[Ensayo] «Literatura infantil»: La adolescencia inmolada

El nuevo libro del escritor nacional Alejandro Zambra en un texto atravesado por la ternura, y por anécdotas familiares que podrían ser la de cualquier familia chilena de la década de 1980 o latinoamericana de nuestro siglo, y donde hay mucho cuidado con el lenguaje y con la franqueza diligente y desafiante, que implica revolver la memoria vernacular.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 8.9.2023

Recuerdo que la lectura de las primeras dos novelitas de Zambra, Bonsái y La vida privada de los árboles, me dieron una impresión en parte perplejidad, parte tedio, más allá de los chispazos de humor y la textura acabada de la prosa, las historias golpeaban, pero no enganchaban, eran oblicuas y tristes.

Quizá lo leí cuando la tristeza ya no era una opción para mí, cuando la adolescencia ya se había inmolado debido a una paternidad temprana, que vino a remover la mesa y recalibrar la perspectiva vital por fuerza mayor.

Lo leía con la sospecha de los aspirantes a escritores, acaso del poeta que desconfía de los prosistas que abandonaron a las musas por la amplitud de lectores y posibilidad de algún beneficio comercial que otorga la narrativa.

Con todo, la verdad es que no hay razón de peso para resistirse a un escritor o escritora en particular más allá de que sus libros no entren en nosotros como el sonido de la lluvia o la luz del amanecer. El estilo del Zambra temprano me apelaba, pero no me encantaba.

Eso cambió de lleno con la lectura de sus lecturas, de su escritura sobre la lectura en No leer, y sus cuentos, Formas de volver a casa.

Lo sentí más cercano, más asentado, ya no solo con un gran dominio del lenguaje (o al menos una cierta perspicacia, una conciencia de la ambigüedad intraducible y maravillosa que atraviesa la vida y la literatura), sino que reconciliado con su memoria y dejando brotar su sentido del humor, ese que al leerlo te parece escucharlo como si uno oyese la última historia o las tallas de un amigo inesperado.

 

Una forma secreta de la compañía

Es con esos precedentes que llegué con disposición y curiosidad a la lectura de Literatura infantil, su último libro, publicado hace unos meses por Anagrama, como ya es recurrente. Como se ha dicho en algunas otras partes el libro es una suerte de larga carta al hijo, pero también es una carta abierta, y una correspondencia íntima, con retazos de llamadas telefónicas del DF mexicano a Santiago, entre Zambra y su padre, o más bien entre Silvestre, el hijo de Alejandro, y su abuelo con Zambra de colado.

Conversaciones que el escritor filtra en busca de la memoria de su padre, del asalto que vivieron juntos o la remembranza de algunos veranos en carpa en los que su padre pescaba y Zambra leía novelones o tiraba la talla con un amigo invitado a las vacaciones familiares.

Esto ocurre sobre todo en la segunda parte del texto, donde el juego de la memoria coge la batuta del juego de la intimidad, la alegría y la incertidumbre asombrosa de la primera parte, en que Zambra articula diversos ensayos y relatos sobre la relación con su hijo a medida que crece, desde su nacimiento hasta que comienza a leer por cuenta propia.

La situación es propicia para redescubrir el sistema circulatorio de la pasión literaria, el ingenio que late en las primeras aventuras con el lenguaje de un niño que bromea con un libro recién inventado que titula Los problemas de Alejandro, a partir de sus migrañas acuciantes, provocando las risas de su madre y de su abuelo.

Y todo esto ocurre con el encierro obligatorio provocado por el fantasma de la pandemia, la convivencia intensa que a algunos nos tocó tener con niños que recién aprendían a correr y nombrar las cosas del mundo, a reconocer los chistes e inventar sus propias bromas e historias para justificar el paso del tiempo, para que el recreo fuera eterno y no la asfixia del ambiente exterior.

Ese telón de fondo es vencido por la dicha familiar y por la indagación en la literatura infantil, en los enigmas aparentemente simples que comunican algunos de esos libros ilustrados que los niños a veces se aprenden de memoria y nos piden releer con más ímpetu que nosotros al tratar de releer un cuento de Cortázar o una novela de Dostoievski.

Las reflexiones con que juega Zambra nacen parte de la experiencia paterna, parte de la experiencia literaria y el diálogo con esos amigos muertos como son Nabokov, Valery o Mishima. Pero también con autores de literatura infantil o pensadores de la infancia y el saber coloquial y sospechoso que codifica la palabra infantil como un insulto por parte de los cínicos que viven divorciados del niño que fueron.

Es un libro atravesado por la ternura, por anécdotas familiares que podrían ser la de cualquier familia chilena de los 80 o latinoamericana de nuestro siglo. Hay mucho cuidado con el lenguaje y con la franqueza diligente y desafiante que implica revolver la memoria filial.

Mi amigo Roberto me contó una anécdota que nos dice algo de este Zambra padre y escritor. A fines del año pasado trabajaba en una librería y cafetería de Ñuñoa a la que llegó Zambra una mañana a conversar con un amigo en un estado de aparente resaca o trasnoche. Mi amigo los atendió, asumo que con la diligencia y amabilidad monacal que suele expresar, y en algún momento el autor le comentó que él sentía que no los estaba atendiendo, que los estaba «cuidando».

Ese día Zambra compró varios libros de literatura infantil. Probablemente estaba terminando el libro, aprovechando el paso en Chile antes de volver a México y concluir una obra cálida, perspicaz, llena de humor y una audacia que duda y encuentra, pierde y juega, teje y desteje la memoria y los mecanismos literarios, hasta provocarnos algo, quizá un recuerdo, quizá la dicha de ese tipo de lecturas que no solo es placer, sino que también una forma secreta de la compañía, una rara especie de intimidad entre desconocidos que pertenecen a una familia dispuesta a reconciliarse con los padres y los muertos, a gozar los hijos y volver a descubrir el misterio de las palabras y los juegos de un niño.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Literatura infantil», de Alejandro Zambra (Editorial Anagrama, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Alejandro Zambra.