarían» sin dudarlo.

También en algunos relatos aparecen poetas que se devanean entre el alcoholismo exuberante y la gracia del anonimato. Actúan con un magnetismo que afecta profundamente a las mujeres que los conocen en una cena de amigos o a partir de la relación de amistad y algo más que lleva con su esposo, como en Regalo.

El poder de las relaciones y la perduración del amor a lo largo de las décadas, en encuentros que reviven viejas historias, en llamadas telefónicas que parecen entre paréntesis en los cuales el pasado invade como un temporal el presente, los giros y matices en el diálogo de una pareja, sus dichas y guerrillas cotidianas, son materiales que Salter domina con una eficacia asombrosa, casi mágica.

De esta manera, la sofisticación estilística de un Flaubert convive en su prosa con la percepción cotidiana de una joven mujer de la segunda mitad del siglo XX, con la sinuosidad de la rutina y las grietas sentimentales, bajo una naturalidad tomada de la vida misma. Uno ve a los personajes como desde dentro, los acompaña en sus erráticos destinos:

Por abajo pasaba un hombre solitario: era Hedges. Iba sin corbata, con el cuello de la chaqueta levantado. Caminaba sin rumbo: iba en busca de sus sueños. En los bolsillos llevaba billetes arrugados, cigarrillos curvados. La blancura de su cabello se distinguía desde lejos. Lo llevaba sin peinar. No se hacía el joven, estaba más allá de eso: se había adentrado en el corazón de su vida, en su obra fracasada; era un hombre que tomaba trenes a los suburbios, que bebía té, que esperaba algo, una prueba final de que su talento había sido tan grande como el de los demás.

Es una mirada que de tan transparente llega a ser abrasadora. Frases breves como clavos en el madero. Pinceladas impresionistas que de pronto alcanzan cotas poéticas para caer de nuevo a la gravedad de una realidad insuficiente.

No hay necesidad de explicar, las vidas se muestran en la intemperie de cada noche, de cada día. No en vano Susan Sontag dijo de la escritura de Salter: «que recompensa especialmente a aquellos para quienes la lectura es un placer intenso».

Un conjunto de relatos fascinante que invita a ser saboreado una y otra vez.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Cuentos completos», de James Salter (Salamandra Narrativa, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: James Salter.

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