[Ensayo] «La vanidad de los Duluoz»: El caótico aprendizaje de Jack Kerouac

En esta novela las experiencias del escritor de Massachusetts son una búsqueda constante de la trascendencia, de aquello que le otorgue sentido a su existencia más allá de lo material, pues demasiado pronto descubre que sus ilusiones existenciales solo constituían un simulacro de aquello que nunca tendría.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 7.11.2024

La obra literaria de Jack Kerouac (1922 – 1969) es un caso singular de la literatura norteamericana. En sus diversos libros, el autor norteamericano es el centro de la narración: sus vivencias, sus amistades y familiares. A través de ellos, recorre las diversas ciudades y caminos de un país que está en pleno auge económico y cultural, pero en sus recuerdos muestran otra cara de la nación.

Así, la llamada generación Beatnik y la contracultura estadounidense son los conceptos con los cuales se asocia al escritor, que en vida publicó uno de los libros más influyentes de la literatura contemporánea, En el camino (On the Road, 1952), texto cargado de una energía vital pocas veces vistas en las letras y una forma de narrar fresca como sus aventuras.

A través de los años, se acercó al budismo, las drogas y el jazz. Los excesos alcohólicos terminaron pasándole la cuenta, muriendo a la temprana edad de 47 años.

En febrero de este 2024, la editorial Anagrama, en su colección Compactos, reeditó la novela de Jack Kerouac, La vanidad de los Duluoz (Vanity of Duluoz, 1969), terminada sin embargo en 1967, y que lleva por subtítulo «Una educación audaz, 1935 – 1946».

Al correr de sus páginas el artista retrata su experiencia de jugador de fútbol americano en la secundaria de su natal Lowell, en el estado de Massachusetts. Gracias a esto, logra una beca deportiva, con la que ingresa a la prestigiosa Universidad de Columbia.

En ese lugar, conocerá el rigor de los entrenamientos, la dureza del trabajo en la cocina y los cansadores estudios universitarios. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y el cambio de rumbo de miles de jóvenes que se ven llamados al frente, arrastra también al protagonista, Jack Duluoz, alter ego literario de Kerouac, a enrolarse en la marina para luego ingresar al rama de marino mercante y así conocer el mundo.

Pasa por Irlanda, Groenlandia e Inglaterra, vuelve a Nueva York donde lo espera una nueva vida, nuevos amigos, entre los que están William S. Burroughs, Allan Ginsberg y Lucien Carr, entre otros, todos presentados con sus distintos alias.

Es el momento inicial, donde brota la semilla que dará inicio a lo que con los años a lo que se conocerá como la generación Beatnik.

 

El preludio de su propia condenación

La novela exhibe desde el comienzo su prosa rítmica, que parece no sucumbir en fuerza creativa, irradiando su voz como una bola de nieve sin freno:

«Muy bien mujercita mía, a lo mejor soy un plasta inoportuno y fastidioso, pero después de que te haya hecho un relato de las tribulaciones por las que he tenido que pasar para tener éxito en América entre 1935 y más o menos ahora, 1967, por más que sé muy bien que todo el mundo ha tenido sus problemas, comprenderás que mi muy particular forma de angustia se debe a que fui demasiado sensible a todos los idiotas con los que tuve que tratar para poder llegar a ser estrella de fútbol americano, primero en el instituto y luego en la universidad, donde servía cafés y fregaba platos y me entrenaba hasta la noche y leí la Ilíada de Homero en tres días, todo al mismo tiempo, y, ¡válgame Dios!, un ESCRITOR cuyo ‘éxito’, lejos de ser un triunfo feliz como ocurría antiguamente, fue el preludio de su propia condenación».

Este es el firme y fluido comienzo de La vanidad…, donde el narrador conduce al lector como si no tuviera tiempo de descansar porque puede que se le olvide algún detalle. Esta prosa que suena natural y espontánea es lo que lo hizo célebre.

La obra es una larga relación de hechos a su esposa Stavroula, que en la vida real era su tercera cónyuge, de nombre Stella Sampas. A ella le envía esta especie de memorias, de libre asociación, un tanto anárquica, sobre los años que lo formaron como individuo y artista, cuando por primera vez salió al mundo.

Con todo, las experiencias de Kerouac son una búsqueda constante de la trascendencia, de aquello que le de sentido a su existencia más allá de lo material. En efecto, con Jack nada está de antemano determinado, pues demasiado pronto descubre que ese sueño americano de jugador que triunfa por su habilidad innata de juego, que se le enseñó en los tempranos años de la secundaria, era solo un simulacro de aquello que nunca tendría.

Y así comienza su periplo de aprendizaje en las calles, en la vida, en la locura, dejando atrás el deporte y la universidad:

«Fue la decisión más importante de mi vida hasta aquel entonces. Lo que estaba haciendo era decirle a todo el mundo que saltara al enorme océano de su propia locura. También me lo decía a mí. ¡Y vaya baño!» (p. 117).

En ese «océano de su propia locura», Kerouac se encontró con la Segunda Guerra Mundial. Así de un momento a otro, lo importante se trasladó hacia otras esferas:

«No hablo con detalles de mis mujeres, o exmujeres, en este libro, porque trata de fútbol americano y guerra, pero cuando digo ‘fútbol americano y guerra’ tengo que dar un paso más y añado: muerte» (p. 239).

Queda en las páginas de sus relatos, la experiencia de la lucha armada, que se llevó por delante a decenas de conocidos, de los que el narrador hace un breve recuerdo en sus divagaciones, cuando rememora nombres, hechos y posterior muerte en combate.

Sin embargo, también las experiencias tienden a ser vivencias intensas tanto en la ciudad, su amada Nueva York, con sus amigos, como en la contemplación de la naturaleza:

«Resulta que en una ocasión, al amanecer, yo estaba en la silenciosa cubierta y miraba y pensaba: ‘Qué lugar tan salvaje y lleno de vida'» (p. 168).

O la experiencia de salir a caminar y encontrarse con uno de sus héroes literarios de ese entonces: «Cruzo el puente [Brooklyn] con un viento que aúlla y una nieve intensa que me golpea la cara roja, naturalmente sin ni un alma a la vista, cuando de pronto, un hombre de 1.90 de estatura, más o menos se acerca; (…) ¿Sabes quién era? Thomas Wolfe. Vamos al libro cinco» (p. 100).

En la misma narración, Kerouac recuerda un momento del año 1942 donde quería escribir sobre los Duluoz, y que el libro guardara relación con James Joyce:

«Y fue en aquella mañana, antes de estar listo para zarpar hacia Brooklyn, cuando se me ocurrió la idea de escribir acerca de la ‘leyenda de los Duluoz'» (p. 235).

En el libro Kerouac se explaya sobre sus ídolos literarios, en sus lecturas, las películas que veía, las canciones que escuchaba. Todo para configurar el momento histórico en que —como el retrato del artista en ciernes que era— el contexto urbano, político y social, lo iba moldeando.

Y junto a ello, las experiencias que de alguna forma se hicieron significativas y que a la larga, serían la base para el resto de su magnífica obra.

 

 

 

 

***

Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó también el libro Versos y yerros (Ediciones Luna de Sangre, 2016).

 

«La vanidad de los Duluoz», de Jack Kerouac (Editorial Anagrama, 2024)

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Jack Kerouac en 1942.