El filme del realizador alemán Wim Wenders corresponde a una historia muy singular que narra la vida rutinaria de un hombre sencillo que acude a diario a su trabajo de limpiador de aseos públicos con una dedicación y minuciosidad como si de la más importante ocupación se tratara.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 7.3.2025
Komorebi es una palabra japonesa que viene a significar «resplandor de luz y sombra» y contiene la idea de que el nacimiento de la belleza proviene del juego íntimo de ambos elementos contrarios. Aparece definida en el último fotograma de la película Días perfectos (Perfect Days, 2023) cuando ya han desaparecido los títulos de crédito finales.
Fue rodada esta en Tokio por el veterano realizador alemán Wim Wenders a partir de un guion conjunto con el escritor Takuma Takasaki. Se trata de una historia muy singular que narra la vida rutinaria de un hombre sencillo que acude a diario a su trabajo de limpiador de aseos públicos; labor que cumple con dedicación y minuciosidad como si de la más importante ocupación se tratara.
El resto de su tiempo lo dedica a contemplar el filtrado de la luz en las copas de los árboles, a cuidar las plantas, a escuchar en anacrónicas casetes la música de la era dorada del pop y del rock, y a leer novelas y ensayos de autores como William Faulkner, Patricia Highsmith y Aya Köda. Todo ello vivido cada jornada como un día perfecto. No en vano, el título de la película procede de la canción de Lou Reed «Perfect day».
Con todo, especialmente significativo es el libro Árbol de la autora japonesa (Köda), donde se señala que el corazón que admire los árboles tiene una gran ventaja, porque hacerlo de esta manera nutre el alma. También la novela Las palmeras de Faulkner habla de lo cotidiano como de una corriente de agua que fluye repetida y eterna.
Esta es la trayectoria espiritual de Hirayama, el protagonista de la historia: una actitud de agradecimiento por lo que le ha sido dado en su vida como un don o una gracia, una aceptación de la misma por lo bueno y lo malo, por todo lo existente.
Por lo tanto, parece abrigar en su interior el epitafio de la tumba de Nikos Kazantzakis, cuya leyenda anuncia: «Nada temo, nada espero, soy libre».
Nuestra forma humana de vivir la eternidad
La primera sorpresa de la película proviene del acercamiento entre la cultura oriental y el estoicismo grecolatino.
En efecto, la posición de Hirayama recuerda al «Amor fati» («amor al destino») de los filósofos Epicuro y Marco Aurelio cuando señalaban que: “uno ve todo lo que sucede en la vida, incluso el sufrimiento y la pérdida, como bueno o necesario”.
Sin embargo, el estoicismo engloba un sentimiento de orgullo intelectual por sobreponerse a las pasiones que no se da en el personaje central de la película, en el que todo resulta natural y espontáneo.
Y aquí surge la mayor sorpresa del relato: la conexión entre la civilización japonesa y la fenomenología alemana de principios del siglo XX.
Max Scheler fue un interesante filósofo de esa época (actualmente revalorizado) que desarrolló una teoría de los valores sobre la que fundamentó una profunda e influyente ética. Dentro de esta axiología, destacaba la «virtud», una tendencia hacia lo bueno, lo bondadoso y la práctica del bien que mana desde el interior de la persona hacia el exterior.
Es la conducta que muestra Hirayama con su sobrina Niko, con su compañero de trabajo y con el hombre dolorido por un cáncer avanzado hasta fundir en un juego su sombra con la del otro para formar una unión que simbólicamente sobrepuje la soledad terminal del enfermo.
Hirayama es un hombre que siente lo «sagrado» del mundo, que reverencia y respeta lo que existe, el misterio de las cosas y los seres humanos sin pretender cambiarlos ni explotarlos. Hay algo de franciscano en su mirada y su sonrisa. Gottfried Keller confiesa por boca del héroe de su novela La risa perdida cuando le preguntan por su religión: aquella que «no es capaz de manifestar impertinencia alguna» con el mundo.
Se presenta de este modo el «hombre religioso» en una especie de panteísmo a través de un sentimiento de amor por todo aquello qué es y por cómo lo es. Ortega y Gasset presentaba en su ensayo Meditaciones del Quijote al amor hacia las cosas como una vía de conocimiento al responder estas luciendo su misterio.
Es reveladora de la vivencia del tiempo que profesa Hirayama la secuencia en la que advierte a su sobrina sobre la prisa: «ahora es ahora» y «la próxima vez es la próxima vez», le dice, señalándole el presente como nuestra forma humana de vivir la eternidad.
Un buen resumen del contenido de esta película lo ofrecen los versos de Jorge Guillén que aquí se transcriben pertenecientes a «Aire nuevo III, Homenaje»:
Con la luz, con el aire, con los seres
Vivir es vivir en compañía.
Placer, dolor: yo soy porque tú eres.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: Días perfectos (2023).