Estos relatos del autor japonés que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura 1968 componen un libro —que en esta ocasión prologado por el narrador uruguayo Ramiro Sanchiz—, se encuentran destinados a acompañar la almohada, con el fin de aplacar nuestra sed de belleza y de esa forma poder redescubrir a un escritor monumental.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 14.10.2024
Un jardín de grandes camelias. Un árbol, un muchacho y una muchacha sentados sobre sus ramas, espalda contra espalda, y, en el horizonte, el mar, la música de los pájaros alrededor. Abajo en la tierra un matrimonio que pelea por la infidelidad del hombre.
Es una escena, un vistazo a la vida cotidiana en el Japón de la primera mitad del siglo pasado. Basta con eso para imaginarnos la vida de esos dos que se aventuran en el amor mientras tierra abajo hay un nido de desconciertos y desavenencias. Es un pequeño fresco, una filigrana narrativa que sirve de fractal para imaginar una novela.
Así son los relatos breves del maestro japonés Yasunari Kawabata (1899 – 1972), quien pese a no escribir poesía compuso estos relatos que rezuman una profunda delicadeza poética, piezas que, como él mismo afirmó son: «relatos que caben en la palma de la mano».
De allí el título de esta reunión de relatos breves, Historias en la palma de la mano, publicados en castellano por la editorial Seix Barral, para el gozo de los lectores de Kawabata, más acostumbrados a sus grandes novelas, que aquí no dejarán de sorprenderse ante la sutilidad y la precisión de los retratos que urde con una prosa depurada y maravillosa.
Una enorme pulsión de soledad y de deseo
El conjunto se abre con un relato de 1923, «Lugar soleado», fecha en que Kawabata contaba con veinticuatro años. Me ahorrare las circunstancias mínimas del texto, gatillado por un cruce de miradas, ya que la clave está allí, en una frase del narrador, que sirve como un núcleo a partir del cual se articulan todas las otras piezas: «sufría si no observaba los rostros de quienes estaban cerca».
Con todo, es este el espíritu y la contradicción que atraviesa la narrativa breve de Kawabata (y acaso gran parte de su novelística), el deseo de observar, de tender un puente intimo entre dos miradas antes desconocidas, aboliendo, aunque sea por momentos, la lejanía y la fría moralidad de la reservada conducta japonesa.
Son el poder de observación y el magnetismo erótico lo que atraviesa la búsqueda estilística de Kawabata, todo esto detallado con la belleza de haikus narrativos protagonizados muchas veces por jóvenes enamorados, viejos marginados, geishas o mujeres que dicen una cosa y piensan otra tabulando las intenciones de una vieja amiga que les robó a un hombre.
Todos ellos enmarcados en escenas de pequeños pueblos, en termas lindantes a bosques, y retratados en con una mezcla irreproducible de cotidianeidad, imaginería y sensibilidad de los movimientos internos y la memoria de sus personajes.
Los destellos oscuros que avivan estas piezas a veces nos otorgan frases de una humanidad inesperada, descubrimientos psicológicos o giros de carácter que podemos reconocer como una fulminación del destino. Es así en «Dios existe», relato breve situado en una posada del cual no podemos imaginar cómo acaba hasta que lo releemos. Y no me refiero a los hechos, sino al peculiar flujo de deducciones de su protagonista, atravesado por ataduras que se deshacen ante una visión de carne y hueso.
A veces hay fantasmas tutelares, como en el caso del relato «Inmortalidad», o milagros inexplicables precedidos por un asesinato, como en el relato «Tierra», ambos de cosecha más tardía, compuestos en 1963.
Pero, sobre todo, hay epifanías bonsái, por llamarlas de alguna manera, metáforas o reflexiones que nos descubren una vida y una sensibilidad jalonada entre una enorme pulsión de soledad y la fuerza de gravedad del deseo, de inventar o sumergirse en la intimidad de los otros.
Esa es la contradicción que ilumina la vida y obra de Kawabata, y su resplandor alcanza cotas de una belleza deliciosa en estos relatos breves, sea en los de su juventud o en los de su madurez. Un libro para acompañar la almohada, para aplacar nuestra sed y redescubrir a un escritor monumental.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Yasunari Kawabata.