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[Ensayo] El vértigo mental de Aníbal Ricci: Las novelas del crítico que derrotó a los «golpistas» del cine chileno

¿Cómo distinguir a los poderes fácticos de la industria cinematográfica del país, y a los cuales enfrentó a costa de su propia integridad física y psicológica, el escritor cuya obra literaria se analiza en este artículo? Fácil, y aquí va una pista: presumen de hacer largometrajes de no ficción en contra de los magnates del periodismo local, dicen tener una superioridad moral en la esfera pública, pero blindan (dígase encubren) a controvertidos estetas, y cuando exploran en el género audiovisual de la denuncia política (y eclesial-institucional), se olvidan y omiten la grave degradación antropológica que significó y representa, para la inviolabilidad de los derechos humanos en la historia nacional, la existencia y la impunidad que ostenta la antigua Colonia Dignidad, en la Región del Maule, hasta el día de hoy. Se trata, en suma, del viejo, «aquí no ha pasado nada, compañero».

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 23.7.2021

«Tu camino pasa por delante de ti y tus siete demonios».
Friedrich Nietzsche

Dos novelas con protagonistas que son alter egos confesados del autor quien es también redactor de este diario. Uno sin nombre en Miedo y un tal Daniel en Voces en mi cabeza.

Novelas que para Ricci son terapia, él escribe a partir de su difícil vivencia con la enfermedad mental y en el escribir se enfrenta valerosamente a sus demonios, a los demonios de la cita de Nietzsche del encabezado que él mismo menciona en una de ellas.

Novelas que entiendo también son pedagogía para aquellos que sufren en sus carnes los vértigos de la mente. Y pedagogía especialmente iluminadora para los que están con estas personas torturadas con las que no es fácil convivir; no es fácil mantener la estabilidad propia en las vorágines del otro ni es fácil ayudar a ese ser amado cuando se desvanece en su mundo.

Lo sé por experiencia propia, yo mismo sufrí brotes psicóticos y fuertes depresiones tras un durísimo trauma familiar al inicio del milenio. Afortunadamente son casi diez años ya de estabilidad que espero sea definitiva. Sé lo que sufrí y sé lo que sufrieron mis seres queridos. Es una experiencia muy fuerte tanto para quien se desvanece como para quienes lo observan impotentes.

Allí está Ricci en mayor o menor medida según el momento. En su caso tiene la difícil tarea de lidiar además con voces interiores que en ocasiones le infunden un gran terror. Tiene que ser horrible enfrentarse a todo ello y reconozco su fuerza para seguir adelante. Su fuerza y su valentía por ese seguir y también por confesar su esquizofrenia sin temor al tristemente común rechazo social y afectivo.

 

«Miedo»: Luchar contra un mundo invisible

La que es su ópera prima fue publicada en 2007 bajo el título de Fear. Este año en curso ha sido reeditada tras ser revisada por el autor ñuñoíno, quien ha querido que evolucionara tal y como él mismo en todo este tiempo.

En Miedo el joven protagonista sin nombre huye de sí mismo. Huye de su Santiago de Chile, del pasado vivenciado allí que le atormenta. Huye de su infancia solitaria y especialmente del recuerdo de una relación que significó mucho para él y que acabó mal.

Huye de manera desbocada en una travesía por el continente sudamericano. Huye en miedo, un miedo que experimenta como la sensación de ser perseguido por casi todos los que le rodean. Un miedo enfermizo que lo devora, lo aísla y lo desvanece. En sus palabras:

Mientras más indefenso me siento, más fuerzas tengo para correr. Lucho contra un mundo invisible. Sin conocer a mis enemigos, yendo por un oscuro callejón sin salida.

¿Quién estará al acecho?

Esa huida «de» y ese miedo «a'» los demás que entiendo es proyección del huir de sí mismo en su no poder/saber reconocerse. Sabido es que huidas como la suya son escapes estériles, pues es imposible huir de uno mismo.

Durante la primera mitad del relato el autor nos sumerge en el pánico que le impregna. Vivenciamos su desesperación vital que intenta acallar evadiéndose en las drogas, el alcohol y el sexo. Pero ese acallar a lo sumo es momentáneo. Así lo reconoce nuestro protagonista en sus momentos lúcidos:

Pensé en mi equivocada manera de afrontar la vida. Sin detenerme jamás a resolver los conflictos. Simplemente me los saltaba tantas veces como fuera necesario, esa misma evasión me tenía hoy viajando y perdido donde fuera.

Porque a pesar de ese caos vital, el joven tiene momentos en los que aflora el ser sensible que es. Aflora lo mejor de sí mismo ante la belleza de la naturaleza que observa y en su afición por el cine. Especialmente el cine, gracias a esas películas que vivencia puede salir de su oscura vorágine y avivar la luz que anida en él.

Así, en esa luz se da cuenta de qué se esconde bajo su huida:

Pensaba que el tiempo borraría la tristeza y el odio que me inundaban pero no fue así. Era como si no me importara que alguien me quisiera.

Yo no era capaz de amar y lo único que hacía era huir para no tener que detenerme a compartir con alguien.

No solo era incapaz de amar, sino que pensaba en destruirme, incluso en aniquilarme por venganza ¡qué estupidez!

Un odio en ocasiones a sí mismo y a menudo hacia los demás, es decir a los padres y a esa mujer amada. Un vaivén de culpas que le atormenta bloqueándolo e impidiendo su sanación. Porque no es cierto que sea incapaz de amar y él lo sabe.

A mi entender la salida —no solo de él, la de todos en los laberintos de la vida— está en redescubrir su gran capacidad de amar y usarla primero en propia piel. Reconocer el error en uno y en el otro dígase padres o mujer amada, abrazar las humanas sombras como el primer paso para la necesaria sanación.

En esa línea concluye el relato. El joven es capaz de expresar su voluntad de soltar lastre, de dejar atrás la rabia y el rencor para volver a sentir el amor: “El odio expandiéndose en mi corazón no tiene otra alternativa que ceder”.

Y del mismo modo se propone dejar las adicciones renunciando a la droga que le desvanece.

Son valerosos esos pasos hacia sí mismo. Entiendo que no le será fácil el regreso, especialmente el volver a confiar en el amor. De momento está —y es mucho— el reconocimiento de su falta de amor:

Soy como una piedra que respira y si alguna persona me demuestra afecto, no creo merecerlo y salgo huyendo. La verdad es que temo que alguien me maltrate como lo hizo Gloria. Es mucho más seguro estar solo.

Es sabido que al amar uno se desprende de las corazas y puede ser herido en la desnudez. Lo sublime es entender esa herida o heridas en uno mismo y en el otro. Ese entendimiento deshace piedras, ese entendimiento sana.

En esa voluntad esperanzadora deja Ricci la novela que de alguna manera tiene continuidad en la que se comenta a continuación. En ella el escritor santiaguino va avanzando en el autoconocimiento dejando simbólicamente atrás el sin nombre anónimo del Miedo a ser visto y reconocido.

 

«Miedo», de Aníbal Ricci Anduaga (Zuramérica, 2021)

 

«Voces en mi cabeza»: Compromiso con la vida

El protagonista en esta obra que fue publicada en 2020 es Daniel, un nombre cargado de significado. Consciente o inconscientemente Ricci escoge para su alter ego un vocablo de raíz hebrea que significa “La justicia de Dios” y asociado a él la figura bíblica del profeta que fue capaz de interpretar los sueños del mítico rey Nabucodonosor.

Entiendo que al darse nombre, el autor refuerza su compromiso consigo mismo y con la vida. Y en el significado del nombre el peso de sentirse juzgado —empezando por él mismo— y también la búsqueda de sentido a las pesadillas que le atormentan.

Porque a Daniel le atormentan esas voces que habitan en su cabeza. Las oye en las estaciones del suburbano santiaguino —cuánta simbología en él: lo interior, lo profundo, lo oscuro…— vivenciando sueños desagradables estando despierto.

Y en esos viajes subterráneos le acompañan los mantras que le aplastan: “traidor de mierda”, “maricón cobarde”, «somos los podemos fácticos del cine chileno, y te vamos a sacar la cresta»… Él mismo a través de esas duras voces se convierte en el implacable Dios que juzga su vida.

Ese desconcertante Dios furibundo y violento del Antiguo Testamento parece anidar en él. A Daniel le ha marcado la violencia de la dictadura pinochetista, la evoca constantemente y coloca a sus padres como partícipes de ese horror.

Los padres —como desafortunadamente tanta gente— optaron por el silencio cobarde (la vista gorda), el silencio del miedo que genera toda dictadura, el miedo humano del que se alimenta toda dictadura para perpetuarse. El miedo que sintió y siente aún el niño Daniel en su falta de protección paterna. Lo explica así:

La vida familiar es un compendio de pensamientos y emociones de los padres de la patria. El núcleo original que encierra instantes de rencor y amargura de las palabras malparidas. A esa edad Daniel no comprendió que la dictadura silenciaba a hombres y mujeres. Las palabras no existían en ese periodo tenebroso donde los libros fueron quemados. Una huida permanente ante el miedo extremo, dando paso al odio entre seres que se dejaron llevar por instintos viscerales.

Así, Daniel en su afición cinematográfica suele ver películas con contenidos violentos y de terror buscando entenderse. Violencia y terror que a menudo es sexual, la persona —mujer u hombre— indefensa raptada y violada por hombres que convierten el sexo en dominación.

Nuestro protagonista vivencia esas películas oscuras, se funde y se confunde en ellas. Rememora los traumas de su infancia y de la ruptura con la mujer de su vida que ahora se llama Victoria.

Y de alguna manera se siente “violado” por ellos y por extensión por la sociedad (la de su infancia en tiempos de dictadura) de la visceralidad desbocada en la nula empatía, se siente ese “maricón cobarde” que su mente vocifera.

No hubo amor en su niñez y eso le marcó en sus relaciones. En él anida la falta de amor, ese corazón de piedra del que Ricci hablaba en Miedo es visualizado ahora como frío y duro hielo. El alter ego Daniel trabaja durante un tiempo en una base antártica, y la imagen —entiendo— de la omnipresencia y persistencia de ese corazón congelado.

Y en esa base nuestro protagonista experimenta mentalmente con su vida evocando recuerdos en su búsqueda de soluciones a su desesperación vital. Elucubraciones mentales que transitan entre la realidad de este mundo y las realidades que él mismo crea en una fusión distópica que es a menudo confusión, algo parecido a lo que le ocurre en su Santiago tanto al viajar en metro como al visionar películas.

En sus momentos de luz, Daniel es consciente del valor sanador del perdón tan emparentado al amor verdadero. Lo tiene claro cuando afirma: “El perdón pacifica el alma y es superior a la idea de justicia que tienen los hombres”, esa justicia humana que a menudo es implacable e inhumana tal y como lo es la que evoca el nombre bíblico de nuestro protagonista.

Daniel al igual que Ricci está en lucha consigo mismo, lo expresa el personaje quien se declara escritor y confiesa:

Los textos reflejaban aspectos sombríos de su personalidad. Cuando describía algún pasaje luminoso invariablemente dejaba mostrar otras aristas para transformarlos en sucesos inquietantes.

Para calmar esa lucha Daniel recurre a la meditación, gran avance el cambiar las adicciones descritas en Miedo por esta técnica de relajación e introspección. Pero la meditación no es suficiente para deshacer el hielo, ni el cine al que acude “para entender lo que no siento”, según nos confiesa.

Lo que no siente o lo que teme sentir —entiendo— en su miedo a dejar sus emociones al desnudo, así lo expresa en sus elucubraciones distópicas y mentales: “Debo apartar los pensamientos de las emociones más fuertes para no ser detectado”.

Nuestro protagonista quiere perdonar y perdonarse pero no puede, no puede perdonar al padre autoritario ni a la madre silenciosa y ausente que casi ni menciona. Y en ese obviar a la madre entiendo que puede estar una de las mejores vías para llegar a la verdad que esconde su corazón petrificado. La madre nos vincula a la vida y es nuestra primera referencia femenina, es fundamental verla y entenderla.

Como en Miedo, la novela concluye con un atisbo de esperanza. Daniel muestra empatía por su ex mujer a quien a menudo cargaba con la responsabilidad de la ruptura, pasa de verla como malvada a sentir que irradiaba amor.

Y confiesa que: “Día a día voy amando al yo que veo al otro lado del espejo”. Y además se propone buscar un propósito vital para así apagar el vocerío mental que lo tortura.

 

«Voces en mi cabeza», de Aníbal Ricci Anduaga (Editorial Vicio Impune, 2020)

 

A modo de conclusión

Quizás pueda dar la impresión de que poco ha avanzado el autor en los años que separan las novelas. En su defensa diré que sin tener el peso de sus voces en la cabeza, mi proceso de sanación duró una década, eso teniendo al lado personas de gran corazón que permanecieron más allá de lo soportable y así mismo buenos profesionales psiquiátricos.

Me recuerdo hablando con la que sería mi tercera esposa y sin la cual no creo que estuviera vivo, ella me hablaba del poder del amor y yo sumido en mi depresión le decía que en él creía antes del trauma.

Así que entiendo la gran dificultad de Ricci para deshacer el hielo en su corazón herido.

Como apunté al inicio, valoro la valentía de ese desnudo anímico y la fuerza del autor para perseverar en la lucha con sus demonios. Su desnudez es de agradecer en tiempos pandémicos que afectan a tanta gente a nivel psíquico, se sabe que han aumentado exponencialmente las consultas psiquiátricas.

Ojalá llegue el día que esas voces se acallen o al menos dejen de torturarle. Y paralelamente ojalá ese atisbo empático evolucione y Ricci pueda seguir avanzando en el deshielo de su corazón. Ojalá.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga y su exesposa, doña Magdalena Rodríguez.

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