Las narraciones que alientan o desalientan la unión con la forastera expresarán también la existencia de hecho de esos vínculos, y en el caso de que se impulsen implicará, de algún modo, que la endogamia es el lazo primordial de ese grupo o sociedad.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 26.1.2024
Occidente escribe la relación con la extranjera en un mito que escenifica y teatraliza el gesto de una mujer y madre. Si bien el acento de las interpretaciones está puesto en una mujer cuya pasión lleva a sacrificar a sus hijos, Medea nos cuenta y, de algún modo, advierte a los varones, sobre la Extranjera.
«Escapé de tu descarado deseo de hablar», le dice Jasón a Medea. Eurípides, el griego, escribe una tragedia cuyo personaje principal es una madre nacida en Cólquida, reino de Asia situado al oeste de la actual Georgia que limitaba al oeste con el Mar Negro y al sur con Armenia, al norte con el Cáucaso y el río Corax.
Medea, la extranjera, mata a sus hijos con el fin de vengarse de su marido, Jasón. Esta tragedia puede leerse como una historia de inmigración: «la desgraciada ha aprendido a consecuencia de su desgracia qué importante es no alejarse de la tierra patria».
Se trata de una mujer que desea hablar. Una mujer con hijos en tierra extranjera. ¿Será que toda tierra es extranjera para una mujer con hijos, porque ella es el origen? Medea una mujer «dispar» por encontrarse sin ciudad.
El coro exclama: «¡Oh, patria, oh mansión! ¡Qué jamás me encuentre sin ciudad, llevando insufrible existencia de agobios, desdichas muy lamentables!». ¿Es Medea una extranjera que mata a sus hijos o es una advertencia de un hombre sobre las mujeres extranjeras?
Así, Eurípides, el escritor, alerta a los hombres sobre la elección de una mujer que será madre de sus hijos. Una extranjera sustrae los hijos al hombre, a la patria y «los mata» ella, para ella. Hijos que se descuentan de la lista del reino.
Hay dos madres posibles en Occidente: la extranjera, aquella quien, bajo el furor de Némesis hace retornar sus hijos a lo oscuro. Y María, quien con piedad, acompaña la pasión del Hijo y su sacrificio por la justicia ya no de una patria, sino de un campo universal como es la construcción del mundo cristiano para la evangelización.
Si la víctima es un in–fante, un ser que no habla, la acción del escritor griego al poner la muerte en manos de la madre no hace más que hacerla callar. Medea vuelve a ser víctima.
Semiramis y Ara, el hermoso
En el Cáucaso hay otra máquina mitológica y la extranjera resulta ser una princesa que terminará gobernando. La historia de Semiramis (Shamiram) y Ara, el hermoso, contada por el historiador armenio Movsés Khorenatsí, probablemente basada en la reina siria Semiramis (811 – 806 AC).
Un día Semiramis, enamorada del hermoso rey armenio Ara, le envía mensajes para seducirlo. Pero él, casado y fiel a su esposa Nvard, no demuestra ningún interés en la reina. Ella declara la guerra, y ordena a su ejército conquistar las tierras pero con el mandato especial de no lastimarlo.
A pesar de lo expresado, los soldados de la reina matan al rey en una contienda. La reina, desconsolada, busca alivio en las tierras de Ara. Decide así construir una ciudad cerca del lago Van donde pasaría los veranos, lejos de la capital de su reinado, Nínive.
Una vez que finaliza la construcción de la ciudad, lleva el cuerpo muerto de Ara a su palacio. Lo aloja en lo alto de una torre donde el perro mítico Aralezk sería llamado para lamer el cuerpo de Ara y traerlo a la vida. Una de las versiones dice que el perro realiza el milagro y Ara resucita.
Pero, en la versión de Movsés Khorenatsí, como el perro nunca llega, Semiramis, para aplacar la furia del pueblo, se ve obligada de hacer desfilar a un doble del rey Ara. La población depone las armas porque cree que Ara había resucitado.
Si bien este mito se compara con la leyenda griega de Adonis y la lucha entre Afrodita y Artemisa, lo más particular del relato consiste en el énfasis de la condición de extranjería. Hombres contando a otros hombres la forma en el que pueden actuar las mujeres.
De modo tal que los mitos son pedagogías que, ejercitadas sobre el mundo sensible del lector y auditor edifica civilidad. El hombre escritor del relato sabe de los miedos de los varones de su pueblo, miedos que también son los deseos.
La extranjera es aquella que está al extremo del pueblo, al linde, más allá de la frontera física del reinado, pero también al borde de lo regulado. La hybris, esa desmesura que se abisma entre el exceso y la irracionalidad, es un atractivo fatal. La exhortación en Occidente: el deseo hacia una extranjera podría ser el precio de la aniquilación de una genealogía.
En el relato de Semiramis y Ara, el hermoso, la extranjera es también la arquitecta, la urbanizadora; ella construye el antiguo canal urartiano de Artamet cerca de Van junto con otras obras de ingeniería vial. La pregunta sería: ¿qué lugar ocupa la extranjera en el deseo del varón? En América, la Malinche, la otra, la traductora, es también la puta, la que genera esos hijos bastardos, guachos: los americanos.
Las narraciones que alientan o desalientan la unión con la extranjera expresarán también la existencia de hecho de esos vínculos. En el caso de que se impulsen implicará, de algún modo, que la endogamia es el lazo primordial de ese grupo. Quiero decir, en la historia de Ara, el hermoso, hay un cierto sesgo a estimular ese encuentro en beneficio no ya de las generaciones, sino de la tierra.
El pintor Vartges Sureniants y su obra del año 1899: «Semiramis al lado del cadáver de Ara» nos recuerda la obra del año 1877 del pintor español Francisco Pradilla retratando a Juana, la loca, junto al cadáver de Felipe, el hermoso. En el caso de Doña Juana, la locura que manifestaba su pasión era otro modo de censurar el poder real de una reina y su consorte extranjero. En el óleo de Sureniants, Semiramis, entre la desazón y la suspicacia, vigila el cuerpo cubierto de Ara.
Si las extranjeras Medea y Malinche han tenido contacto físico con el varón, tanto sea en el amor o en la violación; en el caso de Semiramis y Ara el lazo no es entre ellos, sino que el cuerpo de él es un elemento de conquista de la tierra. El pueblo conquistado confía en la conquistadora y, a cambio de la muerte del varón, la tierra se moderniza.
Una extranjera construirá la nación, a cambio de que un varón se entregue hasta el punto de morir: eliminación del cuerpo del hombre y negación del deseo de la mujer nacional. De modo que el territorio se constituye por el deseo de una extranjera al precio de la muerte del varón.
Si pensamos que las naciones son representadas por mujeres, para el Occidente mediterráneo una nación extranjera es considerada como amenaza en el orden filiatorio. Para el Occidente americano, leído desde la perspectiva blanca y europeizante, la nación extranjera es a la que hay que acceder por la fuerza hasta hacerla propia. Para el Cáucaso Sur, la nación extranjera es aquella que trae innovaciones a expensas de entregar sus varones (muertos en la guerra).
Los recorridos que hemos realizado de los países europeos que expulsan al extranjero, a los países americanos que diseñan su vida colonizada hasta los países del Cáucaso, en este caso: Armenia, que conviven con la guerra alimentada por generaciones de varones, esperando a la nación protectora (acaso Rusia o, ahora, EE.UU.) que lo protege, matándolo: no son sólo leyendas, son las formas en las que una sociedad se imagina. Y los modos de la imaginación hacen, finalmente, a la geometría de la realidad.
***
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos, la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).
Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Doña Juana la Loca (1877), óleo de Francisco Pradilla y Ortiz.