Recién estrenado en la cartelera europea, el largometraje de ficción de la realizadora española Elena López Riera —protagonizado por las actrices Luna Pamiés, Bárbara Lennie y Nieve de Medina—, obtuvo el premio correspondiente a la prestigiosa sección Quincena de realizadores, en el Festival de Cannes de esta temporada.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 13.11.2022
Yo soy mi madre y esas mujeres de tantos años
Yo también tengo el agua dentro llena de mierda
Ahora soy yo quien va a contar mi historia.
Ana
En Orihuela, la localidad natal de López transcurre esta historia de naturaleza femenina. En esas tierras de la vega baja del río Segura también se filmaron sus galardonados cortometrajes que la impulsaron a crear esta notable ópera prima.
Una zona fértil —pese a la aridez circundante— que recurrentemente es inundada por las fuertes tormentas mediterráneas, tormentas que provocan grandes crecidas del río Segura. Así la ambivalente agua de vida tiene aquí un marcado aspecto oscuro.
Una zona de grandes contrastes naturales que conforman una simbología humana que López explora al retratar el proceso de individuación de su joven protagonista excelentemente interpretada por la debutante Luna Pamiés.
Ana —así se llama ella— es una adolescente muy sensible que se siente influida por una leyenda negra que inquieta a muchas mujeres del lugar. Y paralelamente Ana pertenece a una familia de mujeres que cargan con su leyenda negra particular, tanto su madre Isabella (Bárbara Lennie) como su abuela (Nieve de Medina) son mal vistas por muchos lugareños.
Miedo atávico
La leyenda comunitaria evoca la misteriosa desaparición de una joven novia que una noche de tormenta «sintió el agua por dentro y salió corriendo» hacia el río, una leyenda que cuenta a menudo la abuela de Ana y también otras mujeres de la vega cuyo relato a cámara se inserta en la acción a modo de documental.
En esa historia de realidad difusa —de ficción que transita entre lo real y lo imaginario simbólico— anida el miedo a la naturaleza femenina que somos, un miedo ancestral que ha definido y aún define la «suerte» del género femenino, de la humanidad en su conjunto y del planeta que habitamos.
Un miedo que históricamente el patriarcado ha abanderado en ambivalencia, por un lado intentando ignorar o menospreciar la naturaleza femenina temida y paralelamente reprimiéndola o encauzándola en sus limitados y limitantes parámetros del control con voluntad de someterla e incluso aniquilarla.
Pero la naturaleza femenina es la vida misma, es incontenible y busca ser vista, ser entendida, ser abrazada y no ser desdeñada como lo ha sido desde tiempo inmemorial. La naturaleza femenina —en nosotros todos sin distinción de sexo y en el planeta— clama, truena, inunda, seca y quema por tantos siglos de sordera y de represión.
Clama especialmente en la vega mediterránea del Segura que se desborda y causa estragos a todos los lugareños.
Clama la vega y clama en resonancia la feminidad de sus habitantes que encarnan fundamentalmente las mujeres —y también algunos hombres sensibles a ella que sin embargo no se retratan en la obra— que pueden «desbordarse» en cualquier momento y «causar estragos» a los muchos y muchas que —sin esa sensibilidad desarrollada y en su desconexión vital— la temen.
Así, las mujeres del lugar nos hablan de esa leyenda y de sus sensaciones ante la fuerza del agua e incluso alguna de ellas llega a afirmar su deseo de experimentarla con un ilusionado y valiente: «Quiero saber lo que es y enfrentarlo».
Mujeres que sienten, resuenan y buscan un más allá de lo conocido en la naturaleza que les rodea y la propia naturaleza que encarnan.
Ante esa actitud femenina, López nos muestra la actitud temerosa, burlona y ofensiva de los desconectados hombres que se nos retratan. Hombres que pintan palomas que utilizan en concursos, hombres que consideran despectivamente como mujer fácil a la madre de Ana y que sin embargo se vanaglorian de sus conquistas femeninas.
Hombres como el chico al que Ana se entrega y que ante su creciente sentir explosivo y ambivalente —el sentir de la naturaleza femenina que encarna y despierta en ella— optan por apartase con la lapidaria losa del patriarcado indolente: «se te ha ido la olla, estás loca».
Está «loca» esa adolescente criada en un hogar de mujeres que muchos —también el padre del chico— ven como maldito.
Está «loca» Ana por hablar al desnudo de su sentir —algo que ha aprendido en el hogar femenino—, por salirse de los cauces marcados por la «razonable» razón del limitante mundo impuesto como realidad única, por el caduco modelo del humano —hombre pero también mujer— que desdeña y demoniza la feminidad.
Gentes desconectadas que prefieran etiquetar como locura, maldición o similares (en otros tiempos brujería) todo aquello que no pueden ni quieren entender, en muchas ocasiones por miedo y en otras por no tener que cuestionar la irreal realidad a la que se aferran.
Sabemos que para nada es fácil entender ese rico y ambivalente mundo de lo femenino, pero ante la dificultad entiendo que no vale el desdén y la represión históricos. La humanidad y el planeta necesitan iluminar lo femenino desde la razón con corazón, necesitamos abrazar la ambigüedad femenina aunque duela.
Suciedad, sociedad
López parece apuntar en esta dirección al mostrarnos un micro-cosmos en el cual se evidencia la desconexión vital humana. La suciedad del río que arrastra todo tipo de residuos humanos con el plástico —material anti ecológico por excelencia— como principal protagonista; la suciedad también de las calles tras las fiestas nocturnas de los jóvenes quienes ante la falta de salidas del mundo que heredan se evaden y en su evasión no asumen su propia responsabilidad —ni que sea como símbolo— y en dejadez mimetizada contribuyen a la suciedad ambiental del mundo.
La suciedad del río y de las calles como imagen de la suciedad de la sociedad. Esa sociedad contaminada que parece incapaz de asumir los enormes retos que nos plantea el nuevo siglo y que son el resultado de la desconexión vital con la que hemos transitado históricamente y seguimos transitando por este mundo, un mundo al que pertenecemos y que no hemos respetado.
Y suciedad también la de los desechos que arrastra la tormenta que López nos muestra, resultan especialmente impactantes las imágenes de las montañas de bienes de consumo desperdigadas por la vega, bienes tales como los vehículos; montañas de objetos que invitan a reflexionar sobre nuestro apego a ellos, a reflexionar sobre el exceso consumista que nos define y que es factor fundamental de la explotación que sufre el planeta y el propio ser humano.
Voluntad de ser
Ante ese microcosmos asfixiante, Ana sabe que debe hacer algo más que lo que hicieron su madre y su abuela quienes parecen resignadas a ver pasar los coches por la carretera —el río humano— en el cual está ubicado el bar familiar que regentan.
Ana está en pleno proceso de individuación y busca el apoyo de su chico para salir de ahí física y psíquicamente, busca ser entendida y aceptada, busca ser abrazada en su desbordamiento emocional.
Busca en el otro lo que en realidad ha de encontrar en sí misma. Y como heredera de una tradición de mujeres que temen ser llevadas o aniquiladas por el agua, Ana decide desafiar al río en plena tormenta.
López nos muestra la devastación tras la tormenta y en voz el histórico de las más destructivas que asolaron la zona como una letanía de la leyenda que atenaza a la población, que atenaza a las mujeres del lugar, que atenaza a Ana.
Una Ana que se levanta bellamente sobre sí misma y sobre tanto cargado por tantas mujeres y hombres afirmando su voluntad de ser:
Yo soy mi madre y esas mujeres de tantos años
Yo también tengo el agua dentro llena de mierda
Ahora soy yo quien va a contar mi historia.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
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Imagen destacada: El agua (2022).