La obsesión de Juan Mihovilovich (en la imagen destacada) para hurgar en los rincones arcanos de una personalidad alucinada continúa el esfuerzo que llevaron a cabo, entre otros, el autor argentino Ernesto Sabato en «El túnel» a fines de los años 40, y después el narrador nacional José Donoso con «El obsceno pájaro de la noche» a mediados de los 70.
Por José Promis Ojeda
Publicado el 20.10.2021
Las novelas y relatos breves que Juan Mihovilovich (Punta Arenas, 1950) ha venido publicando desde mediados de la década de 1980 —específicamente desde 1983, cuando apareció La última condena— lo definen como un autor que ha hecho suyo el proyecto narrativo de observar los laberintos más recónditos y oscuros de la personalidad humana, aquellos espacios que normalmente quedan fuera de las representaciones superficiales ya sea porque no interesan en una narrativa de pura entretención o porque exigen manejar un lenguaje cuyo dominio escapa a los novelistas de buena voluntad y mucho entusiasmo.
Estos últimos ofrecen relatos que impulsan al lector a avanzar con agilidad, relatos que se desarrollan horizontalmente y que no precisan de detenciones nacidas de la sospecha de haber perdido algún dato iluminador o dejar alguna clave desapercibida.
Las novelas de Mihovilovich, por el contrario, obligan a una lectura en espiral, a un progreso pausado que no conduce la mirada del lector hacia delante, sino que la empuja a descender, a contemplar lo que está debajo de las palabras.
El movimiento de su novela Desencierro (Lom Ediciones, 2008) es el de un lento viaje de desvarío que conduce verticalmente a las claroscuras sinuosidades de la conciencia porque, como dice su narrador: «Estará de acuerdo que no hay laberinto más enigmático que nuestra mente».
El lenguaje como instrumento de expiación
La obsesión de Desencierro para hurgar en los rincones arcanos de una personalidad alucinada continúa el esfuerzo que llevaron a cabo, entre otros, Ernesto Sabato en El túnel a fines de los años 40, y después José Donoso con El obsceno pájaro de la noche a mediados de los 70.
Sin embargo, la voz del personaje de Desencierro se encarga de establecer la distancia que separa su concepción de la realidad con aquella de Juan Pablo Castel: «Procedo de un pozo negro, ¿no lo entiende? El pozo soy yo. No. No se trata de un túnel. El túnel tiene entrada y salida y suele ser horizontal… Pero mi procedencia es la nada misma».
Su caracterización guarda más cercanía con la de Humberto Peñaloza, «el Mudito» de la obra de Donoso. Pero aunque ambos son personajes trastornados que se retuercen en un espacio mental laberíntico, kafkiano, incapaces de distinguir los límites, si los hay, entre la realidad y la pesadilla, entre lo vivido y sus espejismos afiebrados, la esquizofrenia del «Mudito» ha nacido de un visceral sentimiento de inferioridad social, y la del personaje de Mihovilovich es la visceral conmoción provocada por una culpa moral.
Desencierro recoge, pues, en sus páginas, los temas más característicos de la narrativa anterior de Mihovilovich, pero conduciéndolos a una nueva alternativa de resolución. La novela adquiere la forma del relato testimonial que pretende justificar una culpa cometida y utilizar el lenguaje como instrumento de expiación.
Contemplamos el extenso soliloquio con que un individuo innominado responde a las preguntas de un interlocutor (cada uno de nosotros) que lo visita en el lugar donde este personaje ha sido recluido, un lugar al que la voz narrativa no permite escapar de su bruma.
Puede tratarse de un asilo de ancianos, una habitación de un hospital psiquiátrico, la celda de una cárcel para presos políticos o su propia conciencia enajenada. Para explicar las razones de un episodio ocurrido en el pasado, este personaje decide exponer la historia de su infancia y adolescencia, organizada en torno al eje de un amor mancillado.
Así, Mihovilovich nos obliga magistralmente a ser los atónitos auditores del testimonio de una mentalidad alucinada que se esfuerza por escapar de su encierro explicando, justificando, rememorando e incluso a veces mofándose del asombro y de la incredulidad que descubre en nuestro rostro.
Desencierro será un texto imprescindible cuando se escriba el breve catálogo de las mejores novelas chilenas contemporáneas.
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José Promis Ojeda (1940) es un escritor, profesor y crítico literario chileno de amplia trayectoria en círculos académicos y medios periodísticos.
Imagen destacada: Juan Mihovilovich (Crédito: Loreto Pérez).