[Ensayo] «La caída del ángel negro»: Una reflexión literaria total y fragmentaria

La nueva entrega de Zuramerica Ediciones —una novela publicada por su autor bajo el seudónimo de Tomás J. Reyes— si bien puede ser leída como una reacción militante en contra de la modernidad, también ofrece respuestas espirituales en una época azotada y castigada (la actual) por un sensación palpable de padecer la vivencia de un período apocalíptico.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 28.12.2020

 

Una introducción

Las expresiones subjetivas tienen una importancia inigualable a la hora de juzgar el mundo en el que se originan. La creación y las conexiones sistemáticas que establece su ejercicio terminan por construir, sea esta búsqueda intencional o no, una textualidad objetiva, formal, estética a fin de cuentas sobre la que se puede generar, también de manera subjetiva, una significación.

Ahora bien, ¿cuál es el trabajo de la mirada crítica que observa el texto? ¿Por qué no dejar hablar a los libros por sí solos? Siendo áspero, ¿a quién le importan los análisis cuando la experiencia literaria, en verdad, no necesita de ellos?

Estas respuestas pueden encontrarse en la ya mencionada significación, porque una obra de arte, por sí sola, es como una red que ha sido construida para exponer–se. Y en esa dimensión, la que involucra a la conexión del hecho artístico con el estético, podemos ver que hay espacios, lazos, relaciones que están ahí, simplemente existiendo… [1]

Es en esta exposición de–sí donde la obra de arte nos muestra sus estructuras y sus motivos. Y es en el momento de la lectura donde vamos desenrollando las complejidades, iluminando los detalles, construyendo un significado propio que, como lo dice la segunda palabra, depende de nuestras perspectivas y, finalmente, de dónde apuntemos a la hora de atacar la cuestión.

Podemos decir que cada subjetividad tiene, en su posibilidad inherente, una lectura. Pero la significación que proponemos, el ejercicio que se basa principalmente en la obra y su autoexposición, también toma en cuenta los aspectos extraliterarios o extrasubjetivos de los textos.

Como veremos, las distintas construcciones estéticas que realiza el escritor chileno se pasean, o mejor, se encapsulan alrededor de tres motivos: la violencia, el dinamismo estético y la religión. Intentaremos leer y construir al mismo tiempo.

 

La violencia

La experiencia de la humanidad con su entorno puede definirse de muchas maneras: armónica, conflictiva, constructiva, contemplativa, violenta. Incluso las relaciones sociales, que forman parte también de esta relación humana con lo exterior, son capaces de cargar un adjetivo en sus hombros.

Esta capacidad de sentir, que nuestra abstracción cognitiva nos permite poner en términos lingüísticos [2] es lo que nos caracteriza como seres orgánicos, es la afirmación absoluta de lo que significa la vitalidad, por decirlo de algún modo.

El título puede decirnos algo de entrada: La caída del ángel negro. Una entidad oscura que aparece de súbito. Maldad indiscutible e inevitable que no deja de provocar sensaciones terribles a lo otro. No obstante, hay que mirar entre líneas para comprender la obra y su representación.

Aparece la familia de la cultura clásica y moderna. Los malos tratos. La crueldad y la herencia, tanto genética como educacional, que termina determinando a las individuas e individuos. Un ambiente estético que no deja de cuestionarse y de invitar al por qué, al cuándo, al cómo.

Pero más que retratar las relaciones violentas, el ejercicio que realiza el autor es demostrar su relación con la experiencia y la constitución. [3] Las consecuencias de la crianza, de la muerte y la oscuridad temática/fáctica en las sujetas y los sujetos.

Esta especie de maldad originaria y artificial se condensa narrativa y estéticamente en una construcción que abarca ideas políticas, económicas, literarias —como las menciones al Príncipe o al Leviatán, por ejemplo–.

Sin embargo, la obra no se queda en la mera exposición de un mensaje unívoco: busca las causas que camuflan las apariencias, las distintas y silenciadas asperezas cotidianas, o extraordinarias, que no se mencionan en ninguno de los medios públicos y periódicos.

En este sentido, algo tiene la obra de Reyes que nos permite relacionarla con un carácter contingente o revelador.[4] Hay una denuncia que enfoca su atención no sólo a las experiencias violentas, sino a lo que ellas comparten con otras vivencias que ocurren en el mundo.

Las vitalidades de la Flora, del Rubén y del Polo están significadas mediante un cuestionamiento permanente a los fundamentos de lo que somos.

Pero, ¿cómo se realizan estas reflexiones en el fenómeno artístico?

 

Dinamismo estético

Mientras leemos la obra podemos captar que, entre los párrafos y los capítulos, avanzamos mediante contraposiciones. La construcción narrativa nos obliga a pasar de un momento, de un tiempo a otro, incluso entremezclando espacialidades y diálogos; formas de narrar o de dibujar las situaciones que suceden en la representación.

Esta técnica, que se involucra con las técnicas de montaje y los fragmentos, se relaciona con algo que hemos llamado dinamismo estético.

Nos dan ganas de preguntar: ¿qué nos permite esta manera de ordenar los acontecimientos? ¿En qué se diferencia esto de la linealidad tradicional del ámbito de la narración?

Primero tenemos que observar que, en la estructura textual, hay varias marcas de este fenómeno. Se puede ver tanto en las formas de los capítulos como en la transición de un párrafo a otro. Pero el texto adquiere la capacidad de dinamizar-se con la participación del contraste en el componente simbólico.

La dimensión imaginaria de un texto se establece bajo ciertos términos. [5] Hay cosas verosímiles en cierto mundo y no en otro. Pero cuando esta abstracción literaria se ramifica en varías perspectivas, todas unívocas a un sentido, se genera una suerte de cortocircuito, una aceleración que nos lleva a relacionar un contenido con otro.

Tenemos que pasar la página a la derecha y a la izquierda, subir y bajar constantemente los ojos. Y todo esto es posible porque la autoría rompió con la lógica lineal, porque enlazó las partes de una totalidad en un orden fragmentario.

La crítica debe resumir los contrastes que juegan en el texto. Intentar definir cuáles son las partes de la dinámica que pone en funcionamiento las contraposiciones simbólicas mediante su relación.

La muerte y la vida. La luz y la oscuridad. El tratamiento de una subjetividad y los efectos del crimen y el castigo. La realización de los ideales en la carne de las y los personajes. La esperanza y el sufrimiento. El sueño y la sensación de tener los pies enganchados al suelo.

La fuerza de la gravedad y los síntomas de la repulsión. La violación y la duda inocente. Las voces de la crueldad y los actos de salvación. El peso de la manipulación y la facticidad de los hechos. La intervención de…

 

Lo religioso

En una especie de contradicción mayor se encuentran la mirada de la maldad y el camino de lo religioso. El elemento sádico y el divino. Es en estos términos donde se fundamenta el grueso de la narración, sobre todo porque dichos componentes son lo que determinan, de manera objetiva y aparentemente eterna, a la protagonista y a los dos personajes principales que viven todo. Los hechos se articulan sobre la piedra de las cosas negadas por el sentido racional y común.

Pero, ¿qué función tiene el mundo religioso, la fe, en la totalidad del texto? ¿Cómo puede el autor mezclar la violencia con la religión? Quizás este ejercicio de contraste también forme parte de la dinámica de la narración.

Como dijimos, es en la medida en que se suceden los contrastes cuando la estructura literaria va avanzando o retrociendo en los acontecimientos. Los fragmentos y la obra están estrechamente unidos a cierta intencionalidad que los ordena de cierto modo.

En definitiva, las veces que aparece la dimensión religiosa es entre las flores de la libertad y las cadenas de la salvación. Cumple ambas funciones en el texto. O entrega un camino de salida respecto a lo sucedido, o es un castigo engorroso.

En el primer sentido, podemos decir que dos de los tres personajes principales tiene experiencias religiosas.[6] La única a la que nos referiremos, en su reclusión al interior de un convento, intenta escapar de un pasado que no le deja de aparecer en sus sueños, que la sigue a través de las premoniciones y de la sensación. Pero en la creencia encuentra un perdón innecesario respecto a la violencia que recibió. Y la culpa se mezcla constantemente con el odio.

En el segundo camino tenemos a las imágenes que se relacionan con el niño loco. Con una familia que lo cría con ideales, pero que, en realidad, lo trata con un desprecio que da a luz una espora, un nicho de resentimiento o incluso de resignación.

Eso es lo que vemos a veces, las ganas de masacrar la realidad, la subyugación a un sentimiento que gusta de la muerte como las abejas del polen de la flor. Locura que es, al final, una consecuencia del pasado y del castigo ilógico.

 

Una significación

Hemos podido determinar, de manera subjetiva, los tres aspectos que rodean la obra del escritor chileno. La violencia y su influencia verdadera en la constitución de la identidad, el dinamismo estético, formal y simbólico, que fundamenta la narración, y la existencia contradictoria, pero salvadora del mundo religioso.

La obra se sostiene de estos elementos para formar una totalidad fragmentaria, un cuerpo en permanente movimiento que no cesa de actualizar su sentido estético.

En este punto, ¿qué podemos decir de la significación? ¿Qué podríamos hacer con ese estar expuesto del texto? La violencia, la dinámica imparable y la religión son expresiones que están en una relación contingente con nuestros tiempos.

El silencio, el olvido y la perpetuación de la primera, el devenir infinito y tecnológico, la pérdida de un componente espiritual que fundamente la sensación. La experiencia que nos entrega Reyes es un recuerdo de todo esto.

Pero, sobre todo, un camino que nos permite reflexionar sobre lo que está a nuestro alrededor.

 

Citas:

[1] Iser escribe, en El proceso de lectura: “[…] la obra literaria posee dos polos que podemos llamar polo artístico y polo estético, siendo el artístico el texto creado por el autor, y el estético la concreción realizada por el lector. […] La obra de arte es la constitución del texto en la conciencia del lector” Disponible en “En busca del texto: teoría de la recepción literaria”, Dietrich Rall (compilador), México: UNAM, 1993.

[2] Sentir y definir no son parte del mismo fenómeno. Lo uno se relaciona estrechamente con el sistema estético; lo otro, con el aparato racional que nos permite comunicarnos mediante una estructura de signos codificados y complejos.

[3] Esto no quiere decir que buena parte del texto no se dedique a la descripción de actos ocurridos, sino que el enfoque está puesto, primero, en cómo ellos afectan en quienes los presencian, y segundo, en la interioridad de cada personaje a la hora de enfrentar su propia situación.

[4] El término contingencia revela una relación coherente de la textualidad con los problemas fundamentales de su tiempo. La violencia, el olvido, el silencio, las cárceles, los psiquiátricos; todos son elementos que, contingentemente representados, pueden permitir una fructífera reflexión.

[5] “Pues ¿qué es crear un mundo imaginario? Imaginarlo, ante todo, y hacer esta imaginación accesible a otros.” Martínez Bonati, Felix. La ficción narrativa. Disponible en Colección texto sobre texto, LOM Ediciones, Santiago, 2001.

[6] De hecho Rubén, el personaje principal, vive una situación extraña con una especie de secta de cristianos antiguos. Y es después de ese acontecimiento que acepta que algo divino se comunicó o incluso tranquilizó algo en su interior.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la creación artística en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

«La caída del ángel negro», de Tomas J. Reyes (Zuramerica, 2020)

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Crédito de la imagen destacada: Zuramerica Ediciones.