La escritura o la transmisión de textos virtuales se complejiza cuando pensamos acerca de quién posee y controla los datos, o bien si analizamos la entidad que modifica los modelos y las infraestructuras informáticas, por eso el imperio de Silicon Valley homogeniza los estándares de tal modo que hace del lenguaje una verdadera colonización.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 17.1.2025
La inteligencia artificial en el campo de la literatura no sólo se aplica a la producción de textos sino también a su distribución.
El chatGPT es un modelo de lenguaje que responde a un diálogo ficticio, ficticio en el sentido de ficcional, entre un humano y un robot. Se generan respuestas procesadas a partir de los datos que circulan en la web.
Así, la escritura informática nos habla de un nuevo ecosistema cultural. De la tradición gutenberguiana de libros y, por lo tanto, de imaginarios, pasamos a una iconosfera cifrada y de matriz numérica.
En efecto, a partir del cine y sus formas derivadas surge, dentro del Instituto de Filmología de París, el término iconosfera para designar el régimen escópico de las culturas visuales.
Con todo, como dije más arriba, una cosa es la producción de un texto según parámetros codificados de datos donde la noción de autor, tan bien analizada por Michel Foucault y Roland Barthes anunciando su muerte, culmina ya sepultada.
(El autor individual al que se le asignaba la propiedad de un texto se ve aniquilado por la colectividad y el anonimato de un conjunto de ingenieros que consolida eso llamado como la imagine engineering).
Y otra cosa es la construcción del lector o del sujeto sensible a la recepción de dicho escrito.
Sujetos desarrollados en dos planos
Si la dimensión espacial de la escritura impresa es bidimensional («Cada noche será una página de vida. / Y otra./ Las noches./ Yo./ Bidimensional./ La búha página», según la novela de Diamela Eltit, Falla humana), la representación del espacio virtual deviene tridimensional.
Una experiencia inmersiva a través de óculos o cascos permite el acceso a una cantidad de escenas y trayectos que, a diferencia del cine que requiere un cuerpo inmóvil frente a una pantalla, solicita un cuerpo en movimiento aunque no consciente de sí.
La ontología realista deleuziana rompe con el esencialismo y reemplaza la génesis basada en formas preexistentes por la noción de lo diferente y lo múltiple. En lugar de percibir la verdad como una relación de correspondencia, Deleuze entiende lo verdadero desde un principio intensivo.
Al seguir esta filosofía, la realidad virtual es concebida como otra realidad que entiende los acontecimientos como sujetos a ser desarrollados en dos planos, haciéndose eco sin semejanzas.
De modo que al término realidad no se contrapone el de virtualidad, ya que la virtualidad es realidad aumentada, sino que a dicho concepto se opone el de actualidad o actualización. La virtualidad no es presencia actualizada, aunque es realidad.
La escritura o la transmisión de textos virtuales se complejiza cuando pensamos acerca de quién posee y quién controla los datos. O cuando analizamos quién modifica los modelos y las infraestructuras informáticas. El imperio de Silicon Valley homogeniza los estándares de tal modo de hacer del lenguaje una verdadera colonización.
El centro tecnológico de EE.UU. monopoliza la tecnología de datos de tal modo que no deja espacio para una mirada diversa sobre la cultura informática.
¿Será el mundo de la literatura bajo la inteligencia artificial un mundo de una estética sin oposición ni resistencias?
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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.
Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro testimonial en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).
Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Silicon Valley (Radio Televisión Española).