El último martes 22 de agosto tuvo lugar en la ciudad de Barcelona, la «avant premiere» de la ópera prima como realizadora cinematográfica, de la actriz navarra Itsaso Arana, cuya dilatada trayectoria profesional abarca también interpretaciones en teatro y la televisión. Desde este jueves 25, el filme de encuentra en la cartelera de las salas españolas.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 26.8.2023
La cita fue en el emblemático Cinema Phenomena, una sala con la última tecnología y que sin embargo respira antigüedad por su gran aforo y su decoración, especialmente gracias a las evocadoras cortinas correderas cubriendo su gran pantalla panorámica tal y como era habitual en tantos cines del siglo pasado.
Itsaso Arana asistió a este templo del séptimo arte acompañada del realizador Jonás Trueba, quien en esta ocasión acudía en calidad de productor. Ambos ya trabajaron juntos en tres películas del madrileño: La reconquista (2016), La virgen de agosto (2019) con libreto de la propia Arana y Tenéis que venir a verla (2022).
Tras la proyección, la realizadora nos habló de su película en un coloquio muy interesante conducido por una responsable de Phenomena y que concluyó con algunas preguntas de los asistentes.
Arana comentó que Las chicas están bien se forjó en los intensos días de acompañamiento a la muerte de su padre junto a las mujeres de su familia que le evocaron la lorquiana La casa de Bernarda Alba; y que de alguna manera ese compartir entre féminas y ese tener la muerte tan cerca le llevó a querer honrar a las mujeres y a celebrar la vida. Añadió que una de las ideas principales de su encuentro de actrices fue mostrar un retrato sincero de cuatro mujeres (Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro) a las que admira y con las cuales comparte amistad.
En este sentido «entrar» en la misma como una intérprete más le permitió poder acercarse mejor a ese objetivo; y asimismo ayudó la decisión de que los personajes mantuvieran los nombres propios de las actrices amigas.
De hecho —según confesó— el guion original era casi irrepresentable, con lo cual la obra audiovisual se fue conformando durante el breve rodaje —de tan sólo quince días— en ocasiones gracias a improvisaciones consensuadas entre las cinco protagonistas, quienes hablan en todo momento con naturalidad de sus entenderes y sentires a la par que ensayan una obra teatral de época indefinida.
Gracias a las preguntas del público, supimos que la bella finca en la cual se desarrolla la acción pertenece a Mercedes, la mujer que las acoge para el ensayo ficticio y para el rodaje real. Arana supo que era el lugar adecuado entre otros detalles por su sugerente rótulo: «Aquí se cura el espanto».
También comentó que la niña de la casa, nieta real de Mercedes, es tan potente como se refleja en la película y que en consecuencia, en la mayoría de los casos, todos tuvieron que adaptarse a ella.
Muchos más fueron los aspectos tratados en el agradable coloquio de una excelente ópera prima que mezcla con destreza ficción y realidad; y en cuyo metraje confluyen un ensayo en el cual afloran temas trascendentales de la condición humana, una crónica veraniega al más puro estilo del cine francés y sobre todo un cuento en torno a la feminidad.
Desnudez, máscaras y miradas
«Estoy cansada de esperar y de vivir para la mirada del otro».
Irene
Las chicas están bien se inicia con un pequeño fracaso, las vemos a las cinco frente a la verja de la finca sin poder entrar. Itsaso se excusa por ese «fracaso» y se preocupa por ellas, en su actitud humildemente humana se entiende la voluntad de retratar los valores femeninos que latirán en toda la obra.
Valores que nacen de la empatía hacia todas las diferencias y de la aceptación de la ambivalencia de la condición humana, todo ello con la voluntad de encontrar un equilibrio consciente entre las polaridades que caracterizan nuestro mundo.
En ese «chicas, perdonad» la realizadora se recuerda y nos recuerda que somos aciertos pero también errores y que la grandeza está en reconocer los inevitables errores propios y asimismo en reconocerse vulnerable frente a ellos y en general ante la vida.
Y en ese mostrar sincero y humilde de Itsaso entiendo que anida la semilla de la diferencia que encarnamos y que pugna por ser abrazada; a través del llegar a ser consciente de los personajes ficticios o reales propios, podemos crecer —con fuerzas renovadas— como persona única sin necesidad de máscaras.
En este sentido, se nota que todas ellas están cómodas frente al espejo —tanto el espejo real como el que les ofrecen sus compañeras— y especialmente frente a la cámara hablando de su sentir y de su entender sobre temas de calado tales como la interpretación, el amor, la muerte, la maternidad, la vida.
Así, por ejemplo, Irene asegura que: «estoy cansada de esperar y de vivir para la mirada del otro», lo que se entiende como una voluntad del comentado cambio a partir del reconocimiento sincero de la persona que anida tras las máscaras.
De hecho, todas tienen sus momentos de desnudez anímica; uno de los más potentes es el protagonizado por Bárbara quien en madurez asegura que para ella la cámara es una buena amiga.
Con serena seguridad, la vemos mirar a cámara mostrando satisfecha su barriga de embarazada; y en esa «coincidencia» de tiempo y de espacio —la de su vida personal y la de la ópera prima de su amiga— entiendo que se sublima la feminidad esencial de la película.
El guisante y la «princesa»
«Comprendí que ella no buscaba el príncipe, buscaba el guisante».
Isatso Arana
Tal y como se ha comentado, junto a las cinco actrices amigas, la película nos muestra a otras dos mujeres: la casera Mercedes y su inquieta nieta.
Fue la pequeña la que simbólicamente acudió con la llave de la finca para auxiliar a las chicas, ellas entraron «gracias a» y acompañadas por una niña muy despierta. Esa chiquilla —entiendo— como imagen de cada una de las niñas interiores de las actrices que encontrarán en «aquí se cura el espanto» un hogar, un ambiente propicio para poder expresarse y sanarse.
Y cobra protagonismo el que la nieta de Mercedes guste de jugar a ser «la princesa del guisante»; la niña como princesa de un cuento escrito por Hans Christian Andersen que se caracteriza por ser de los pocos relatos infantiles clásicos que para nada es tenebroso o cruel y que acaba bien.
Un cuento de hadas en el cual la madre de un príncipe busca la mejor princesa para su hijo mediante la superación de una curiosa prueba. Las candidatas han de dormir en una cama con numerosos colchones bajo los cuales se esconde un guisante, y al día siguiente han de explicar cómo han descansado.
Muchas han sido las que se han presentado y todas han afirmado haber descansado perfectamente con lo que han sido rechazadas, ninguna captó el sentido real de la prueba.
No hay princesa hasta que una mujer muy sensible y resiliente, que ha sobrevivido a un tremendo naufragio duerme en esa cama de colchones —sin saber siquiera que era una prueba— y afirma que no ha podido descansar en toda la noche porque había algo en la cama que se lo impidió. Ese era el sentido: ser realmente sensible.
Arana comentó en el coloquio que recreando el cuento: «Comprendí que ella no buscaba el príncipe, buscaba el guisante».
Desarrollando la idea y según mi entender, la mujer es «princesa» (es soberana) por sí misma (no se presenta a concurso, supera la prueba sin intención ganadora) y su brillo ha sido forjado vivenciando tormentas —tanto las meteorológicas como las humanas— mostrándose resiliente y sin miedo, lo que favorece la necesaria sensibilidad empática que ostenta, unas virtudes que entiendo, definen a una verdadera «princesa», a una soberana de sí misma, cercana y entregada a sus congéneres amados.
Así, entiendo que el guisante simboliza la dureza vivenciada condensada en semilla y Arana nos muestra cómo finalmente, la niña planta el guisante, a fin que de la piedra del dolor y los dolores del mundo, surja una planta de renovado verdor. Bella imagen simbólica.
Y el príncipe del cuento —original y especialmente el de Arana— no es el objetivo ni es el protagonista. El cuento trata de sagas de mujeres que buscan transmutar siglos de dolor femenino, de maltrato de la feminidad, tanto en mujeres como en hombres sensibles.
El cuento de Arana busca honrarles, al ensalzar a un grupo de mujeres actuales, pero vestidas de época, como una acción feminista.
Una acción que es feminismo consciente, y cuyo objetivo es la necesaria igualdad —en las diferencias— con la masculinidad y el hombre para el bien de todos y todo. Un feminismo que reclama y actúa no para derrotar ni vencer al otro polo, sino que para que la feminidad sea por fin respetada, entendida y tenida en cuenta en lo muchísimo que vale.
Para finalizar, comentar que la realizadora afirmó que el título de la película podría haber figurado entre interrogantes pero que: «así es casi irónico, con doble sentido, puesto que no todas están bien».
Sin duda no todas están bien pero obras frescas y auténticas como esta ayudan —y mucho— a que cada vez más mujeres y hombres estemos bien a pesar de tantos repuntes retrógrados de un machismo que se resiste a ceder su patético, estéril y destructivo poder.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Las chicas están bien (2023).