[Ensayo] «La llamada»: Los misterios de una sobrevivencia

El libro de la cronista argentina Leila Guerriero —inserto en el género del Nuevo Periodismo escrito en el contexto de la historia política sudamericana— es atrapante, magnífico y muy bien delineado, y aunque en un comienzo la autora se toma su tiempo para definir la línea de narración, una vez que da curso seguro a los acontecimientos, su lectura se hace demasiado atractiva y sugerente.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 22.5.2024

Silvia Labayru, hija de Jorge Labayru, un oficial de la fuerza aérea argentina. Al ingresar al Colegio Nacional de Buenos Aires, a fines de la década de 1960, conoció a los grupos estudiantiles de izquierda y terminó militando en los Montoneros, una desaparecida organización guerrillera peronista. Fue una integrante activa de dicho movimiento, y participó en comprometidas y peligrosas acciones armadas.

El 29 de diciembre de 1976 en plena dictadura argentina, y con cinco meses de embarazo, fue secuestrada y llevada a la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada Argentina), donde estuvo detenida, fue torturada y obligada a parir, sobre una mesa usada para los suplicios, en la cual nació su hija Vera.

Su hija recién nacida fue entregada a sus padres y ella se mantuvo detenida. De a poco se le concedió una libertad vigilada muy de cerca por los militares para que tuviera contacto con la niña y con su familia. Ayudó a los militares en papeles de propaganda. Entraba y salía del centro de torturas, donde fue violada de manera sistemática por el capitán Alberto González.

A mediados 1978 se le permitió salir del país con Vera hacia Madrid. Trató de reconstruir su vida marital con su esposo Alberto Lennie, padre de Vera, perseguido por la dictadura argentina y exiliado en España. Las circunstancias adversas terminaron con esa relación conyugal.

Despreciada por el exilio argentino, que veía en ella a una mujer que traicionó a sus compañeros. Y también, asociada al secuestro de unas monjas y fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo, salió adelante y rehízo su vida lejos del círculo de expatriados de su país.

Se casó con Jesús Miranda, un ciudadano español, con quien tuvo a un segundo hijo, David. Estudió psicoanálisis en la Universidad Complutense, pero no ejerció. Devino en publicista y luego empresaria inmobiliaria. Enviudó y volvió a Argentina para estar con Hugo Dvoskin, su amor de juventud y con el cual vive hasta el día de hoy. Silvia Labayru, una mujer que vivió varias existencias en una.

Esa biografía tan diversa, tan caótica, con tantas aristas, es la trayectoria humana que la periodista argentina Leila Guerriero (1967) narra en su último libro La llamada. Un retrato, publicado por editorial Anagrama, en enero de este año 2024.

 

Reconstruir las cosas que pasaron

A través de casi dos años de entrevistas con Silvia Labayru y distintas personas que tuvieron alguna incidencia en su vida, en una labor de indagatoria complementada con documentaciones, libros y expedientes judiciales, Guerriero trata de presentar —de la manera más objetiva posible—, el cúmulo de situaciones que ella tuvo que afrontar para comprender su biografía.

Marcada desde una edad temprana, a los 22 años Labayru ya había participado en actividades guerrilleras de Montoneros, había estado secuestrada, había sido torturada y violada, y vivía en Madrid prácticamente sola con su hija parida en cautiverio.

Si bien el retrato que Guerriero hace de Silvia abarca toda su vida, el corazón de los hechos está en el cambio vivido desde la experiencia política de extrema izquierda, a estar ayudando a los militares argentinos durante casi año y medio, para luego desde ese espíritu de supervivencia salir a delante y tener una vida «normal», pese al desprecio de muchos de sus compatriotas.

En este cruce de testimonios, el de Silvia es la base de la narración. No obstante, Guerriero entra en los detalles, las contradicciones, los desvíos, el olvido y la resistencia de la memoria de ella, de sus amigos y de sus amantes. De este modo, la reconstrucción de una vida parece ser una tarea mucho más complicada de lo que se aprecia en primera instancia y algunas veces no existen las conclusiones rotundas.

Silvia fue una de las primeras prisioneras que dio signos de vida cuando se pensaba que todos los secuestrados por los militares eran asesinados. Ella estuvo cuatro meses detenida, y se le creía muerta. Hasta aquella llamada, la famosa llamada telefónica a la que hace alusión el título del libro y que según su confesión le salvó la vida.

Además, fue una de las pocas prisioneras a las que se le permitió dar a luz y asimismo quedarse con su hija. Cuestión que no ocurrió en la mayoría de los casos. Las misteriosas decisiones que ocurrieron en su trayectoria vital son las que más intrigan en la narración de Guerriero. Las largas vueltas que dio para lograr salir a delante:

«Entonces, a lo largo de mucho tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas», repite la autora, como un mantra, en más de una ocasión, para explicar las vueltas en la vida de Silvia.

Para su grupo político fue una persona incómoda, pues nunca tuvieron confianza en ella. Algunos la consideraron delatora y se le acusó de ser una compañera afectiva de ciertos militares.

Este plano es uno de los más controversiales de su vida puesto que las violaciones no fueron «forzadas». El oficial Alberto González la sacaba de la ESMA y la llevaba a hoteles o departamentos para proceder a tener sexo con ella. Incluso en más de una oportunidad el capitán incluyó a su propia esposa en los encuentros, los cuales derivaron en apasionados tríos orgiásticos.

De ahí las múltiples acusaciones que ha tenido que enfrentar Labayru, en torno a que ella fue una especie de «colaboradora» encubierta del régimen liderado por Rafael Videla —el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional—, y que en consecuencia su persona nunca habría sufrido las vejaciones que sí padecieron muchas de las otras y reales prisioneras.

 

«Consentir es resistir»

La lógica de un tiempo que se mostró cruel y arbitrario fue un calvario que Labayru padeció por años. ¿Por qué ella si sobrevivió y miles de chicos no? ¿Qué vieron en ella los militares, lo que la salvó de una muerte casi segura?

Silvia Labayru junto a otras exprisioneras fueron las primeras en demandar a los militares que las violaron. Bajo el concepto de que ellas no tenían otra alternativa que consentir en las relaciones sexuales con ellos:

«Bajo amenaza de muerte, consentir es resistir», se lee en el texto.

Este inusual punto de vista, le permitió en 2015, iniciar un juicio contra sus abusadores.

Las preguntas que va haciendo Guerriero mientras va dejando constancia de las conversaciones, son los misterios que van quedando en el fondo de esta reconstrucción íntima e histórica a la vez. Ella no agota todas las preguntas y deja constancia de las hipotéticas respuestas que surgen en este increíble testimonio de sobrevivencia.

Así, la mano experta de la autora argentina hace del texto no solo una ordenada relación de hechos acerca de una existencia un tanto confusa, sino que también otorga unas líneas de sentido a una vida que resistió en el infierno. Un infierno que no acabó con su salida del centro de tortura.

En ese aspecto, las críticas de Silvia —que se dirigen principalmente a sus captores, los militares—, también tocan a los Montoneros y a los sectores de izquierda que azuzaron a toda una pléyade de muchachos a luchar sin estar preparados en contra de un ejército regular. Por esto, Labayru tampoco volvió a congeniar con sus camaradas.

El libro es atrapante, magnífico y excelentemente delineado. Si bien en un comienzo Leila Guerriero se toma su tiempo en definir su línea de narración, una vez que da curso seguro a los acontecimientos, la lectura se hace demasiado atractiva.

Todo muy bien matizado con las descripciones que hace la periodista de los distintos lugares en que se dan las entrevistas y las notas mentales que guían el relato central, en un deleite literario y cronístico, que se perfila desde la primera hasta la última página de La llamada.

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó también el libro Versos y yerros (Ediciones Luna de Sangre, 2016).

 

«La llamada. Un retrato», de Leila Guerriero (Editorial Anagrama, 2024)

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Leila Guerriero.