En la novela polifónica de la eximia narradora, filóloga y clasicista, Irene Vallejo —publicada originalmente en 2015, y reeditada ahora por Random House—, su autora compone una reescritura amena y apasionante de la primera parte de la epopeya del inmortal poeta romano Virgilio, y la cual acompañó a Dante Alighieri en su viaje por el infierno y el purgatorio.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 4.6.2023
Vino nuevo en odres antiquísimos, lenguaje de antaño y de hoy, tan cercano, tan al borde de la escalera que lleva al cielo de la eternidad literaria, esa gloria provisoria, pero que, aun así, ha perdurado más que los imperios, los generales y templos de la antigüedad.
Esa es la materia narrativa que trabaja la novela polifónica de la eximia escritora, filóloga y clasicista, Irene Vallejo, titulada El silbido del arquero, reeditada por Random House, en la que compone una reescritura amena y apasionante de la primera parte de la Eneida, epopeya del inmortal poeta romano Publio Virgilio Marón, que acompañó a Dante en su viaje por el infierno y el purgatorio.
No es faena para cualquiera el acometer la reescritura de una de las obras cumbres la poesía occidental, pero quizá no haya nadie mejor preparado para llevarlo a cabo que la escritora hispana, versada en las lenguas y cultura clásica grecolatina, con una prosa que funciona como una espléndida caja de resonancias, bebiendo del texto original a la vez que le otorga la agilidad y cercanía que permite hacerla más accesible al lector contemporáneo.
La defensa de los clásicos se ha realizado de muchas maneras, pero es una evidencia difícil de digerir para los lectores y escritores más avezados el que, fuera de sus círculos endogámicos, el lector más común, ese que va a la librería de vez en cuando, suele decantarse más por las novedades, por la prosa expedita y cinematográfica, que premia a corto plazo, pero se resbala pronto por los desfiladeros del olvido.
Difícil imaginar una táctica más efectiva para reavivar la lectura de los clásicos que reversionarlos de forma tan placentera y sólida como lo hace Vallejo con la Eneida.
El desasosiego y la belleza
De partida nos hallamos con el naufragio de la tripulación comandada por Eneas, el héroe que ha zarpado con los sobrevivientes de la derrota de Troya, narrada en la Ilíada de Homero, en busca de una nueva tierra en que cumplir la profecía que augura la creación de un imperio formidable en la península itálica.
El problema es que el naufragio ocurre en costas africanas, frente a la incipiente fortaleza de Cartago, ciudad también fundada por una exiliada que huyó de otra guerra, Elisa, la hija del rey de Tiro.
Así, el artificio polifónico que ocupa Vallejo nos permite entrar en la piel de Eneas y de Elisa, pero también de su media hermana Ana, pequeña pitonisa con una mancha en su cara, y de un diosecillo escurridizo que juega con sus destinos y pasiones, Eros, el que todo lo ve y puede entretejer corazones con leves susurros y un manejo sutil de las circunstancias.
Claro que no podía faltar el compositor original de tan magna obra, Virgilio, cuyas tribulaciones y contradicciones emergen en sus monólogos y vagabundeos por la urbe romana, siglos después, mientras trata de llevar a cabo el encargo colosal que le ha encomendado el emperador Augusto como pago del favor que le ha hecho a sus padres al no quitarles su campo y hogar a favor de sus soldados.
La prosa con sabor a música clásica, casi susurrada entre las frondas de olivos de las costas mediterráneas, con que Irene nos sumerge en el relato fundacional del imperio romano, desde perspectivas tan diversas y complementarias como las de una niña, un viejo escritor, un dios y dos enamorados cuyas ambiciones los llevan a destinos divergentes, es un placer casi narcótico, que nos permite viajar a esa antigüedad soñada, abigarrada, destrozada por las guerras y las esperanzas insatisfechas del amor. Una vindicación del libro como la máquina del tiempo más eficaz y evocativa.
El vino que corre en sus palabras es sangre nueva y remota, acueducto casi imposible en que confluyen las aguas de la historia y el canto, en que la intimidad de un par de personajes forja también el destino de sus pueblos respectivos, de una enemistad que tendrá repercusiones por los siglos de los siglos.
Una obra espléndida que es quizá la mejor puerta para entrar de nuevo al clásico que le da sus raíces, su claridad meridiana.
El desasosiego y la belleza que arrasa toda nuestra poesía, reavivado no por la reinvención, sino por la llana artesanía de una lectora capaz de reimaginar un libro con más vidas que cualquier gato, la savia de cuyo canto continúa resonando en esa cámara de resonancias que son los corazones humanos.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Irene Vallejo (por Marilú Báez).