Si esta película fuera la última entrega audiovisual del maestro estadounidense, sin duda su despedida es una realización cinematográfica de gran vuelo, la cual hace honor a una obra consistente, de gran calidad y personalidad propia, como lo ha sido la mayor parte de su filmografía.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 25.12.2024
Hablar de Clint Eastwood (1930) es hablar de una leyenda viva del cine. Ya sea como actor o director ha participado en largometrajes ya míticos. Y ahora, en su faceta de creador ha vuelto a brindar una muestra de su colosal talento con solo 94 primaveras.
Ya con su anterior película Cry Macho (2021), había entrado en el selecto grupo de directores nonagenarios que se mantuvieron activos hasta el fin de sus días, como Kaneto Shindo, Alan Resnais o Claude Lazmann. Así que toda realización del emblemático director norteamericano, ahora tiene aroma de testamento, de despedida.
Su última obra Jurado Nº 2 (2024), parte con una de esas casualidades que de tanto en tanTo suele estar en sus cintas.
El periodista Justin Kemp (Nicholas Hoult) es convocado a participar de jurado en un crimen de alta connotación donde una joven apareció asesinada bajo un puente y el principal sospechoso es su novio (Gabriel Basso). La fiscal del caso Faith Killebrew (una soberbia Toni Collette), ve en el mediático juicio un trampolín para exhibirse y ganar la elección a fiscal estatal.
No obstante, el problema que se presenta a Kemp es que la noche del asesinato en cuestión, él también estuvo en el bar donde se vio a la pareja discutiendo por última vez, y tuvo un accidente automovilístico que nunca queda del todo claro. En pocas imágenes, queda establecido el dilema moral en el cual está sumido el jurado número dos.
La realización audiovisual contiene los temas sobre los que ha dado vuelta la filmografía de Eastwood en el último tiempo: la aparente acusación de un inocente, el hombre común que tiene una segunda oportunidad y que debe hacer lo moralmente correcto.
Sin lugar para los débiles
Kemp es un hombre de familia, casado con una mujer que está por tener un bebé, por lo que su esposa no ve con buenos ojos que él se encierre a deliberar en un juicio mientras ella puede dar a luz en cualquier momento. Y he aquí la primera información importante, ella estuvo embarazada de una pareja de gemelos que no alcanzó a nacer.
Después de esto, el periodista tuvo una depresión que lo hundió en el alcohol. Logró salir y su esposa le dio una nueva oportunidad en un matrimonio que casi se va a pique.
Por otro lado, el acusado no es una persona que genere simpatía. Es un exdealer de drogas que ya fue condenado y a quien algunos miembros de la sociedad prefieren que esté tras las rejas. Esto debido a que por él, muchos jóvenes se convirtieron en adictos y se perdieron en dicha adicción. Además, se le muestra como un hombre violento, que cuando bebe alcohol pareciera perder los estribos.
Y como tercer ingrediente, Faith, la fiscal del caso, está más preocupada de vencer en tribunales, con toda la publicidad mediática que significa, que de investigar la verdad de lo ocurrido en el crimen. Toda su energía la usa para encerrar al violento novio de la víctima y nunca se abre a revisar alguna teoría alternativa de la muerte de la chica.
La narración se desliza hacia el campo de los dramas de tribunales teniendo como principal referente a Doce hombres en pugna (1957), el clásico drama de Sidney Lumet, donde el jurado número ocho, interpretado magistralmente por Henry Fonda, tiene la convicción moral y la fuerza de carácter para enfrentarse a los otros miembros del jurado y, de este modo, demostrar lo endeble de las pruebas y revertir una clara sentencia de culpabilidad, en una duda razonable.
Kemp en un momento trata de sensibilizar a los demás integrantes del jurado en relación a lo feble de las pruebas. Pero él no tiene el carácter ni la decisión moral que presenta Fonda en la cinta de Lumet. A medida que se desarrolla la narración, el periodista se hunde más y más.
Esto es el nudo esencial en la cinta de Eastwood: mientras más dudas emergen en el reportero y su casual participación en los hechos, el derrumbe del personaje se acentúa. Este desplome, el experimentado cineasta lo filma de manera simple, en pocas imágenes y de forma sucinta.
Y en lo que es una circunstancia para que el periodista y jurado haga lo correcto, lo moralmente correcto, este empieza a hacer lo necesario a fin de salvarse.
Una ética del «yo»
El individualismo afecta a los personajes del veterano director.
Antes, en otras cintas como Los imperdonables, Se presume inocente o Río místico, los protagonistas terminaban haciendo lo que ellos consideraban correcto aunque en el camino naufragaran por tal decisión.
Y el dilema también está presente en la fiscal Faith que se debate entre hacer lo apropiado buscando la verdad del caso, ya sea encontrando a otro sospechoso o verificar la validez de las pruebas, para encarcelar al sindicado por la mayoría como culpable.
El final de la cinta tiene que estar entre lo mayor del año y lo mejor del cine de Clint Eastwood en décadas. El plano y contraplano con los cuales clausura la historia es una cachetada de integridad de un maestro que está en sus últimos estertores (quizás entregue alguna otra obra, quizás no) y que siempre ha creído en el hombre y en sus convicciones por sobre las convenciones sociales.
Un Eastwood maduro que se despoja de todo artificio para que cada plano fluya, con una naturalidad que dan las décadas de oficio, y que coloca al espectador ante el espejo moral y frente a la coyuntura ética de preguntarse qué haría en tamaña encrucijada.
El director pareciera tener claro el camino a seguir pero el final es más sutil de lo que muchos cineastas propondrían.
Si esta película fuera la última mano audiovisual del maestro, sin duda su despedida es una realización cinematográfica de gran vuelo, la cual hace honor a una obra consistente, de gran calidad y personalidad propia, como lo ha sido la mayor parte de su filmografía.
Jurado Nº 2 se encuentra disponible para su visionado a través de la plataforma de streaming Max.
***
Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó asimismo el libro Versos y yerros (Ediciones Luna de Sangre, 2016).
Tráiler:
Imagen destacada: Jurado N°2 (2024).