[Ensayo] «El poeta y el tiempo»: Una inyección en el corazón de la eternidad

El volumen que reúne tres textos de largo aliento de la autora rusa Marina Tsvietáieva, es una obra bellísima y valiente, y la cual piensa el quehacer literario con nervio y precisión, pero también con imaginación y lucidez, bajo las formas de una rara combinación estética surgida en la fauna de los escritores.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 2.8.2024

Si existen la cuatro estaciones de la literatura no me cabe duda que el invierno es el reino de la literatura rusa. Nadie como los rusos, ese país que limita con Dios, como decía Rilke, han sabido navegar las profundidades del espíritu humano y traducir esas pasiones crudas, esa lucha contra las heladas que amenazan con congelar nuestro corazón.

El bosque y la nieve han penetrado en el espíritu ruso, dotando a sus escritores de una fuerza primordial, de una potencia que conjuga lo terrestre y lo divino. Volver a la literatura rusa es estar dispuesto a zambullirse a una gruta marina y bucear hasta perderse, hasta quedar con las últimas reservas de oxígeno y sobrevivir gracias a la resiliencia y a la belleza que nos contagia. Es por eso que redescubrir a una de sus grandes poetas es una alegría enorme, un golpe de vida que sacude la trivialidad de esta modernidad.

La poeta que enciende estas palabras es Marina Tsvietáieva (1892 – 1941), poeta y ensayista mejor conocida en el mundo hispanohablante por su correspondencia con Rilke y Pasternak, pero cuya profundidad y estilo sui generis la hace merecedora de mucha más atención.

El libro que nos permite entrar en su obra y en sus preferencias y pensamientos más apasionados sobre la literatura es un conjunto de ensayos titulado El poeta y el tiempo, reeditado por Anagrama.

 

Ese territorio vasto que llamamos misterio

Y qué mejor manera para conocerla que a partir del primer texto del volumen, su «Respuesta a un cuestionario», en que nos cuenta sobre su familia (su padre, un especialista en literatura europea y profesor de historia del arte, su madre, una polaca de familia noble con un raro talento musical), su infancia, sus pasiones, sus libros preferidos (Los nibelungos, La ilíada y El cantar sobre las huestes de Igor) y sus países predilectos: la antigua Grecia y Alemania.

Con esa información ya nos podemos formar una idea de la intensidad y el espectro temático que explora en su obra.

Ajena a los movimientos literarios, observadora flotante de la revolución rusa y sus profundas transformaciones en el pueblo, así como de la imposibilidad de que un poeta siguiera los dictámenes del partido, solo fue fiel a sí misma, a sus pasiones y su curiosidad, a su afinidad con grandes poetas como Rilke o Pasternak, y sobre todo a su devoción por el oficio poético.

Como dice en su abordaje al problema de la crítica y la creación, en el ensayo «Un poeta sobre la crítica», al intentar responder la pregunta para quién escribo: «No para millones, no para uno solo, no para mí. Escribo para la poesía misma. La poesía a través de mí, se escribe».

Y, ya lanzada en su intento por traducir cuál es la verdad escurridiza de la poesía, ese misterio que es una inyección en el corazón de la eternidad, Marina se manda un párrafo espléndido en que aborda el milagro poético que es abrir los candados del mundo sin conocer las cifras de su clave:

«¿Conoce o no el poeta la combinación de las cifras? (En el caso del poeta —debido a que el mundo entero está bajo candado y hay que abrirlo todo— cada vez es una cosa distinta, cada poesía es un candado, y bajo cada candado hay una verdad, cada vez distinta —única e irrepetible— como el candado mismo.) ¿Conoce el poeta todas las combinaciones de cifras?».

Son palabras y metáforas que solo aparecen gracias a un ramalazo de inspiración, a una peculiar forma de disponibilidad gestada en el silencio más profundo, potencia de la que son capaces solo algunos poetas devotos de la poesía no como simple artificio, sino como nave lanzada a los mares desconocidos de ese territorio vasto y no cartografiado que llamamos misterio.

Párrafos de esta envergadura, hechos de pura cosecha y lucidez sin garantías, escritos con pasión y una disposición a enfrentar de lleno los grandes temas de la creación poética, la verdad y la conciencia en el oficio poético, abundan en este compendio de textos que acaba con un ensayo sobre su particular visión de las cartas de Rilke, quizá un pretexto para expresar su amor y pasión por este poeta con un pie en el siglo XX y otro fuera del tiempo, en una especie de purgatorio etéreo visitado por los ángeles terribles, cuando le susurraron sus grandes elegías, los mismos que seguramente también visitaron en sueños a Tsvietáieva.

Una obra bellísima y valiente que piensa el quehacer poético con nervio y precisión, con imaginación y lucidez, rara combinación en la fauna de los poetas. Seguramente uno de esos libros escritos por poetas que mejor traduce o intenta dilucidar lo que es el oficio poético sin sacrificar el misterio, sino que abrazándolo y explorándolo con hondura y sin arredrarse ante la magnitud del desafío.

 

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El poeta y el tiempo», de Marina Tsvietáieva (Editorial Anagrama, 2024)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Marina Tsvietáieva.