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[Ensayo] «Encuentros secretos»: Los males intrínsecos de la sociedad moderna

Este texto corresponde a una de las novelas más intrigantes del eximio autor japonés Kobo Abe, quien nos ha brindado obras memorables como «La mujer de la arena» o «El rostro ajeno», las cuales han sido llevadas exitosamente al cine y le han valido un reconocimiento y prestigio mundial.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 18.2.2024

A primera vista resulta complejo comentar una novela de las características de Encuentros secretos (1977) de Kobo Abe (Tokio, 1924 – 1993), considerando que se trata de una obra en extremo laberíntica y que, a pesar de su estructura inicial, aparentemente sencilla, va involucrando a los personajes en tramas traslapadas que dan cuenta de una trama delirante, cercana a la ciencia ficción o de lleno en ella, y que, además, constituye una crítica feroz a los sistemas de salud y a las estructuras de clase de los mismos, sin perjuicio de enunciar los males intrínsecos de la sociedad moderna y su aparataje tecnológico.

Todo empieza cuando la esposa del protagonista es llevada en carácter de urgencia desde el hogar común hacia un hospital, trasladada en una ambulancia con un par de camilleros que no dan mayores señales respecto de la necesidad de que el marido la acompañe. De hecho, el vehículo desaparece y cuando el individuo recobra la temporal pérdida de sensatez corrobora que su mujer ha sido llevada a un lugar desconocido, prácticamente sin el consentimiento de ninguno de los dos.

En esa perspectiva el personaje central —no existen denominaciones ni nombres de ninguno de los protagonistas, salvo apelativos o son identificados en razón de sus funciones— acude al que supone fue el establecimiento hospitalario donde la mujer fue llevada. Allí comienza una tragedia entremezclada con pistas equívocas, señales absurdas, diálogos enrevesados y en clave que dan lugar a que el esposo se involucre en un entretejido misterioso y sombrío.

 

Una desaparición carente de sentido

A medida que va investigando al interior del hospital, sea a través del jefe de guardia, un individuo que posee un poder incontrarrestable, ya que domina todas y cada una de las estancias del establecimiento de salud, o bien, en sus interlocuciones con una enigmática y obsesiva enfermera o el subdirector del hospital que posee atributos de orden animal y humano, el marido se va sumergiendo en ese entramado grotesco que lo condiciona a cada instante.

El protagonista nunca sabe qué línea de investigación puede ser la correcta, jamás atina a dilucidar medianamente si la esposa desapareció al interior del hospital a raíz de la intervención solapada de terceros o, si bien, se debió a un acto propio, voluntario, que lo deja en la encrucijada de no saber, en definitiva, quién ha sido su cónyuge ni por qué se esfumó durante una noche ignorando del todo su paradero.

De esta forma, y envuelto en la vorágine de acontecimientos internos del hospital va descubriendo que se trata de un lugar de experimentos eróticos tenebrosos y con una exacerbación de los apetitos sensuales que van cruzando la línea de los pacientes y se incursiona derechamente en la participación, supuestamente científica y estudiada, de los funcionarios de salud, destinadas a desentrañar las peores aberraciones sexuales a que un ser humano puede ser llevado, con o sin su consentimiento.

Así, su travesía se convierte, sin siquiera proponérselo, en una suerte de descubrimiento continuo sobre tales perversiones sexuales y en esa medida se adentra en diálogos obtusos, en encuentros y desencuentros casuales o dirigidos por fuerzas oscuras que no acierta nunca a comprender.

En tal sentido su tropiezo con una niña de trece años víctima de tales abusos y ensayos será esencial para que su pesquisa persista, toda vez que la misma se va traduciendo, a medida que avanza por el interior de esa edificación gigantesca de pasadizos y escaleras o subterráneos secretos, en un torbellino de causas y efectos concatenados, que lo dirigen hacia un destino que asume con la curiosidad que el miedo y la ansiedad lo impulsan a descifrar: la desaparición carente de sentido de su esposa.

Con un desenlace tan ecléctico como gran parte de la novela en su desarrollo, el lector deberá descifrar qué sentido tuvo «la evaporación» —si cabe el término— de la mujer, como si hubiera sido absorbida por fuerzas insanas que la sacaron de la vida normal, sin más testigos que uno que otro funcionario del hospital, todos coludidos para no dejar huellas sobre su paradero, mientras un marido angustioso al comienzo terminará siendo parte de esa malignidad oculta que, a duras penas intentará vislumbrar, no obstante que la cónyuge, apareciendo o no, será también una eslabón extraviado en una organización nefasta, donde nadie parece ser quién en definitiva es.

Una de las novelas más intrigantes de este eximio autor japonés, que nos ha brindado obras memorables como La mujer de la arena o El rostro ajeno, las que han sido llevadas exitosamente al cine y le han valido un reconocimiento y prestigio mundial.

 

 

 

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes, y quien en la actualidad reside en la ciudad de Linares (Séptima Región del Maule).

Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

 

«Encuentros secretos», de Kobo Abe (Eterna Cadencia, 2014)

 

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Kobo Abe.

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