[Ensayo] «De un infierno a otro»: Como los ecos de un tiempo extraño

El volumen de la escritora chilena Julia Guzmán Watine está formado por diez cuentos, y en ellos predomina un tono oscuro, de no saber claramente frente a qué estamos, en historias con personajes misteriosos, y los cuales paciera que viven de espaldas a estos días tan mediáticos y exitistas.

Por Juan Ignacio Colil

Publicado el 10.7.2024

Siempre que iniciamos una lectura tenemos expectativas. No sé bien lo que esperamos. ¿Sorprendernos, emocionarnos, descubrir otras miradas? Puede haber muchas respuestas y supongo que son todas válidas. Pienso que los libros son puentes que extendemos al espacio, al tiempo y por los que alguna vez atravesamos.

Cuando leo cuentos siempre tengo la duda, si los libros de cuentos deben tener una unidad o no, deben aparecer los mismos personajes, o el tono, o estar relacionado de alguna manera unos con otros, o por el contrario, si deben ir cada uno por su lado, cada uno mostrando una fotografía de su propio mundo, sin importar lo que diga el vecino.

Así, cuando comienzo a leer y me sumerjo en las historias o las historias me envuelven y me olvido de esas preguntas iniciales, y me olvido del número de páginas y del tiempo, creo que se ha operado el milagro. Uno se deja llevar por la lectura y por las experiencias de los personajes y las respuestas a esas preguntas y las mismas preguntas ya no importan. Porque lo realmente válido es ese tiempo en que uno permanece inmerso en aquel microcosmos.

De un infierno a otro, de Julia Guzmán Watine (Viña del Mar, 1975) está formado por diez cuentos. En ellos predomina un tono oscuro, de no saber claramente frente a qué estamos. Historias con personajes misteriosos.

Cinco de los cuentos están protagonizados por los investigadores Miguel Cancino y Ester Molina. Miguel tiene una tienda de libros viejos en una galería en Providencia y Ester, entre otras cosas, carga con una historia de abandono de la cual nos enteramos de algunos trazos. Ambos me parecen que viven de espaldas a estos tiempos tan mediáticos y exitistas.

También conocemos a otros y sobre todo «otras» personajes de diversos ambientes y en todos ellos vemos que son personas que están librando sus propias batallas íntimas, personajes que pareciera que van a la deriva y tratan de mantenerse a flote sobre la existencia.

Me pareciera que sus vidas están marcadas por el peso que ejercen los demás con sus prejuicios, sus conductas, sus obligaciones. Pienso que esos personajes buscan una salida a lo que sea, aunque sin saber que la buscan.

También en los cuentos existen escenarios oscuros: la ciudad en medio de la pandemia, ya de por si la palabra pandemia a cada uno nos trae nuestras propias ideas, nuestros recuerdos de lo que parece que fue un paréntesis surrealista que ocurrió en otra parte.

 

En varias capas narrativas

Otros escenarios: la noche, una cabaña en un bosque en Chiloé, una casa okupa, una casa en el Cajón del Maipo, la plaza de un barrio, la habitación de un hotel, una celda. Pero en todos ellos existe una presencia mayor, algo que acecha, que está afuera de la narración.

Sabemos que lo que dicen los personajes está en la superficie y bajo ella se mueven las fuerzas. En esta parte me puse esotérico; uno comienza a leer y descubre que las historias van de un punto a otro, los personajes se mueven, van en busca de algo, hay un motor que los hace ir hacia alguna parte desconocida, pero además siempre existe esa atmosfera mayor que los envuelve y que genera una inquietud en el lector, porque surge una tensión y uno no sabe hacia dónde va, pero intuye que existe algo perturbador.

Entonces, me parece, que esa atmosfera extraña es más relevante y va devorando a los personajes.

De esta forma, en el cuento «Silencio en la noche», una autora debe escribir un cuento en poco tiempo y su hermana la ayuda quedándose con su hijo y así la escritora se va a un hotel a pasar la noche y a trabajar sin tener interrupciones domésticas, pero en su cabeza siempre está la preocupación por su hijo, por su responsabilidad, hasta que movida por el hambre sale de la habitación y la historia se trasforma, da un giro y se abre a otra historia.

Así, lo que pensaba que era una clásica narración de una escritora con problemas para escribir toma otro carácter, donde afloran aspectos más íntimos y luego en el cuento «Un amigo circunstancial», entramos a la historia que escribía la autora durante esa noche.

De esa manera, Julia Guzmán nos va envolviendo en varias capas narrativas, profundizando cada vez más.

 

Santiago estaba cubierto por un velo

Por ejemplo, en el cuento «La máquina del tiempo» Ester y Miguel cruzan la ciudad en medio de la pandemia a bordo de una moto, y mientras viajan, Miguel divaga:

“Era extraño que a mediados de junio todavía hiciera calor durante el día. Los casi 25 grados acompañados de una luz invernal provocaban un efecto tétrico al ya desolador panorama silencioso. Costaba entender que todo este disparate de encierro, permisos y asuntos de vida o muerte se encontraran en lo cotidiano, en la rutina del encierro y la pobreza. ¿Qué tipo de vida era esta? ¿Valía la pena intentar la supervivencia si el futuro se veía tan incierto. Cancino se dejaba perder en sus laberintos mentales y observaba la ciudad silenciosa (al parecer Santiago estaba cubierto por un velo de mutismo temeroso), en el que deambulaban enemigos sin rostros, con miradas esquivas y acalladas por un filtro alienante».

Creo que las divagaciones de Miguel Cancino, todos las tuvimos en su momento. Ese estado en que nos sumergimos en la pandemia (recuerdan que se hacían encuentros vía zoom sobre diversos temas, pero siempre con el apellido «En pandemia»: la escuela que se necesita en pandemia, las nuevas masculinidades que surgen en pandemia, a la construcción de la crítica en pandemia, taller de cuentos en pandemia, etcétera), como si agregarle el «en pandemia» fuese el código necesario porque antes había otra vida que no necesitaba esa explicación, esa aclaración era una forma de decir que el asunto era confuso. Suena a contradicción, pero no lo era.

Recuerden que estaba el tópico de los permisos, y los vecinos denunciaban a otros, y uno miraba con recelo cuando alguien tosía, y uno pensaba dos veces antes de ir a ver a un familiar.

Y estaban las vacunas, y unos miraban en menos a los que se ponían la vacuna china, y la gente que no se ponía la vacuna era señalada con el dedo enguantado, y los funerales eran con un puñado de parientes y todo eso no se perdió en el aire, creo que esas sensaciones quedaron en alguna parte dando vueltas como las ondas de las radios.

Julia ha plasmado en estos cuentos, no sé si consciente o inconscientemente, esa atmosfera de incertidumbre y confusión, por eso estas historias quedan resonando en nuestra memoria como los ecos de un tiempo extraño que nunca terminamos de entender.

 

 

 

 

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Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno y autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017).

Asimismo, por el volumen Espejismo cruel (Editorial Los Perros Románticos, 2021) fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018, que entrega cada temporada la Ilustre Municipalidad de Ñuñoa.

 

«De un infierno a otro», de Julia Guzmán (LOM Ediciones, 2024)

 

 

 

Juan Ignacio Colil Abricot

 

 

Imagen destacada: Julia Guzmán Watine.