Una mezcla de culpa y de liberación predominan en esta novela —donde se hace una valoración de la elusiva felicidad como pérdida—, y aunque su autora, la escritora germana Jenny Erpenbeck lidia con muchos temas, en particular interesa leer sobre la disociación vivida en la ciudad de Berlín tras la caída del Muro.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 29.4.2024
La novela comienza con la estructura de «cajas». Son dos cajas más un intermedio, un prólogo y un epílogo. A través de ellos, conocemos la historia de Katharina de modo retrospectivo.
Aunque el final es algo ambiguo, sí podemos especular que Katharina ha superado este pasado, por lo menos gracias a la muerte de Hans, porque, en caso contrario, no podríamos verla como una luchadora y sobreviviente, sino como una víctima de la histeria masculina.
Una mezcla de culpa y liberación predominan en este recuento, donde se hace una valoración de la elusiva felicidad como pérdida. Kairós lidia con muchos temas y, en particular, interesa leer sobre la disociación vivida en Berlín (y por extensión, en Alemania) tras la caída del Muro.
La relación entre los amantes coincide con el colapso del Este y actúa como metáfora de este desmoronamiento, que es tanto ideológico como afectivo. La fugacidad de los encuentros más reales o vívidos, lo fortuito de los contactos, la profundidad devenida superficialidad en las relaciones son líneas claras en la novela.
El caso aquí es el que protagonizan Katharina y Hans. Ella tiene menos de veinte años; él, más de 50. La evidente diferencia en edad le permite a Erpenbeck trazar una brutal jerarquía donde el hombre reina como el imperio que representa, con su (spoiler) bagaje militar nazi y posterior sospechoso bajo la mirada de la Stasi.
Al inicio, Hans es un hombre casado, que no tiene ningún problema en explicarle a Katharina que, además, tiene otra amante: «Yo no puedo ser más que un lujo para ti… Además de mi matrimonio, tengo un lío con una mujer de la radio», dice.
Luego, viene lo que resulta más interesante en la novela: el retrato de un tipo de escritor o de un escritor tipo, mezquino, temeroso, egocéntrico y que decanta en un verdadero psicópata. Su esposa, Ingrid, a pesar de no hablarle por pura rabia ante sus infidelidades: «le prepara cada día a Hans los pantalones, la camisa y los pantalones que ha de ponerse. Ella lo viste, y Katharina lo desviste».
Sin aparente conflicto, Hans da curso a su avidez, que toma la forma de una instrucción. Katharina, por su parte, cae más y más en un embobamiento conmovedor y aterrador, pues va comprendiendo que Hans es una persona bastante repudiable, no solamente celópata, sino que sádico.
Él mismo dice haber experimentado su primera erección al escuchar el taladro en la consulta de un dentista que, en ese momento, atiende a una niña. Mientras la observa cocinar, el escritor da rienda suelta a su ego, y comenta: «¿Quieres ver cuál fue la contribución de Picasso el mismo día en que nací?».
Con un aura «kunderiana»
Katharina vacaciona con una amiga en Budapest (una vacación esperada y nada fácil de conseguir. Corre el año 1987: viajar incluso al lado Oeste requiere de permiso oficial) y solo piensa en Hans y en cómo le va a cocinar las berenjenas que ha probado en Hungría cuando regrese a Berlín. La educación es tal, que consigue una exitosa colonización: «La cabeza de Hans era el hogar de Katharina». Páginas después: «Katharina no es más que una filial de la vida de Hans. Carne de su carne, sangre de su sangre».
En un momento, Katharina se pregunta: «¿Que qué quiere de él? Un hijo. Lo tendrán… Se va a llamar Johann. O Kaspar». Es tal el dominio y adoctrinamiento masculinos, que ni siquiera se plantea que su guagua sea mujer: «¿Y si es niña? No creo».
Así, Katharina es la alumna perfecta para Hans: «Mientras vivió con Katharina… se esforzó mucho por equiparla. La dotó minuciosamente de todo aquello con lo que él se siente en casa. Bach, Beethoven… Chopin, Eilser, Giotto, Goya… Lenin, Thomas Mann, Marx, Mozart… Por orden alfabético».
La constante enumeración de referencias a la «alta cultura» se torna un poco cansadora. La música clásica se evoca incluso antes de (intentar) hacer el amor en la cama matrimonial, y algunas secciones resultan directamente cursis. Lamentablemente la cursilería no sólo se expresa por boca de los personajes, sino también a través de la voz narrativa: «Es bonito caminar junto a él, piensa ella… Es bonito caminar junto a ella, piensa él».
Esto en las primeras páginas. Cien páginas después: «O sea que sí existe, la felicidad, piensa ella… O sea que sí existe, la felicidad, piensa él».
Otra pregunta que se abstrae aquí es el modo en que la historia nos marca y las responsabilidades que se derivan de esta realidad. ¿Es justo juzgar a Hans con la misma vara que la que emplearíamos con Katharina? O es que quizá Katharina tiene la paradójica suerte de no haber resultado tan traumatizada por la historia como Hans (ella nació después de la guerra).
Así y todo, sí sabemos de sus frustraciones: «Honecker sometió ese mismo Estado socialista al favor de Occidente. Un pequeño burgués, ese Honecker. Katharina es uno de esos niños que pasaron por todas las estaciones que el Estado socialista dispuso para ellos con objeto de convertirlos en ciudadanos del futuro, desde el pañuelo azul hasta las lecciones de producción y ruso…».
Las perspectivas que adopta la identidad es otro de los aciertos de la novela: «¿Tendrá memoria un espejo como este de todas las personas cuya imagen alguna vez ha reflejado?». La identidad está en entredicho cuando es la misma ciudad la que sufre violentas mutaciones. Vemos el shock de la ciudad dividida: «Conoce bien el aspecto de la pared vista desde el lado oriental», reflexiona al viajar hacia el oeste.
«Ahora, de repente, todo está del revés, invertido, y ella está detrás de una imagen», leemos. ¿Cómo moldea nuestras psiques las calles, los barrios que habitamos? «¿Es también ella, ahí, donde nadie la conoce, donde es una completa extraña, por primera vez ella misma?». Pero la novela se extiende en divagaciones existenciales y especulaciones en torno a tantos temas, quizá brillarían más en otro género (ensayo o incluso poesía).
Kairós resuena con un aura kunderiana y también recuerda a La nieta, novela de Bernhard Schlink que también explora de manera exhaustiva la debacle contemporánea de las Alemanias.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Jenny Erpenbeck.