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[Ensayo] «El administrador de almas»: Una lectura interminable

Los grandes dilemas del hombre resurgen en esta novela del autor chileno Iván Quezada, concebida con una estructura policial y fantástica, como inevitable meollo de nuestro desencantado tiempo, en cuya inextricable telaraña hemos visto la muerte de muchos de los dioses creados por el ser humano, como respuesta a su precariedad e indefensión frente a la muerte y a la decrepitud.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 5.1.2023

En 182 páginas, Iván Quezada (Valparaíso, 1969) construye una novela apasionante, que atrapa al lector desde las primeras líneas, en su discurrir a ratos laberíntico, como el proceso de armar un complejo rompecabezas a través de la narración, dilema que resuelve con la maestría de un escritor maduro, en pleno ascenso discursivo.

Así, el autor utiliza al narrador en primera persona, aunque no es el único, pues aparecerá otro indeterminado o supuesto, a la manera de Cervantes, cuando complementa los dichos de Cide Hamete o aclara situaciones algo crípticas. También algunos de los personajes asumirán esta labor de contar, desde sus propias perspectivas, las ocurrencias del relato. No hay aquí un narrador omnisciente, ni siquiera el que se siente dios.

De esta manera, se nos ofrece un mundo de características crepusculares, en que los planos temporales y geográficos se hacen un todo global donde se mezclan personajes venidos de épocas pretéritas, cuya permanencia se sustenta en la ansiada trascendencia de las letras, sean ellas filosofía, ciencia, pensamiento o literatura de ficción.

El escritor-detective conversa con sus pares de tiempos pretéritos, dejándonos en claro que esta práctica es uno de los mayores dones que nos otorga la literatura. Coincide en esto con el maestro Borges y su concepción de la biblioteca infinita.

 

Menesterosas creaturas

Reinaldo, escéptico personaje, protagonista y narrador, desarrolla los hilos de la trama con singular maestría narrativa, impregnada de fino humor, desenvolviendo un lenguaje pulcro y certero, al que se insertan expresiones coloquiales en diversas voces de la tribu, otorgándoles carácter y proyección universales.

Los sucesos más significativos de la historia reciente, la pandemia, la guerra ruso-ucraniana, son a la vez marco y referente para el deambular de los personajes tras la búsqueda febril de objetivos escatológicos. Junto a ello, los seres de nuestra angosta aldea del fin del mundo, con sus arrestos mesiánicos y el vicio devastador del poder; podemos distinguirlos en la constante parodia que Iván Quezada desgrana sobre la mesa de la novela.

Una terraza a la cual se sientan los comensales, animados por el recurso magistralmente empleado de la mayéutica, en diálogos tan sabrosos como sorpresivos, con el aporte impensado de su creador, el griego de los paseos peripatéticos por el foro de Atenas, que fundó este permanente cuestionar y cuestionarnos a través del ejercicio dialogante.

Los grandes dilemas del homo sapiens resurgen en esta novela de estructura policial y fantástica, como inevitable meollo de nuestro desencantado tiempo, en cuya inextricable telaraña hemos visto la muerte de muchos de los dioses creados por el ser humano, como respuesta a su precariedad e indefensión frente a la muerte y a la decrepitud.

Así, la mayor de las utopías, la inmortalidad, es una suerte de vértigo y afán que agita la voluntad de los poderosos de este mundo, tras la posibilidad de adquirirla mediante el dinero, en sus diversas expresiones, cuando las creencias en el paraíso ultraterreno, ganado por méritos personales o por la gracia de la Deidad, se han derrumbado como respuesta posible al humano desasosiego.

La ciencia exhibe también su impotencia, hasta ahora, para la consecución de ese fin último y luminoso. Quizá esto lo intuyera El Viejo, habiendo leído la predicción científica-literaria del sabio Stephen Hawking, que prevé un plazo de 600 años para la extinción de la vida en el planeta Tierra.

Iván Quezada, vuelto dios precario y dubitativo (Reinaldo), oxímoron que él resuelve con la única herramienta disponible para nuestra patética especie, el humor, que despliega de principio a fin, entendiéndolo como ese ejercicio inteligente y liberador que parte por saber reírnos de nosotros mismos, de nuestras dislocadas pretensiones, de la soberbia y la codicia, cuyos corceles apocalípticos parecen llevarnos a la desaparición de este ser construido con la argamasa de los sueños de un Dios al que parecen habérsele escapado de las manos sus menesterosas creaturas.

En el trasfondo de esta notable novela lúdica hay más de lo que observamos en una primera lectura, aunque la hayamos emprendido morosamente. Creo advertir entre líneas una propuesta estética y filosófica del autor, de la que habría que dar cuenta en otra instancia escritural y reflexiva.

Con todo, esos juicios quedarán también como tarea del lector, considerando que este es el único ente literario que posee un alma inmortal, aunque sólo le sirva para una lectura interminable.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1940) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

«El administrador de almas», de Iván Quezada (Editorial Mago, 2023)

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Iván Quezada.

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