Para narrar este soplo de vida literario que transita entre la ciudad y la historia, el escritor nacional Juan Ignacio Colil se despoja de todo adorno y con una cadencia precisa, como golpe de martillo, exhibe el sello indeleble de su narración: la anécdota en algún momento se expande hacia regiones de lo impensado, y todo en un tono escéptico, sarcástico y hasta melancólico.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 4.7.2023
La novela El sol en la escalera (2023) es una nueva obra del escritor chileno Juan Ignacio Colil (1966), publicada por LOM. En esta editorial han aparecido sus trabajos: El reparto del olvido (2017), Un abismo sin música ni luz (2019) y el relato juvenil Al otro lado del río/Nometu lewfü mew (2022).
Juan Ignacio Colil es uno de esos escritores que, sin estridencia, sin parafernalia, sin una prensa devota, ha construido una obra sólida que se ha edificado desde el año 2003, cuando ganó el premio Alerce con 8cho relatos, su debut literario. A los títulos ya citados se suman otros textos como Lou (2007), Al compás de la rueda (2010), Tsunami (2014), entre otros.
Todo esto da cuenta de un trabajo sostenido por dos décadas, que ha sido favorecido por una serie de premios que se han hecho recurrentes tanto en nuestro territorio como galardones que ha obtenido en España y Argentina. Por tanto, se puede hablar con legitimidad que tiene una voz propia y un universo particular en el que se mueven con soltura distintos actores entre la realidad histórica y la ficción.
El espacio habitual en el que se mueve Juan Ignacio Colil es la novela negra o relato noir, como lo bautizaron los franceses (¡Gracias a Dios existen los franceses!, como dice por ahí Woody Allen) y podemos hablar de esas narraciones que descubren un mundo oculto en las sombras, que convive de forma paralela con nuestro entorno. Y que obviamente, está vedado para la mayoría de los mortales.
Un mundo que tiene sus propias reglas y lógica. Un lugar habitado por ladrones, asesinos, estafadores y una extensa caterva de las más singulares personalidades, y en algunos casos, individuos ruines y abyectos, que la sociedad prefiere encerrar, ignorar o esconder bajo la alfombra.
Por lo general, lo que mueven estos relatos son crímenes, desapariciones o comportamientos anómalos que alguien comienza a investigar, ya sea un policía, un detective privado, un reportero o un profesor-fotógrafo. La profesión, o el oficio, no importa.
Lo realmente significativo es que alguien descubre una falla, una oquedad o una conducta que no cuaja en esta pared que se ve tan sólida (esta pared que conocemos como realidad) y por ahí se ingresa a este mundo dominado por fuerzas insondables.
De este modo, esta solidez sobre la que vivimos, tan firme y objetiva, se resquebraja y se convierte en un espacio lleno de callejones, apariencias, contradicciones y espejismos.
Así, muchas veces Colil hace ingresar a sus personajes en una tierra que pone a prueba sus convicciones pues las cosas nunca son lo que parecen ser. Y entonces, puestos en este trance, los protagonistas, algunas veces de forma casi casual, logran captar lo imperceptible, como un tesoro perdido que ha estado más allá de todos desde siempre y al fin alguien accede a él.
Los delgados hilos que forman al ser humano
Todo esto relatado con ese timing narrativo que posee Colil. Hay algo de flautista de Hamelin en todo buen narrador. Y él, es sin duda, lo es: un narrador que parece tener un pie en la larga tradición de contadores de historia y un pie en la modernidad más moderna.
Por un lado, Colil sabe cómo contar una historia. Maneja los énfasis, los silencios, las expectativas del destinatario, como una serpiente encantando a sus incautas víctimas. El lector es conducido por caminos que se hacen muy entretenidos, virtud un tanto olvidada en estos tiempos en las letras nacionales, para luego sorprenderlo con un quiebre inesperado y, sin haber pestañado, se ha ingresado en la boca del lobo.
Y, por otra parte, suele desarticular los relatos, volviéndolos piezas de rompecabezas que el receptor debe encontrar y terminar de armar, de manera paciente y minuciosa. No obstante, siempre existe un agregado: quedan una o dos piezas olvidadas (o perdidas) en algún rincón, en algún recoveco, en algún sendero, para que el misterio quede flotando en el aire, como si algo nunca se dejase completar o dilucidar del todo. Como la vida misma.
De esta manera, el misterio, la búsqueda y el descubrimiento son los motores que Colil imprime a sus escritos. Y para qué. Para hablarnos de la existencia, el presente, el futuro, los sueños, la memoria, el olvido, la impunidad, entre otros asuntos que son también los temas de un continente azotado, además, por la violencia.
Y es justamente estos temas que están representados en su última obra El sol en la escalera. En este relato, aparece Santiago, un profesor que ha quedado cesante después de décadas de trabajo, justo unos días antes del estallido social. Lo acompañaremos para ver el nuevo giro que tomará su propia vida mientras sale a buscar un nuevo laburo. Asimismo, junto a él, recorreremos la capital, donde se palpita una energía social que poco a poco va tomando las calles.
La experiencia de Santiago en medio de su crisis laboral, en medio de una crisis familiar, detona en él una crisis existencial, que se refleja en una pareja con la cual se reencuentra y que parece volver de un tiempo profundo: Hortensia y Ricardo.
Gracias a ellos, el relato nos lleva a través de fotografías que vuelan por diferentes décadas para bucear en la historia y en una memoria que se avizora extemporánea o extra temporal.
Y para narrar este soplo de vida que transita entre la ciudad y la historia, Colil se despoja de todo adorno y con una cadencia precisa, como golpe de martillo, exhibe el sello indeleble de su narración: la anécdota en algún momento se expande hacia regiones de lo impensado. Y todo en un tono escéptico, sarcástico y melancólico.
Los delgados hilos que forman al ser humano, memoria y recuerdo, lentamente van implosionando, como Santiago, ciudad o protagonista, como las fotografías, como las calles, como las paredes, todo tiende a sucumbir.
El sol en la escalera es una rara avis que nunca se deja de domar cien por ciento. Hay algo que uno trata de asir, pero se resiste puesto que el círculo no cuadra. Y ahí uno siente que, sin proponérselo, ha caído en una de esos relatos de Juan Ignacio Colil, esas extravagantes historias que, si salieran de boca de otro, jamás las creeríamos.
Como sacadas de los programas de Misterios sin resolver o de las revistas de Lo insólito, quedamos en medio de un laberinto, esperando que alguien nos dé la clave para encontrar la salida. Y el chiste final, la broma macabra de Colil, es que nunca hubo salida.
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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Imagen destacada: Juan Ignacio Colil (por Álvaro de la Fuente).