El libro del escritor y periodista catalán Carlos Garrido Torres corresponde a una lectura profunda y crítica del sistema que confina a la ancianidad, y el cual olvida su dimensión de salvaguarda de la memoria destinada para las futuras generaciones.
Por Juan Pablo Espinosa Arce
Publicado el 13.2.2022
Hace pocos días terminé la lectura del libro La memoria de las olas (José J. de Olañeta, Editor, 2010) de Carlos Garrido Torres (Barcelona, 1950). Es un volumen pequeño, casi de bolsillo debido a sus dimensiones físicas, pero no por ello es un texto fácil de leer, de procesar o de permitir que resuene en el lector.
Lo que quisiera ofrecer son algunos intentos o posibles resonancias desde mi propia lectura del libro de Garrido Torres. El argumento del libro es la relación que el autor tiene con su madre quien se encuentra en una casa o residencia de adultos mayores.
A través de una escritura testimonial, altamente poética y profundamente cotidiana, Garrido Torres estructura en cuatro capítulos el viaje mítico, espiritual y, hasta cierto punto, profundamente real, que su madre y él realizan en un barco hacia la isla española de Menorca. De ahí el nombre: la memoria de las olas.
En el diálogo a dos voces entre hijo y madre, diálogo que además es ampliado a otras voces participantes de la residencia y de la memoria de ambos, el barco, que es una bella metáfora de la vida personal y familiar, va abriéndose paso a través de las olas de un mar a ratos embravecido y a ratos calmo, como es la vida misma. El barco-vida que surca las olas-vida, las olas con memoria.
La lectura de mis subrayados
Como cotidianamente lo realizo, tomé el lápiz de mina y me propuse adentrarme en su lectura y fui subrayando algunas de las expresiones o ideas que más resaltaron en mi lectura. Aquí una disculpa y una advertencia: perdón a quienes creen que los libros no deben rayarse.
Personalmente creo que los subrayados y las valiosas notas que se pueden escribir en los bordes blancos de las páginas forman algo así como un segundo libro. Y la advertencia: lo que pude marcar en mi libro son mis notas. Haciéndome eco de la tradición judía de la lectura enseñada por el Talmud, los sabios cabalistas o Walter Benjamin, estamos inmersos en un constante proceso de recepción e interpretación.
Todos interpretamos de diversas maneras y, por ello, mis subrayados son una lectura dentro de una sinfonía de muchas otras lecturas. Y, por ello, agregaría desde ya una invitación: leer La memoria de las olas. Simplemente eso: leer y adentrarse en el barco y el mar.
De las varias cosas que destaqué, quisiera pensar dos. Nuevamente: no es una exposición agotada de lo que dice el texto. Son posibles resonancias desde una lectura particular. El primer elemento será el carácter habitado del ser humano.
Al ser una escritura testimonial la de Carlos Garrido, el texto está presentado en primera persona, en cuanto viaje rememorativo del autor por sus propios barcos y olas. El aspecto de lo habitable o del habitar es presentado por Carlos Garrido en la figura de la casa, cuando dice que él heredó de su madre la costumbre o el ritual de despedirse de los objetos y de las casas.
Dice el autor: «Quizás, porque tenía un sentido muy especial de lo acogedor, del refugio. La ‘casita’ significaba considerarse segura, rodeada de colores especiales, de sus objetos y fetiches. No era tanto un lugar físico como una categoría. Y cuando reproducía aquel efecto en algún sitio, se sentía muy a gusto. En una especie de ‘casita’ universal que podía ser una fonda, un apartamento de verano, la casa de un familiar, un hotel…» (p. 15).
El carácter hogareño, casero, habitado es una nota que caracteriza la experiencia de lo humano. Es lo contrario a la intemperie. El ser humano necesitó construir techos bajo los cuales podía sentirse cobijado, a gusto en compañía de sus objetos y de los otros seres humanos que habitan ese espacio.
A pesar de ese carácter positivo de la casa recordada, Carlos Garrido confiesa que la residencia de ancianos era para la madre la anti-casa, hasta el punto de que ella, la madre: «nunca pudo reproducir su mundo interior en aquel lugar» (p. 16).
Existen casas y anti-casas, lugares de alegría y de dolor, espacios abiertos a los recuerdos y espacios totalmente cerrados, casi marchitos y muertos. Hay un desafío de reconocer cuál es el lugar en donde habitamos y co-habitamos. Nos movemos en esa polaridad de casa y anti-casa.
Varios desafíos pueden surgir de lo anterior.
El espejo de los recuerdos
El segundo elemento la importancia de la memoria. Es el tema del libro (la memoria de las olas) y va ocupando lugares centrales en la narración del autor. Una frase me hizo detener la lectura: «ser un explorador de tu propia vida. Desde la distancia, a vista de pájaro, tu historia personal se convierte con los años en una especie de bosque canadiense, extensísimo, sombrío, lleno de abetos y con montañas nevadas al fondo. Sabes que todo cuanto has vivido está ahí de alguna manera» (p. 19).
Es sugerente la topografía que posee el libro: un barco, un extenso mar, una residencia de ancianos, un bosque como metáfora de la autoexploración, de aquello tan querido desde el pensamiento griego clásico. En el bosque, indica Garrido Torres, el ser humano tiene la posibilidad de reconocer un instante, un momento especial dentro de la suma de acontecimientos.
Él lo caracteriza con la imagen de un hilo de humo blanco que sube desde algún lugar del bosque: «y piens[a]s: allí hay cazadores. Se trata de un suceso de tu vida que, por un momento, ha logrado escapar del conjunto y vuelve a la conciencia» (p. 20).
Entonces podríamos preguntarnos sobre cuál es el hilo de humo blanco que podemos ver en medio del bosque. El hilo de humo es una señal de atención que, llegando a la conciencia, nos hace despercudirnos y abrir los ojos ante lo inusitado de los acontecimientos vitales. ¿Cuál es el humo que vemos?, ¿quiénes son los cazadores, en cuanto figura de los otros?, ¿quiénes son nuestros otros?
Y en otro momento de la narración y también en torno a la memoria y al trayecto, dice Garrido Torres: «es curioso como en el viaje de la vida acabamos pareciéndonos a nuestros padres. Se trata de una transformación muy lenta, alentada también por el espejo de los recuerdos. Deformados con el tiempo, evocan cada vez más lo que imaginamos y no tanto lo que fue» (p. 78).
Este extracto se encuentra en la parte de la obra donde la madre comienza a recordar los horrores de la guerra. La memoria, sacudida por el terremoto y la catástrofe, también va sufriendo sus espasmos y alteraciones.
A través de La memoria de las olas el lector se hace cómplice con la narrativa de las formas poéticas y metafóricas a través de las cuales se expresa el sentido más auténtico de la vida humana. El viaje de la vida tiene momentos de altura y profundidad y ello, pienso, hace que el lector vaya comprendiendo cómo el barco y las olas de autor y madre son también sus propias olas y barco.
Finalmente volver a recomendar La memoria de las olas. Es una lectura profunda y crítica del sistema que confina la ancianidad y olvida su dimensión de salvaguarda de la memoria. A través de la pluma experiencial de Garrido Torres podremos volvernos cómplices de sus propias experiencias que, en algún modo, son también nuestras propias experiencias.
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Juan Pablo Espinosa Arce es licenciado en educación y profesor de religión y filosofía titulado en la Universidad Católica del Maule, magíster en teología fundamental de la Pontificia Universidad Católica de Chile y candidato a doctor en teología por esta última Casa de Estudios.
Es académico instructor adjunto de la Facultad de Teología de la PUC de Santiago y académico de la Universidad Alberto Hurtado.
También es autor del libro Pequeña teología de la incertidumbre (2021) y de los poemarios Miradas desde la ventana (2021) y Cantos de la fuente nororiente (2022).
Imagen destacada: Carlos Garrido Torres.