Libros como el del abogado José Ignacio Cárdenas Gebauer (Zuramerica Ediciones, 2020) son un buen torpedo para recapitular una continuidad de políticas públicas funcionales al tipo de carta magna imperante y así también al sistema económico que una ley fundamental sostiene y alimenta, en última instancia.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 11.2.2021
En 1998 el diario El Mercurio acuñó la expresión “Chile es el jaguar de América Latina”, lo que no solo fue un parangón —inocente y elogioso— del crecimiento económico del país con los “tigres (dragones) asiáticos” (Surcorea, Taiwán, Singapur y Hong Kong), sino también una lectura de la visión de país con lo que el lingüista ruso Roman Jakobson llamó “la función poética del lenguaje”.
La metonimia empleada por ese eje comunicacional estratégico continúa la senda epopéyica y el bisturí semiótico que el modelo neoliberal aplicó a sí mismo para fortalecerlo en la consciencia chilena. En los años 80, el economista estadounidense Milton Friedman empleó el ruido “el milagro chileno” también comparando la situación con la de otro tiempo y lugar: la recuperación de Austria y la República Alemana Federal (RFA) con su Wirtschaftswunder (milagro económico) posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Chile alguna vez fue un poema. En las páginas de La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga se canta a un momento pretérito de esta tierra. Del poético “fértil provincia y señalada” al milagro (un hecho que acaece por intervención divina) y al nahual (la transfiguración del brujo al animal para dañar). El jaguar como animal no pertenece a la geografía chilena. Sin embargo, en términos simbólicos, para la cultura maya implicaba poder, y también una ambivalencia con la luz y las sombras.
Para el neoliberalismo, los nombres son importantes. En esa línea, hay una consciencia adquirida de ganar en la batalla de los ruidos y de cuáles son los mecanismos lingüísticos destinados a la producción de sentido. En tanto el capitalismo gestiona los deseos, las necesidades y, por tanto, el cuerpo, dirige los significados y significantes para ingresar en la capacidad decisional de los sujetos.
El set de palabras, definiciones e imágenes fundan un sistema de símbolos y relatos posibles que actúan como espejos de la forma en que se leerán y configurarán los miembros de una comunidad.
El lingüista Victor Klemperer en su notable LTI. La lengua del Tercer Reich (1947) expone que la dominación del régimen nazi en la Alemania de los años 30 se debió en parte a mantener, por una parte, una absoluta uniformidad del lenguaje escrito y por otra, la homogeneidad del lenguaje hablado. En el caso chileno podría hablarse de una pinochetización de las costumbres y las maneras de comunicar. Algo cuyo análisis da para largo.
El título que motiva el libro de Cárdenas J. I. (Santiago de Chile, 1971) proviene de ese simulacro con los nombres que ha sido mediático para elogiar la cirugía institucional y socioeconómica cuyo motor más próximo se remite a la dictadura militar+civil de Augusto Pinochet Ugarte.
La escritura y publicación de El jaguar ahogándose en el oasis (Zuramerica, 2020) en palabras de su autor, es una reacción al momento histórico en que Chile se encuentra luego del 18 de octubre del año 2019. Y bajo esa ignición se abre paso en una posible explicación al malestar que resultó en el estallido social.
El colapso sociopolítico tuvo una previa parcialmente semiótica y semántica. Es posible hacer una lista de cuñas desafortunadas de personeros de la administración Piñera que indignaron a la población.
Desde “¿y por qué no hacen un bingo?” hasta “la gente va al policlínico para hacer vida social”, evidenciando más que una ignorancia de la realidad de cientos de personas, una burla de la clase dirigente sobre ellos.
En efecto, solo un par de días antes de que los estudiantes secundarios saltaran los torniquetes del Metro de Santiago, en octubre de 2019, el Presidente Sebastián Piñera declaró en una entrevista a un matinal: “En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, es un verdadero oasis, con una democracia estable…”.
Un entendimiento del presente
¿Y si Chile fuese un verso de Charles Baudelaire como por ejemplo “un oasis de horror en un desierto de aburrimiento”? Tal vez una mejor caracterización de la oleada de protestas cuya intensidad fue al inicio casi bimestral y la brutalidad policíaca en la pacificación del orden público.
Las palabras reunidas para el mensaje son relevantes. En la página 11, Cárdenas dice: “El propósito de este texto es presentar información y datos que, sumados a mi análisis personal, lleven a abrir los ojos con respecto a las causas que motivaron el despertar social del 18 de octubre.”
Un poco más adelante, expone que sus apuntes (el libro) van dirigidos al ciudadano común y a los bombardeados con títulos y frases grandilocuentes “sin que se les explique en palabras simples, lo que ha ocurrido en nuestro país desde los años ochenta a la fecha.”
Me llaman la atención las frases “abrir los ojos” y “despertar social”.
Por una parte, un monográfico que ordena y clasifica información relevante de las políticas públicas efectivas de los gobiernos desde 1990 a la fecha, las vincula con una exposición somera de modelos económicos liberales y con algunos destaques de la Constitución aún vigente, se queda en un esfuerzo divulgativo y una crónica de interpretación personal.
Por otra, la idea del sopor fue una retórica que se inflamó en el iter del estallido social. La consigna “Chile despertó” hizo eco sobre las llamas que aceleradas eran pequeños grandes incendios. No creo en una “larga siesta” ni en el adormecimiento, solo en una formación insuficiente, en una apatía in crescendo y en una falta de espacios —aunque cada vez aumenta— de diálogo.
Y a la vez, creo que no vamos a salir de una lengua hinchada de metonimias oníricas para entrar en una épica protestante monologal y acrítica.
De todas maneras, la evaluación de los últimos 40 años en Chile es un fenómeno complejo. Abordado desde la concurrencia de varias disciplinas tanto de las ciencias sociales y las humanidades hasta la especialidad de investigaciones laboriosas y de largo aliento.
El epílogo del libro titulado “la esperanza” me da luces de que es un trabajo constreñido a lo que se hizo, “lo que se dejó de hacer o se hizo mal” (p. 202), en términos de la gestión gubernamental, el rol del Poder Ejecutivo en la conducción del país y bajo el marco legal tanto vigente como reformado.
Cuando habla de lo que se dejó de hacer o se hizo mal, hay un ruido que hace difícil salvar los aspectos lúcidos de la exposición. Al evaluar el pasado, es difícil no caer en lo deontológico para deprimir el presente. Se atacan las consecuencias y las causas que, en su contexto, fueron rizomáticas no se tocan.
Por ejemplo, comentar las políticas públicas de la educación terciaria en este siglo como una omisión, pero a la vez no hacer un seguimiento desde la llamada “ley general de universidades” de 1981 y la proyección privatizadora de las casas de estudios conducentes a grados académicos y títulos técnicos.
Si bien Cárdenas enhebra una comprensión ideal de la educación, la salud y la seguridad social como derechos sociales y reprocha la gestión de sus ámbitos normativos hasta moldear a éstos como bienes de consumo (Piñera en 2011, por ejemplo), la crítica es a los márgenes institucionales del país y a lo que él insiste en describir como “la administración del modelo” por parte de los gobiernos de la antigua Concertación de Partidos por la Democracia.
Esa crítica bien puede no excluir a lo que ocurre extramuros de la institucionalidad del país, pero de ella se desprende una simplificación de los procesos sociales y psicológicos de la sociedad chilena.
Por lo mismo, no pensar las consecuencias en función de las causas no nos permite desembarazarnos de futuras piedras en el camino con igual similitud.
Y esto resulta de suma importancia, toda vez que los procesos de cambio constitucional y legal son instancias de negociación, diálogo y, ante todo, consensos.
Se habla de una vieja manera de hacer política, entre cuatro paredes, pero el acuerdo del 15 de noviembre del 2019, no fue sino un reflejo del tratamiento de los conflictos de relevancia política en los últimos treinta años y, por cierto, también propio del asambleísmo universitario del que la nueva camada de partidos (como Revolución Democrática, Convergencia Social y Comunes) es heredera y motor actual.
Otras formas de hacer política están en ciernes, en lo que respecta a espacios vinculantes y movilizadores a nivel nacional. Por más de que en las redes sociales se coloquen temas, hay un uróboros que se mueve de la noticia a la opinología y de ahí, a volver a empezar. La noticia funciona como un mecanismo de reinicio de lo que se habla. Cuando una cosa es noticia entonces ya no es.
La obsolescencia de la noticia en un archivo que se consulta para quitar profundidad a la discusión, ¿se han dado cuenta que un twitteo, una historia de instagram pueden llegar a ser noticia y más allá aún, pequeños focos de reproche disfrazados de juicio político? La reacción no necesariamente es una idea articulada.
En otro extremo, me es curiosa la ilustración que acompaña la portada del libro. Un gato mirándose como un jaguar al espejo. Es posible que el jaguar siga siendo tal o, en el peor de los casos, un cadáver o una cabeza colgada en una pica.
Me recuerdo de esa escena de la célebre novela de William Golding, Lord of the Flies (1954), donde los niños perdidos en la isla, tratan de fundar un orden, el que termina siendo uno manejado por la fuerza. El jaguar se da la mano con el escudo patrio. “Por la razón o la fuerza”, el jaguar reacciona por instinto, no pregunta, sobrevive.
Chile no es un jaguar, pero sí está manejado por gatos que se disfrazan de jaguares. O habría que poner ojo en lo que subyace al jaguar como símbolo y seguirlo bien de cerca, con atención a la pirotecnia sintáctica cómplice del modelo neoliberal.
El jaguar ahogándose en el oasis presenta un set de herramientas leídas por un profesional del derecho más inclinados a la opinión que al conocimiento. Su sentido general, recopilatorio y superficial no evidencia una investigación exhaustiva. Sino más bien el camino por el que el autor formula una pregunta que se responde a sí mismo.
En esa línea, no hay fomento de la duda y la sospecha, sino una instrucción en una parcela de sentido encaminada a un entendimiento del presente, al menos desde un presunto grado cero con asiento en octubre 2019.
Sin perjuicio de lo anterior, el relato de Cárdenas va bien para quienes deseen obtener algunas certezas con la lectura.
Los aciertos de una dictadura desarrollista
La crisis institucional y las fallas del modelo económico son un síntoma más del malestar que se articula más bien como un ánimo destituyente. De la lectura del apartado “Análisis por artículo” del cuarto capítulo del libro se desprende que la constitución actual tiene un entramado económico y también ideológico.
Una idea que, por cierto, la academia jurídica viene discutiendo hace décadas. Por ejemplo, en los trabajos de, entre otros, Arturo Fermandois, Patricio Zapata, Pablo Ruíz-Tagle, Juan Carlos Ferrada y Fernando Atria.
Esas investigaciones consolidadas en libros, papers, cuñas, conferencias han hecho eco en una parte de la población. Al menos desde hace un tiempo. Recuerdo las movilizaciones del año 2011 en las que se susurraba la idea de una nueva constitución para Chile.
De hecho, se hizo una plataforma que no prosperó llamada “La mayoría decide”, consistente en una consulta tipo plebiscito y la constitución de mesas de trabajo para confeccionar insumos y tareas en terreno.
Al margen de ello, la creciente politización de la juventud —al menos desde 2006— y el fortalecimiento de la protesta como herramienta política se ha transformado en un permanente ruido en las calles como forma de alzar la voz.
Sin embargo, no es sencillo hablar de “un país distinto (…) un país real, un país de todos” (pp. 201-203). Existe el riesgo de caer en un vaciamiento de significados y, por tanto, de un entendimiento que funcione como el mejor postor de mercado.
Percibo que la defraudación de la clase política a la gente y la crisis de representatividad —que suena más fuerte desde las elecciones del 2013 y agudizada el 2017— coloca a la ciudadanía en una postura de exigir sus derechos e instala una cultura de tolerancia cero al abuso. Esto puede ser inicuo si se lee con el lenguaje de la economía o la gestión y manejo empresarial de los dos gobiernos de la administración Piñera.
Aunque, en lo personal, tendría algo de distancia con la crisis, el neoliberalismo crea crisis para resolverlas. O al menos ese es el consejo que Friedman entregaba a los estudiantes en sus clases en Chicago. Si el trabajo es a nivel semiótico y concentrado en la producción de sentido, ¿no nos parece raro que lo más evidente sea una conversación a tener?
Pienso en las nociones básicas y en el lenguaje escrito y hablado que soslaya lo esencial. Quizás el experimento de Bachelet de los cabildos abiertos pudo ser una instancia importante de diálogo y participación ciudadana, un poco también arrebatándole la especificidad del lenguaje legal que reside en los distintos operadores jurídicos.
Ahora bien, concuerdo con Cárdenas en que la educación es “la base del desarrollo para cualquier nación (y) que conduce a un país subdesarrollado o en vías de desarrollo, a convertirse en un país desarrollado” (p. 79).
No obstante, ¿qué significa el desarrollo para un país que se vanagloria de los aciertos financieros de una dictadura principalmente desarrollista? Por otro lado, ¿qué significa el desarrollo si en el continente los regímenes autoritarios han tenido ese foco?
Cuando hablo de vaciamiento de significados reflexiono, por ejemplo, con uno de los eslóganes del estallido social. “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Preguntas: ¿qué es la dignidad? ¿A qué nos referimos cuando usamos “digno” como adjetivo? ¿Qué es realmente un salario digno?
Solo pongamos esa última pregunta en personas que tienen distintas realidades financieras, ¿logrará una parte “abrir los ojos” respecto de la otra? ¿O más allá de ver, comprender? Más allá del acuerdo posible, ¿cuáles son las vías para ello? No creo que “dignidad” se pueda leer solo desde el campo económico o desde el imperativo moral.
Cárdenas tiene las mejores intenciones de contribuir al debate en el plano jurídico-económico. Quizás es consciente que las variables legales y políticas tienen una dificultad en su movimiento, debido a la fortaleza de los conceptos, indicadores y datos de relevancia financiera.
Mover una pieza jurídica es mover una económica. Detrás de las intenciones, conclusiones prematuras que realmente no abren la discusión, sino golpean la mesa y contribuyen a formar argumentos de autoridad.
Después de todo, el tsunami de redes sociales quita racionalidad a sus usuarios e instala una sobredosis de presente y emocionalidad, una paranoia empática, moldeándose a piacere de perfiles y rasgos distintivos, sujetos de control.
Si bien en Chile ya es posible observar la influencia de las redes sociales en los movimientos del mundo real, pienso en la antesala del estallido social y en la alta concurrencia a la votación del pasado 25 de octubre, es algo que no es preciso ni subestimar ni dejar que pase inadvertido.
El colapso sociopolítico tuvo una previa parcialmente ética. Me recuerdo de esos días en la calle, una olla a presión donde la desconfianza terminó por volar la tapa. El jaguar en la olla a presión. Y también el estallido como una consecuencia posible de una década de protestas e incremento de la participación (al margen del electoralismo) en incipientes espacios de diálogo y, por otra parte, la continuidad de lo que Adam Smith llamó “el progreso natural de la opulencia” con el reverso que incrementa la desigualdad y el anverso que potencia la educación del chileno promedio en el sometimiento a las leyes y variables del mercado.
Libros como el de Cárdenas son un buen torpedo para recapitular una continuidad de políticas públicas funcionales al tipo de carta magna imperante y así también al modelo económico que sostiene y alimenta. Así también del intersticio de tres décadas entre un afán privatizador y reductor del Estado.
Ya cerca de concluir, y parafraseando a Thoreau en clave neoliberal, ¿el mejor Estado es el que interviene menos? Esa pregunta le viene bien a la actual constitución en vías de derogación orgánica.
Al otro lado, sospechar: ¿por qué tener una excesiva confianza en el Estado? En definitiva, ¿por qué seguir confiando si no se confía en realidad?
Quizás sea mejor pensar que el jaguar no se ahogó en el oasis, sino al revés. Queda ver quién va a seguir encarnando al jaguar después primer tramo de incertidumbre que es el 2021, tanto electoral como constituyente, ¿será que la metáfora de Raúl Zurita se volverá real y Chile entero será un desierto?
Contra todo mal augurio, es de esperar que el jaguar no esté vagando otros 40 años por el desierto.
El futuro es ahora.
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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.
Crédito de la imagen destacada: Reuters.