La novela de Edmundo Moure es interesante al plantear que los textos de un autor no le pertenecen, sino que pasan a formar parte del edificio de la literatura en cuanto es interpretado por otros. Pero en esta obra, el narrador ha inventado a una creadora del sexo opuesto y utiliza esa tribuna para interpelar (y provocar) a sus lectores.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 25.3.2024
A propósito de un diálogo de Dostoyevski, Moure le comenta a Micaela: «La humildad abre las puertas del paraíso».
El artilugio de Dos vidas para Micaela no es de fácil clasificación. Podría tratarse de una novela de iniciación acerca de Micaela Souto, en base a los recuerdos de su amigo Edmundo Moure Rojas (1941), pero ya en las primeras páginas el autor confiesa que inventó ese nombre para participar en un concurso literario en tierras gallegas.
Al obtener el primer lugar lo contactan para dar con su paradero e incluso le insinúan que ella es mejor cronista. El autor escribe una biografía alusiva, la historia del padre en la Guerra Civil española, mientras Moure la compara con sus experiencias en la dictadura de Pinochet.
Micaela no ha publicado libro, pero su amigo exhibió varias de sus crónicas en periódicos de oposición. Ella es buscada por uno de los agentes de la DINA y manifestará una voluntad inquebrantable.
Souto enviudó antes de consumar el matrimonio y luego se casó con un noruego. Se irá a refugiar a la Isla de Chiloé y terminará sus días en Puerto Williams. El lenguaje con que describe a Micaela es de ensoñación, casi un personaje del realismo mágico. En Calen conocerá a Antonio Cárdenas, folclorista de la zona con quién entabla una tórrida y destemplada relación amorosa.
Moure construye un diálogo epistolar con Micaela, donde ella le da consejos acerca de El libro de los anhelos. En base a estos intercambios el lector irá conociendo la personalidad de la cronista, inducción que deleitará al lector.
La humildad abría las puertas del paraíso
Dos vidas para Micaela es interesante al plantear que los textos de un autor no le pertenecen, sino que pasan a formar parte del edificio de la literatura en cuanto es interpretado por otros. Pero en este caso, el narrador ha inventado a una creadora del sexo opuesto y utiliza esa tribuna para interpelar a los lectores.
Los libros son conformados por palabras que son la base del lenguaje y Edmundo Moure construye una apología del mundo literario, describiendo una hermandad entre escritores y aquellos lugares que frecuentan. Excelente es el desdoblamiento a dos voces que hace el autor, sugiriendo que al lector no debiera importarle desde dónde se relata, sino que es el uso artístico del idioma lo cual habla por cada narrador, y en última instancia la cualidad estética que lo legitima ante las audiencias.
Decía Moure que la humildad abría las puertas del paraíso, pero hacia el final parece caer en esa trampa y comienza a dar un exceso de referencias acerca de Chiloé y su gente, comparándola con la cultura gallega. Aflora cierto orgullo por ese mundo, pero no a través de los personajes, sino a través del escritor, mientras los diálogos aportan más información y menos anécdotas que las interrelacionen.
Resulta extraño que suceda esto, al entender que Edmundo Moure recurre a un heterónimo justamente para hacer descansar al ego del escritor.
Hasta el capítulo «Epílogo coloquial», la construcción del artefacto era impecable, pero en esta sección el autor introduce demasiados personajes y los diálogos de esas voces narrativas (compañeros de escritura) se confunden con un hablante, la del propio Moure, que incluso absorbe el espíritu de Micaela.
Más adelante, en «Diálogos caleños», incluso las voces narrativas de Micaela Souto y de Antonio Cárdenas van confundiendo sus fronteras y el texto incorpora algunos poemas que el lector asume son del agrado del autor.
La magia de las dos voces se desdibuja en las últimas páginas y Edmundo Moure comienza a desaparecer. Se echa de menos que su voz se hubiese mimetizado en la de Micaela y ambos pudiesen disfrutar de ese Chiloé profundo replicando el cariño prodigado en las primeras 100 páginas del libro.
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y quien también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.
Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).
Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).
Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), Pensamiento delirante (Editorial Vicio Impune, 2023) y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).
Imagen destacada: Edmundo Moure Rojas.