Recién estrenado en la cartelera cinematográfica francesa, este largometraje de ficción debido al director galo Robert Guediguian, corresponde a una nostálgica reflexión —con guiños a un melodrama propio del neorrealismo italiano— a las carencias familiares, sociales y financieras, propias de la vejez y su experiencia vital, en el contexto de la urbe moderna y contemporánea.
Por Georges Aguayo
Publicado el 11.2.2025
Como de costumbre esta película —La pie voleuse (2024)— del realizador Robert Guediguian transcurre en su natal Marsella, en la Estaque, un barrio de construcción intrincada, de orígenes algo rebeldes.
Siempre atento a las problemáticas sociales de nuestro tiempo, Guediguian de cierta manera retoma el camino emprendido por el actor y dramaturgo italiano Darío Fo en su obra ¡Non se paga, non se paga!
Fiel a sus actores, el personaje de María, el ave ladrona de este conte, lo interpreta Ariane Ascaride y Jean Pierre Darrousin a una sus «victimas», el señor Moreau. El papel de Bruno, su marido ludópata, es interpretado por Gerard Meylan.
Ya sexagenaria, María se gana la vida prodigando cuidados a ancianos. Y es así como vestida con blusas floreadas y bluejeans, arrastrando el carrito de las compras, la vemos circular por las callejuelas de la Estaque.
María efectúa sus tareas con mucha abnegación. Los ancianos no vacilan en llamarla por teléfono, fuera de las playas horarias, cuando están angustiados o bien tienen miedo. Al señor Moreau, un inválido que no sale nunca de su casa, le prepara su pescado preferido.
Cuando va a la pescadería de pasada agrega en la cuenta, para ella, una docena de ostras que después disfruta en su casa escuchando un concierto de música clásica.
María tiene un nieto pequeño, Nicolás, que prepara un concurso para entrar en el conservatorio de música. Para arrendarle un piano y pagar los honorarios de un profesor, la mujer le sustrae unos cheques al señor Moreau.
La vida no es fácil para María, su marido, Bruno, es una fuente permanente de problemas. Dilapida su jubilación y es ella quien debe pagar sus deudas de juego, con su salario y los pequeños robos que efectúa, un billete por aquí otro, por allá, en las casas de los ancianos.
María tiene una hija, Jennifer, que trabaja como cajera en un hipermercado, y Kevin, su marido, es chofer de camión.
Este equilibrio inestable es interrumpido por Laurent, el hijo del señor Moreau, quien comienza a husmear en los papeles de su padre.
Reconocerse en la ausencia
La relación entre los dos hombres siempre ha sido difícil —Laurent le reprocha la muerte de su madre y su propia infelicidad—, el señor Moreau desciende de las nubes cuando su hijo le expone la situación: ¿de qué cheques me estás hablando?
Viendo su reacción, Laurent adopta un tono grosero e irrespetuoso. A su edad el señor Moreau no tendría otra alternativa que la de recurrir al sexo tarifado. De regreso a su casa, le cuenta a su compañera sentimental, Audrey —los dos administran una agencia inmobiliaria—, el problema que, según él, tiene su padre.
Harta de escuchar las eternas críticas que Laurent le hace a su padre, al principio Audrey no quiere saber nada. Finalmente, haciendo gala de mucho espíritu práctico, le dice que presente una queja en los tribunales, por abuso de confianza en una persona vulnerable: el agente inmobiliario está de acuerdo con ella.
El paso siguiente de Laurent es contactar a la hija de María. Esta también baja de las nubes cuando le expone el problema ¿De qué cheques y de que piano le está hablando? Le pregunta, igualmente, antes de cerrarle la puerta en las narices.
Solo que después de hacer algunas verificaciones, se da cuenta de que las acusaciones de Laurent tienen fundamento, su madre ha delinquido.
Jenifer, entonces, va a su agencia inmobiliaria. A esa hora, fuera de él, no hay nadie en la oficina, los dos están solos. Poco a poco la situación entre ellos evoluciona de un reconocimiento de la falta materna, de rogar para que Laurent no vaya a los tribunales, hasta convertirse en el inicio de un acercamiento sentimental: ambos se tocan, se acarician, se besan.
Este conte podría haber emprendido aquí un sendero bien sórdido: nada de tribunales a cambio de intimidad física y emocional.
Pero no, Laurent no le miente, es sincero, tal vez un poco más que Jenifer quien no desea abandonar a su marido camionero.
El azul del mar Mediterráneo
Laurent termina contándole todo a Audrey y cortando su relación sentimental con ella. Como no logra retenerlo, Audrey va a contarle todo al señor Moreau, pero como este se niega a seguir la vía judicial, ella misma presenta la queja en su lugar.
Convocada por la policía, María es despedida de su trabajo, y un camión viene a retirarle el piano a su nieto. Fin provisorio de la historia, el señor Moreau, que hasta ese momento vivía enclaustrado en su casa, parte en su sillón de ruedas a la comisaria, donde logra convencer a un escéptico policía de anular la denuncia de Audrey.
Este conte termina relativamente bien. El piano vuelve a la casa de Jenifer y Nicolás continúa la preparación de su concurso. El idilio de Laurent con Jenifer puede continuar a la luz del día, Kevin da por terminada su relación con ella, sin mayores dramas, con cortesía y dignidad.
Subyacente a su trama formal, este conte, con tintes algo amorales, podría ser una constatación melancólica sobre el inevitable paso del tiempo. Bruno, el marido ludópata de María, intenta reparar una moto vieja, en el barrio, pues salvo él, ya nadie sabe hacerlo.
Paralelo a la historia central transcurre la del señor Toulouse y su esposa, los dos ya muy ancianos. La mujer con la cabeza ya ida, va, regularmente, acompañada por su marido, a una pastelería, al encuentro de un novio que nunca volvió.
El señor Toulouse, personaje interpretado por el fallecido Jacques Boudet sería solamente un relleno para su soledad. Algo de lo cual aquel está muy consciente.
Para María vejez y decrepitud física están ya muy cerca, y dentro de un tiempo, tal vez no demasiado largo, podría ser ella la que necesite de cuidados. Y está el señor Moreau quien nunca sale de su casa, pero que desde lo alto de su jardín puede observar el azul del mar Mediterráneo, así como el veloz paso de los trenes.
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Georges Aguayo (Valparaíso, 1956) es un escritor chileno residente en Francia desde hace décadas, que estudió en la Universidad de Paris VIII quien es el autor de los libros Cuentos parisinos (2011), Santiago mon amour (2014) y Un día de campo (2021), todos publicados por RIL editores.
Tráiler:
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Georges Aguayo
Imagen destacada: La actriz Ariane Ascaride en La Pie voleuse.