En la esperada nueva novela de Ana Arzoumanian surge un estilo que parte por diferenciar el holocausto de los genocidios, una distinción necesaria, ya que el drama judío ha sido reconocido internacionalmente y una consecuencia ha sido la creación de un Estado, mientras que el genocidio sufrido por el pueblo armenio a comienzos del siglo XX, solo cuenta con algunas legitimaciones parciales.
Por Aníbal Villa Segura
Publicado el 9.6.2024
«Mas a pesar de su arte, mi ojo es torpe:
Dibuja lo que ve, no lo que escondes».
William Shakespeare, en el Soneto XXIV
Armenia es una calle que en el otoño lloroso de Buenos Aires cruza las avenidas palermitanas. En el centro de un paisaje transitado llegamos a uno de esos cruces. Al frente está el Tadrón donde nos deja al ómnibus, es un teatro circa armenio donde Ana Arzoumanian estrenó Milena e Irene, periodistas sobre su libro La jesenská hace ya un año, con suceso.
Cruzando, esta nuestro destino, el espacio RSRT, una tienda multifuncional, con bar, bebidas bocados armenios que en mi pueblo sucumbían bajo el significante «masarabe». Nos tientan las sedas y la morbidez de las lanas, tocar, no tocar. Capturan nuestros ojos los brillos que anillos, pulseras, collares, imprimen a las luces de local.
No, no es la de decir Las mil y una noches y zafar, el clima glorioso multicolor, es el de aquellas películas de Ferzan Özpetek, ídolo otomano del cine.
Ana espera a sus invitados, elegante como siempre, enjoyada con discreción exultante, cabello con los rulos chiquitos, dándole sentido al local como la lana, la seda y las joyas, Armenia es ella y sus alrededores.
Escritora, abogada, intelectual, Ana es extraña, singular mujer de occidente con impronta oriental, por lo mismo es extranjera y nativa y en esta doble, pero múltiples facetas Ana representa la extimidad lacaniana en mujer, este concepto nombra justamente lo que no puede decirse.
Un concepto paradójico en tanto se trata de aquello que nos resulta más próximo, más interior, sin dejar de ser exterior. Quiero dejar claro, Ana no representa el «crisol de razas» trasnochado de los 80. La cinta de Moebius nos explica nuestro ser, deviniendo (Deleuze, Guatari).
Ante la totalidad de esta escena me fue difícil no pensar en una gran obra: El jardín de las delicias, detallado tríptico del Bosco que se abre y cierra —cual pulsátil inconsciente— con mil y un enigmas. Aunque sabemos que no todas son delicias en ese jardín, del que Lacan mismo se ocupó.
La obra de Ana Arzoumanian es múltiple, teatro, poesía, ensayo, relatos, apoyada en los vectores que implican su ser femenino, en un preciso pensamiento crítico.
Hace más de diez años y por la magia relacional de la escritora Liliana Heer, nos conocimos en la presentación de su libro fundamentado y erudito: El depósito humano, una geografía de la desaparición, al que recurrí varias veces como fuente de información; nuestra amiga se destaca en lo fundamentado de su obra. La jesenská es otro ejemplo, parafraseando a Nabokov enseñando el Ulises, para leer a Kafka recomiendo consultar La jesenská.
Una víctima en duelo
En la presentación de su libro, Dispara hacia atrás surge un estilo que aplaudo, la autopresentación que parte de diferenciar el Holocausto de los genocidios, distinción necesaria ya que, desde lo macro, el drama judío ha sido reconocido internacionalmente y una consecuencia ha sido la creación de un Estado.
Mientras, el genocidio armenio tiene reconocimientos parciales, como el argentino, que fluctúan con los intereses sectoriales internacionales (Armenia) o de los gobiernos (Argentina, caso del sí, pero no).
También una diferencia es el grado inconmensurable de horror por los cuerpos. El Holocausto tiene profundas fosas comunes con cadáveres. El pueblo argentino, como el armenio sufre la ausencia de muertos, donde Néstor Perlongher halló campo para la denuncia necesaria en el poema nacional «Hay cadáveres»:
En lo preciso de esta ausencia
En lo que raya esa palabra
En su divina presencia
Hay cadáveres.
Somos una generación envuelta en una política de anulación, siendo y teniendo el tercer lugar en la triste genealogía del exilio o la desaparición somos nietos de desparecidos o del exilio; Ana en su ser armenio, yo en mi ser español. España es un caso a desarrollar de genocidio y sufrimiento por las víctimas aún desconocidas del franquismo.
La obra de Ana explica como una marea de negación priva a los muertos de su muerte tanto que, al desaparecer cadáveres, se priva así a los muertos de su continuidad en el ciclo vital.
Para los descendientes, la genealogía, tan apreciada por las tradiciones aristocráticas, está hecha trizas. Los distintos modos del duelo se imponen. Una víctima en duelo lucha contra los obstáculos para su elaboración, representados por la opresión y poniendo en valor la resistencia.
Un exilado buscará por su desposesión, apropiarse de los valores teóricos y funcionales de la cultura. En los genocidios los vectores de la alteridad: solidaridad, reconocimiento del otro, se hallan retrasados o escamoteados, de allí la importancia de la educación pública comunitaria.
Los esbozos enunciados previamente son severamente desautorizados por el gobierno libertario, de allí la necesidad de que libros como Dispara hacia atrás sean difundidos y leídos.
Imágenes del mundo distintas
Aparecen riesgos: en el escribir, el hablar con su opuesto el confinarse. Este dilema no pesa solamente sobre los escritores, científicos, docentes, estudiantes sino también a todo aquel que se oponga a las arbitrariedades más escandalosas del poder político.
Tal situación alcanza a todos aquellos cuya visión del mundo no coincide con la ideología del grupo gobernante, la cual se manifiesta en una serie de valores presentados como indiscutibles, quizás eternos en tanto postulados empíricos, tales como el optimismo, la representatividad, la tradición, la claridad conceptual —como afirmaba Juan L. Ortiz, en el siglo pasado, tan presente hoy—, para añadir a las cotorras del oficialismo que quieren hacer callar no solamente a las voces que los contradicen, sino también a muchas otras que presentan imágenes del mundo distintas.
Después de la profunda meditación con las palabras de Ana Arzoumanian se desplegó la belleza del mundo de su propuesta envolvente: danzas otomanas, danzas persas en los bellos cuerpos del resarcimiento de Malek Karla, Muriel Mahdjoubian, Martin Fuster, Elizabeth Pereyra.
Al son de la música y de los tambores armenios, apareció el Gran Bazar como espacio exótico, propicio para disfrutar la sensualidad de los placeres, fantasear con suntuosos espacios semiprohibidos que funcionan como un empalme del pasado —el mítico abuelo de Ana, en la ruta de la seda—, el presente —Ana y su libro— y el futuro signado y celebrado, con la reunión de amigos y defendiendo la conversación a campo rasante, según escribió Juan Gelman, en su poema «Descansos», publicado en un número de la revista Temps Modernes, de 1981:
Averiguar en qué rincones anduvo
Para dejar perecer todo este tiempo
Sin que nadie soplara la ceniza del agua,
El arco de los ríos que no responden,
No articulan los hechos del tiempo efectuado.
***
Aníbal José Villa Segura es médico psiquiatra y psicoanalista.
Imagen destacada: Ana Arzoumanian.