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[Ensayo] «Indiana Jones y el dial del destino»: Hasta siempre, doctor de los héroes

La acción de este quinto filme de la saga protagonizada por Harrison Ford —y que en la actualidad se exhibe en la totalidad de las salas cinematográficas a nivel internacional— se sitúa en un presente coincidente con la celebración del gran éxito obtenido por la misión espacial Apolo XI, y cuando los estadounidenses se encuentran orgullosos con esa victoria global, la cual les reafirma en su ciega creencia de ser la nación elegida entre las potencias del mundo. Dirige el realizador James Mangold.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 7.7.2023

—¡Debería estar en un museo!
—Y usted también, Dr. Jones.
Indiana frente a uno de sus oponentes

Cada cual tendrá sus propios mitos y héroes cinematográficos en los que referenciarse. Confieso que en la adolescencia el mío fue el británico James Bond, eran otras sensibilidades las de entonces.

Pero cuando los maestros Lucas y Spielberg dieron a luz a Indiana allá por la creativa década de los 80, este redactor —joven padre ya— quedó prendado de tan singular héroe plenamente enraizado en lo cultural.

En consecuencia, abandoné al paródico Roger Moore —con ese 007 crecí— para entregarme al genial Harrison Ford en una encarnación también simpática y desenfadada. En efecto, el inolvidable socarrón Han Solo galáctico había mutado a docto aventurero con fino sentido del humor, siempre presto a enfundarse su emblemático sombrero y su singular látigo multiusos.

Y es que el Dr. Jones resonó en mi con una profundidad infinitamente superior a cualquier ídolo anterior dígase Bond o Skywalker. La suya es una heroicidad que fascina especialmente por su defensa del saber y de la cultura. Es el buscador comprometido que trata de recuperar y descifrar los enigmas de nuestra existencia humana en la Tierra a través de las reliquias del pasado.

Un héroe culto que entiende y defiende la sabiduría como un bien común que debe estar al alcance de todos (disponible en los museos y bibliotecas) y no en manos de los pocos (encerrada en los mausoleos de la élite ya sea económica, política o religiosa) que pretenden poseerlo todo, negándolo a un pueblo al que prefieren inculto.

 

Dos Jones y un cáliz

Elige sabiamente, porque si el verdadero grial da la vida, el falso grial priva de ella.
Sir Richard a Indiana

De las cuatro películas previas a la recientemente estrenada, Indiana Jones y la última cruzada (1989) es de largo mi favorita.

Se nos presenta al Indiana joven y conocemos a su también erudito padre interpretado por un sublime Sean Connery (el que precisamente saltó al estrellato por su encarnación de James Bond, el mejor 007 de la historia para muchos entre los que me encuentro).

Descubrimos que el héroe tenía un padre con el cual compartía la inquietud arqueológica, pero con distintas miradas; Indiana indaga desde la visión racional científica y el padre es un arqueólogo en la búsqueda de significados trascendentales.

Toda la película es una gozada en la que se aúnan acción, aventuras, humor inteligente y misterio histórico. A mi entender lo mejor se vivencia en la cueva —que Spielberg localiza en la maravillosa Petra jordana— que alberga el mítico cáliz crístico emparentado con el grial de la leyenda artúrica.

Allí, en la simbólica cueva matriz, Indiana deberá superar varias pruebas para acceder al grial y así sanar la alegórica herida paterna. Todo un profundo simbolismo de la búsqueda trascendente que define al padre.

Ingeniosas pruebas que ningún explorador había podido salvar antes. Y es que sólo se superan en humildad (la humildad del verdaderamente grande) y por sabiduría global especialmente gracias al conocimiento de la palabra (la fuerza de la palabra, la luz de la palabra, la palabra como creadora de todo) y asimismo por la firme confianza en la vida que somos todos (para el agnóstico hijo) o en el Dios por el que somos (para su padre).

Y custodiando el grial de la inmortalidad se encuentra Sir Richard, el legendario caballero advierte a nuestro héroe con las palabras del encabezado. Y en esa sabia condición heroica que lo define, Indiana elige bien de entre todos los múltiples cálices expuestos, él no se deja deslumbrar por las apariencias ni por la ambición material que suelen nublar a las mentes humanas.

De este modo Indiana reconoce lo trascendente en la cueva matriz a la par que consigue salvar a su padre anciano.

Tres décadas después, se nos presenta al hijo como anciano. Ya no son dos Dr. Jones en amorosa y necesaria pugna generacional sino que es un único Dr. Jones quien justo al jubilarse se embarca en su última aventura cinematográfica para quizás dar el testigo a una mujer a la que vio nacer.

 

Héroe vulnerable (y sin fama)

La idea era mostrar vulnerabilidad, y sí, cierto, fue cosa mía.
Harrison Ford

El veterano actor confiesa en varias entrevistas a propósito de Indiana Jones y el dial del destino que quiso presentarse como una persona vulnerable y de alguna manera con ello desmitificar al héroe porque es bueno recordar que el hecho de serlo no supone dejar de ser humano, un entender que comparto.

Así, en esta tardía quinta entrega de la saga que se presupone última —al menos para un Ford ya octogenario— la dirección recae en el veterano James Mangold quien nos ofrece una excelente obra audiovisual digna del mítico Spielberg que fue el realizador de todas las anteriores.

Una de sus mejores bazas es la presencia de Phoebe Waller-Bridge —la creadora y protagonista de la genial serie Fleaback (con temporadas producidas entre 2016 y 2019, y quien encarna con brillantez a Helena, la ahijada del anciano Dr. Jones).

Le acompañan Mads Mikkelsen como el Dr. Voller/Smith o el detestable nazi de turno propio de la saga que ya apareciera en la primera entrega, Toby Jones (Basil Shaw, padre de Helena y compañero docto de Indiana), Ethann Isidore (Teddy, un ladronzuelo e inseparable de Helena) y Antonio Banderas en un papel menor como experimentado buzo amigo de Indiana.

De esta manera, la acción dramática del largometraje se desarrolla en un presente coincidente con la celebración del gran éxito obtenido por la misión espacial Apolo XI: los estadounidenses están de subidón con esa victoria internacional que les reafirma en su ciega creencia de ser la nación elegida entre las potencias del mundo.

Mangold nos muestra el desfile triunfal de Armstrong y los suyos en la ciudad donde Indiana acaba de jubilarse como docente y asimismo de reencontrase con su ahijada también arqueóloga.

Helena le remite al pasado, a su amistad con su padre el Dr. Basil y a la obsesión de este por el preciado dial de Arquímedes que el sabio griego utilizara para sus mediciones astronómicas y que al parecer tiene otros usos muy poderosos.

Una obsesión compartida por su hija y el malvado Dr. Nazi que arrastrará al anciano profesor en una persecución —como las de su pasado— entre vítores, globos y serpentinas.

Y en ella, un Indiana montado a caballo —como dijo una espectadora, no se nos muestra cómo se las ingenia para montarlo ya a su avanzada edad— verá cara a cara a los homenajeados, los héroes lunares y el héroe terreno se ven y se observan.

Ese encuentro como un excelente guiño —al más puro estilo Spielberg— y a su condición heroica compartida más allá de las dispares famas populares de unos y de otro.

 

La cueva de los ecos

No creo en la magia pero he visto cosas que no puedo explicar
Indiana a Helena

Son muchas las trepidantes escenas de acción que nos transportan a los Blockbusters de los añorados tiempos sin streaming y de salas a rebosar. Destacar la comentada del desfile, la inicial en la que se nos muestra a Indiana y Basil durante el final de la Segunda Guerra Mundial en un tren intentando arrebatar el valioso dial a los hombres del trascendente oscuro Hitler, y la impactante escena final que es preferible no desvelar.

En todo caso, una localización sobresale entre las del periplo heroico de Indiana y Helena (acompañados por el ladronzuelo Teddy) para encontrar y resolver el misterio asociado al instrumento que diseñó Arquímedes: la Siracusa siciliana donde descansan sus restos mortales y sus enigmas.

Así, en esa maravillosa isla que alberga tantos tesoros arqueológicos del pasado greco-romano mediterráneo se halla una peculiar cueva artificial, la llamada Oreja de Dionisio por su similitud al órgano auditivo humano y por la leyenda —probablemente creada por el pintor Caravaggio— que la asocia al tirano Dioniso I de Siracusa quien supuestamente la utilizara como prisión para los disidentes.

La cueva es famosa por su impecable acústica y los potentes ecos de las voces humanas que en ella se generan.

De nuevo una simbólica cavidad en la madre tierra como escenario principal de las búsquedas. Como afirmó el mitólogo Joseph Campbell: «la cueva a la que te da miedo entrar contiene el tesoro que buscas».

En este sentido, si en Indiana Jones y la última cruzada, padre e hijo encuentran el «grial de la vida» en una cueva natural, décadas después Indiana y Helena descubren en una cueva artificial el «dial de maya» porque ese antiguo instrumento puede generar grietas espacio y temporales que permiten viajar a otras épocas.

La vida natural que somos y la maya artificial que nos hechiza, dos tesoros a menudo relegados en las temidas cuevas de lo no reconocido.

Es en la cueva siciliana donde Indiana se muestra escéptico ante todo aquello que no puede ser corroborado por la ciencia, pero a pesar de ello confiesa a su ahijada que ha visto muchas cosas que no puede explicar.

De esta forma, en otro orden de cosas y sobre las búsquedas de los dos Dr. Jones en las cuevas terrenas, se aprecia un revelador trasfondo familiar.

El padre por su priorización de la búsqueda del grial mítico descuidó el día a día terrenal familiar. En contraste, Indiana siempre permaneció con los pies en el suelo pero no pudo evitar la ruptura familiar que tanto le pesa, en su caso a consecuencia de la muerte de su único hijo en la cruel guerra.

Por eso para él, el dial es su grial ya que simbólicamente —o no— le permitiría viajar al pasado y así quizás poder evitar su doloroso presente.

No obstante —y más allá de los poderosos y codiciados instrumentos— Mangold nos muestra que la clave está en Helena, que la clave está en la persona que ama. Y es que tras su protectora máscara de ladronzuela se esconde la encarnación de la esperanza presente para un Indiana cansado que merece una jubilación jubilosa.

Y quizás con su consejo la ahijada siga la estela del mito familiar.

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Indiana Jones y el dial del destino (2023).

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