Cada uno de los tres textos que componen este libro del autor trasandino Luis Sagasti tematizan, tanto a nivel formal como en sus contenidos, la manera en la cual se difuminan los géneros literarios, en una expresión del pensamiento que facilita dicho ejercicio, y donde cabe lo poético, lo narrativo, y el análisis intelectual.
Por Rocío Casas Bulnes
Publicado el 4.1.2024
«Nunca se sabe bien cuándo y dónde comienzan las cosas, no hay un solo arroyito que dé inicio al Amazonas, aunque pueda remontárselo hasta la cumbre desde donde fluye. Puede suprimirse esa corriente y de todos modos el Amazonas igual llegaría al océano. Y de igual forma, lo que se antoja ahora como río de grandes barcazas, es al mismo tiempo un arroyo que cae desde lo alto para que junto con otros conforme un nuevo lecho del que aún no conocemos nada».
Así reflexiona Luis Sagasti (Bahía Blanca, Argentina, 1963) en su libro de ensayos Cybertlön, publicado por primera vez en el 2018 y recién llegado a tierras chilenas gracias a Komorebi Ediciones. El conocimiento y sus transmisiones se ven aquí como parte de la cultura viva, con cauces inesperados. Se van mezclando lenguajes distintos que fluyen en la dirección del tiempo. Finalmente, como bien lo dice el libro, debemos asumir que nada conocemos. Este sigue siendo el mejor punto de partida.
Profundamente eruditos a la vez que humildes, de una escritura a la vez sencilla y poética, estos ensayos resultan muy contingentes aun considerando la cantidad de transformaciones que han sucedido en nuestro planeta dentro de los últimos años desde su primera publicación. Sus referencias son siempre interdisciplinarias y pasan con notable fluidez por la música, el cine, las artes visuales, la literatura occidental y latinoamericana, sobre todo dentro de las eras modernas y contemporáneas.
Leerlos es entrar en mundos que se suceden unos a otros sin temor de realizar saltos temporales o de burlar las supuestas fronteras entre formatos. Se mezclan escenas de la vida cotidiana con representaciones de varios imaginarios de la crítica del arte.
Como los recuerdos de la infancia, cuando se cuenta cómo en Argentina se instruía a los niños utilizando enciclopedias Losétodo. Al parecer, estos tomos aspiraban a reunir el conocimiento necesario ordenado alfabéticamente en listas de conceptos.
La voz de estos ensayos, relatando en primera persona, vuelve a esos lugares formativos. A nivel colectivo esa lectura unió a muchas infancias de su país y al menos para una generación resulta imposible olvidarla. Aun cuando de pronto dejaron de existir:
«Cuando chicos, nunca sabíamos, ni nos preguntábamos, por la suerte corrida por las zapatillas viejas cuando nos compraban un par nuevo. Desaparecían sin dejar rastro. Toda la ropa, en verdad, en un momento desaparecía. Lo mismo ocurrió con los Losétodo. Llegó un día en que no los vimos más, ni preguntamos por ellos. Acaso fueron regalados a un primo más chico, donados, o terminaron en alguna caja de esas que nunca se abren».
Exploradores perdidos en la imaginación
Cada uno de los tres textos que componen el volumen tematizan, tanto a nivel formal como en sus contenidos, la manera en la cual se difuminan los géneros literarios. Es escritura ensayística en todo el sentido de la palabra, la cual en tanto expresión del pensamiento, facilita dicho ejercicio donde cabe lo poético, lo narrativo, y el análisis intelectual.
El ensayo tiene un lugar extraño dentro de la cultura chilena. En este país aún se confunde a veces el ensayo con la escritura académica, incluso con la escritura periodística, aunque se sabe al menos a nivel teórico que no es lo mismo.
De esta forma, el libro sí se enmarca en una tradición ensayística profunda dentro de su propia cultura argentina. Llega a la nuestra refrescándonos y recordándonos la necesidad de darle a esas escrituras el lugar que se merecen dentro de la literatura de más alto nivel:
«Aún puede encontrarse algún tipo de experiencia de lectura, ya que no queda en claro el género al que pertenece, por momentos estamos delante de un ensayo, por momentos de una novela, o bien de una serie de soliloquios». Este libro en varias ocasiones se encuentra a sí mismo en sus descripciones sobre otros textos.
Pensarnos desde nuestro lugar de enunciación como latinoamericanos resulta productivo al enfrentarnos a un libro que trata temáticas interculturales, puesto que nosotros mismos somos particularmente interculturales por naturaleza. Como sociedades occidentalizadas —diferentes a las occidentales— hemos sido educados con referentes sobre todo europeos y estadounidenses por lo que los manejamos bastante bien.
Además, conocemos nuestros propios referentes culturales y eso nos da una perspectiva más abierta para absorber los de otras culturas que, junto con nosotros, han sido llamadas tercermundistas y su desarrollo es desde la subalternidad.
Hoy, las formas en que los conocimientos componen imaginarios se van fragmentando en redes virtuales, el internet cambia para siempre nuestra manera de pensar e incluso la estructura de nuestro cerebro. Cabe preguntarse una vez más porqué escribimos, y cuáles son los motores que movilizaron esas escrituras antiguas. Al parecer fue necesario registrar las hazañas de Gilgamesh porque ellas siguen relatando las nuestras hoy en día.
Las preguntas no cambian demasiado, aunque el algoritmo detecte y lance de vuelta nuevas formas de responder. Tenemos aún a la escritura como una herramienta para atravesar las dimensiones desconocidas y los antiguos le hacían consultas al I Ching como ahora se planteamos a Google, a quien ya se le llama a manera de chiste profético el oráculo de nuestros días.
Qué dirían hoy esos vanguardistas europeos de comienzos del siglo XX, profundamente sorprendidos y admirados con la velocidad de las máquinas: la locomotora, los autos, el avión. Aquellos futuristas que desde el fascismo italiano soñaron con destruir todo rastro del pasado y que, paradójicamente, dejaron obras formalmente mucho más tradicionales que sus coetáneos surrealistas y dadaístas.
El arte contemporáneo da uno de sus primeros pasos aquí, con la puesta en escena de objetos cotidianos y la profunda creencia de que la creación artística es capaz de construir nuevos mundos que nos salven de la ruina.
Con la indagación de nuestra propia psique y el autoconocimiento como ejercicio inevitable dentro del océano que nos consume, acostumbrados ya a andar como los personajes del Aguirre de Herzog: exploradores perdidos en la Amazonía queriendo conquistar algo que habita en la imaginación.
Así: «las diferentes esferas del quehacer humano se repliegan sobre sí mismas, hacen foco en sus principios constitutivos como si afinaran instrumentos para dar cuenta de que una realidad allí fuera se les escapa cada vez más».
***
Rocío Casas Bulnes es investigadora, docente y comunicadora especializada en estudios culturales. Doctora en estudios americanos con estudios previos en la historia del arte y literatura. Con más de diez años de investigación constante en proyectos de financiamiento estatal y privado, tanto en Chile como en el extranjero. Autora de publicaciones en medios periodísticos, especializados, y de los libros El hombre de siempre (Hueders, 2014) y Fauna improbable (IDEA, 2023).
Imagen destacada: Luis Sagasti.