La nueva entrega del escritor alemán Bernhard Schlink es una novela que permite ver el modo en que las ideologías pueden distorsionar comunidades enteras, destrozar psiques y sembrar el germen del odio en cerebros vulnerables, ignorantes, meros peones de un ajedrez mayor del que se sienten parte, pero que los utiliza sin misericordia en la consecución de sus mezquinas agendas.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 22.1.2024
La nieta, de Bernhard Schlink (1944), es la más reciente obra del autor germano, traducida por Daniel Najmías.
Aquí, el narrador, reconocido globalmente por su éxito El lector, llevada al cine por Stephen Daldry, delinea en la presente novela una exhaustiva, extensa cartografía por los erosionados paisajes que ha dejado la caída del Muro de Berlín, con antecedentes y consecuencias que perduran en las psiques de todos sus personajes, quienes no pueden sino vivir sus domesticidades bajo el tremendo peso del pasado histórico.
Entre las denuncias más evidentes que Schlink presenta, se hallan la xenofobia, el antisemitismo, el negacionismo, todos cruzados problemáticamente por el imperio de los afectos.
Birgit, una mujer melancólica y alcohólica («había empezado a beber mientras, durante los estudios, se sintió por primera vez una extraña en el Oeste»), que muere en las primeras páginas de la novela, guarda más de un secreto, por su pasado en Alemania del Este.
Kaspar, el protagonista, proviene del Occidente, un lugar más civilizado y privilegiado y, con su conciencia social, quiere ver la realidad total de su fragmentado país. «Quería experimentar Alemania, toda Alemania, no solo el Oeste, en cuya cómoda y católica Renania había vivido hasta entonces». Así es como se entera de la fealdad del este, lo gris de sus construcciones, lo erosionado de las calles, con solares desérticos y olores extraños.
Así, Kaspar comienza a encontrar pistas en el pasado de Birgit, tras su muerte. Solo muerta comienza el proceso de conocimiento y real dimensión del trauma que carga Birgit como hija del Este y el complicado y costoso proceso de emancipación que ha requerido su traslado al Oeste.
Es tal el dolor, que ni siquiera su marido sabía que había tenido una hija, quien luego revelará otra descendencia: la que da título a la novela.
Gracias a textos póstumos, Kaspar va hallando las claves de esta herencia. Se trata de escritor en donde se habla de sombras, culpas, utopías de Birgit, la nunca se desprende del peso de su pasado, enquistado en la figura de su hija.
«La vida estaba en otra parte», dice. Y, en su texto, titulado «Un Dios severo», escribe: «Los que se quedaron no pueden volver a entusiasmarse con la República Democrática Alemana. Los que se fueron no pueden volver: su exilio no tiene fin. De ahí el vacío. El país y el sueño se han perdido para siempre».
El imperio de los afectos
A partir de ese momento, Kaspar se transforma en detective en busca de esta constelación familiar, y es así como se encuentra con un entorno sumamente opaco y reaccionario.
Finalmente encuentra a los padres adoptivos de la hija de Birgit, quienes manifiestan hostilidad hacia ella. La hija, Svenja, dicen, es una zorra que trafica droga, disfruta atropellando con su moto, acosando a chicos con cabezas rapadas, y «matando garrapatas».
Svenja: «se drogaba y daba palizas a homosexuales y extranjeros… se había vuelto de extrema derecha, no por política, sino por la violencia: quería destrozar lo que la había destrozado».
El legado sigue cuando Kaspar da con Svenja, ya casada con Björn y criando a la niña, Sigrun. En la vivienda tienen fotos del nazi Rudolf Hess y, rápidamente, Kaspar se entera de la postura de la familia: los musulmanes son odiados y quieren adueñarse de Alemania. Los judíos han inventado el Holocausto y dominan el mundo con su dinero.
Aquí está una «generación perdida» resistiendo en su lugar y condenando a quienes lo han abandonado y a quienes han llegado: inmigrantes. Páginas y páginas describen la disociación del exilio y todas las idealizadas expectativas de Kaspar son destrozadas ante esta silvestre familia.
No es de extrañar, entonces, que la niña, Sigrun, desee lo mismo para ella misma y su futuro. Envidia la esvástica decorativa que una amiga lleva en una oreja y, en la misma casa, hay un molde para hacer galletas con forma de esvástica.
Una vez que Kaspar hace contacto forzado con la familia y es aceptado solo porque les promete dinero por la muerte de la madre de Svenja, comienza el vínculo con su nieta. La novela se extiende excesivamente en la relación entre Kaspar y Sigrun, y ahí nos enteramos del nivel de adoctrinamiento que ha sufrido la niña.
Él la «educa» con música y arte, contra todo pronóstico, pues la niña ha sido fuertemente adoctrinada y, en un momento, hasta se ve involucrada en el asesinato de un joven de izquierda. Pero la narración hace un voto por el cambio, por la esperanza de la generación futura, que ya no es la «generación perdida» que ha visto en la previa, y el final reserva optimismo y nuevos horizontes.
La nieta es una novela que permite ver el modo en que las ideologías pueden distorsionar comunidades enteras, destrozar psiques y sembrar el germen del odio en cerebros vulnerables, ignorantes, meros peones de un ajedrez mayor del que se sienten parte, pero que los utiliza sin misericordia para sus mezquinas agendas.
También es una novela que reivindica el valor de la educación, del arte, y del cariño como canal y posible herramienta para luchar contra ese vacío del que tantos no pudieron salvarse y del que muchos son impotentes víctimas.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Bernhard Schlink.