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[Ensayo] «La casa umbría»: Lengua hogareña, país de escombros

El poemario debut de la autora y educadora peruana Leda Quintana Rondón —y el cual se pone a nuestra disposición gracias al selecto catálogo de la Editorial Astronómica—, se publica tras una larga incubación y de profusas lecturas en diversos recitales del género, pues se trata de una ópera prima gestada dentro de la paciencia y en el cuidado.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 6.12.2021

Cada casa es, de alguna manera, una cordillera de muebles viejos, sendas con huellas dispersas en álbumes fotográficos, presencias que van y vienen, que quedan, de tanto quedarse, adheridas a las paredes.

Una casa es un laberinto de ventisqueros atravesado de voces o, más bien, de ecos de voces congeladas en la muerte; voces resucitadas, durante escasos segundos, por el fósforo encendido del recuerdo.

¿Qué palabras perviven al silencio con que acaban su vida nuestros seres queridos? ¿Qué caricias guardadas, gestos idiosincráticos y situaciones triviales, perviven en la memoria del espacio común?

En La casa umbría, poemario editado por la editorial Astronómica, de la poeta, educadora y mediadora de la lectura peruana, Leda Quintana Rondón, estas interrogantes y memorias familiares se congregan para resucitar el pasado y descubrir los vasos rotos, las prendas sucias y límpidas, que deja la historia peruana en el refugio de su hogar familiar.

 

El escenario mínimo de una confidencia

Este conjunto se articula como un entramado de voces, ecos y versos, un tejido en que recortes de la tradición poética peruana —versos de Blanca Varela, César Vallejo y Watanabe, entre otras y otros ilustres vates incaicos—, polinizan los versos de la poeta junto a las voces de sus antepasados y amistades poéticas, en una danza que diluye cualquier jerarquía, que es homenaje y resurrección de la memoria familiar y colectiva.

El tejido penetra los poros imaginativos del lector, teletransportándolo de un paraguazo al escenario mínimo y emotivo de una confidencia, un retazo curtido en que se amalgaman el dolor, la esperanza y una nostalgia brumosa, que aspira a limpiar los pasadizos de la memoria:

“La hija niña y la hija grande / abrazan juntas al padre que se resiste a morir / luego todos caen / en un pasadizo nebuloso. / Son muchas las heridas… / ¿La casa umbría podrá cobijarlas, / desinfectarlas, cubrirlas de luz?”.

Los versos de Martín Adán, uno de los poetas fundacionales del árbol copioso en frutos terrestres, vanguardistas, maduros, contaminados por la violencia y dotados de sabores peculiares (selva, mar, desierto y urbe, mixtura de lenguas y culturas) de la poesía peruana, que dan nombre al conjunto, indican la búsqueda de Leda, sus aprontes y el horizonte tan accesible y misterioso que es la casa, el hogar en que nace y muere la poesía a cada segundo.

Sus poemas convocan y conmueven, riegan y se nutren del silencio que reposa en las sombras de árboles y habitaciones. La voz se desborda, no acapara: reúne, teje un coro con las voces de la madre, de las madres de su madre, de las sanadoras; cosecha que surge de un huerto íntimo y común. Allí descubre que: “la memoria es medicina”.

Este huerto se baña en la luz de los días, abraza el pasado que palpita en el firmamento y los congrega en el hilado del linaje materno: “La niña da a luz a la madre en su poema / y la madre da a luz una casa / y todas las casas arden en tu cuerpo / por fin puedes ver y luchar / contra los nueve monstruos. / En el sueño eres escudo que erupciona / elevas plegarias / por cada uno de sus habitantes.”

Hay algo que resuena de estas plegarias, de estas ceremonias en que la palabra decanta y vibra con músicas que varían de poema en poema, reuniendo la oralidad y la sonoridad barroca, metáforas y esquirlas de realidad concreta y sufrida, sin nunca abandonar la danza del «sentipensamiento» en que se gozan y dialogan lo telúrico y la ternura.

Como apunta Nicolás López-Pérez en el epílogo: “La casa umbría es un homenaje al ayni, un gesto de humilde reciprocidad con los nombres propios y las ausencias que hoy más que nunca se tornan presencias. La memoria está hecha de palabras cargadas de futuro.”

Este poemario debut llega tras larga incubación y lecturas en recitales. Es una obra gestada en la paciencia y el cuidado.

Su hechura así lo demuestra; versos que calan y conmueven; imágenes microscópicas, oníricas y cotidianas; sahumerios verbales, cantos polifónicos y relatos orales en que hablan hogares y ancianas, recodos de sombra y tiempo, escolios fragmentados y melódicos en que las grietas de las paredes, las voces amadas y dolientes, se reúnen para levantar una casa que de tan íntima se vuelve común.

Poemas como un huerto cultivado sobre los escombros de un país escurridizo y telúrico, cuya verdadera tierra está en los jardines de las casas familiares, en la sangre de memorias que sanan y conmueven, y, en la selva que palpita vida en los extramuros de la urbe, como en los corazones de los habitantes que aún buscan sus raíces y cuidan la memoria de sus antepasados.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Punta Arenas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«La casa umbría», de Leda Quintana Rendón (Editorial Astronómica, 2021)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Crédito de la imagen destacada: Alexis Quintana & Sebastián García Quintana.

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