[Ensayo] «Loca fuerte»: Un logro testimonial y estético

Comedia, drama y tragedia, son la vida y obra de Pedro Lemebel: su existencia, entregada como un sacrificio por la palabra, será rescatada también por el sacramento del lenguaje, y de esa resurrección, que es siempre nuestra esperanza de escritores, será parte fundamental este libro, un acierto y mérito del periodista nacional Óscar Contardo.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 15.2.2023

Este libro ha sido para mí un doble regalo: del cumpleaños 82, enviado por mi hijo músico, José María, residente en Barcelona; y un fino obsequio literario, debido a Óscar Contardo, de esos que gratifican y conmueven, cuando el espíritu del escriba es capaz de expresar la hondura de sus emociones en un lenguaje preciso y evocador. De eso se trata la buena literatura.

Para quien tuvo el privilegio de conocer a Pedro Lemebel, en los inicios de la década de los 80, en la Casa del Escritor, Simpson 7, refugio y morada hospitalaria de perseguidos y humillados, junto a sus entrañables amigas, las escritoras Pía Barros y Carmen Berenguer, y más tarde, con su amigo Pancho Casas, este libro constituye una inmersión en parte de aquella vívida memoria, como gran logro testimonial y estético.

Oscar Contardo es periodista, nacido en 1974, «indecorosamente» joven y lúcido, para quien se niega aún a aceptar la categoría literaria de los nacidos después de 1958. He tenido, pues que desdecirme, más aún tratándose de alguien salido de las filas del periodismo, cuyas promociones jóvenes no se caracterizan, precisamente, por la asertividad creativa, en el alto oficio de la palabra escrita. Me permito esta digresión, a fuer de anciano en estos trotes y a riesgo de reacciones en contrario.

Mucho más que una biografía, Óscar Contardo construye un retrato de Pedro Lemebel que será perdurable para rescatar su significación humana y creadora, desde los laberintos de una existencia llena de limitaciones, zozobras, marginaciones, luchas y aciertos, que hacen de él —de ella—, la querida «loca fuerte», como la llama uno de sus íntimos, para que el autor recoja, con buen oído periodístico y síntesis de lo real, estas dos palabras que serán el título de la obra.

Contardo está pues, en la senda de otros grandes colegas suyos, de diversa índole y procedencia, que supieron extraer lo mejor de esa tarea pertinaz del periodismo cotidiano, que consiste en observar hechos, sucesos y acontecimientos, desde el prisma particular de la condición humana, para extraer de su fluir vertiginoso aquello que refulge y permanece, más allá de la anécdota de circunstancias.

Recordemos a José Martínez Ruiz (Azorín), a Gabriel García Márquez, a Luis Sánchez Latorre (Filebo), admirados que se me vienen ahora a la mente.

 

Develar el alma y sus enigmas

El autor es un joven de escasa experiencia cuando acomete el propósito inicial de entrevistar a Pedro Lemebel.

Se reconoce en desventaja, frente al ser, al personaje, a la figura ya consolidada del escritor y genial cronista, que supo hacer de su vida un acto poético desgarrador, al mismo tiempo que transformarlo en un grito de coraje y denuncia —valentía desprovista de género—, donde la lírica se escribe con sangre y las metáforas son la cara oculta de ese ultraje constante con que los seres humanos, a través de los diversos poderes, políticos y sociales, somos capaces de escribir la vida propia y asimismo de falsear la existencia mortificada del prójimo, sobre todo cuando las diferencias de éste parecen provocarnos ese odio destructivo que ostentamos, como atroz privilegio del único animal que escarnece a sus semejantes, haciéndoles padecer el infierno en la Tierra.

Lemebel se muestra, ante el bisoño entrevistador, esquivo, reticente, a menudo mordaz. Era esa su armadura de «loca andante», montada en la yegua apocalíptica, dispuesta a luchar contra molinos de viento y todos los poderes de este mundo, fuesen o no fantasmagóricos. Al cabo, pareciéramos no ser más que fantasmas extraviados en conflictos y reyertas sin sentido.

Pedro Lemebel rescata, no obstante, esa fuerza extraña, esa voluntad de amar que nos alza del cieno y la vileza, armándose a sí mismo, construyéndose a partir de sus gestos y palabras y guiños y aspavientos; una suerte de actor incansable, capaz de crear escenografías memorables desde el pequeño balcón de su departamento poblacional, rescatando de la muerte, que es el olvido, los pequeños objetos que conformaron, a la postre, un decorado que resultaría espléndido en la consecución final de su propio ser:

«Para el escritor argentino Fabián Casas, en tanto, lo más destacable de las crónicas de Lemebel es su estilo directo a pesar del barroquismo: ‘Me parece un tipo valiente cuando escribe. Tiene la prosa de un poeta'» (p. 33).

El humor intelectual de Pedro, empleado como un estilete, derrochaba su potente intuición estética, esencial sentido poético del mundo hecho lenguaje. Lemebel no era lo que entendemos por escritor «letrado». Fue un autodidacta nato, a pesar de su título y ejercicio de profesor.

Su acercamiento y maridaje con los libros fue en él algo tardío, discontinuo; esto podemos advertirlo en sus crónicas y narraciones, aunque la chispa de su ingenio alerta suplía esas carencias, como ha ocurrido con algunos otros de nuestros escritores, de origen y raigambre populares.

Trabajo de reconstrucción minuciosa el de Óscar Contardo, a través de variadas indagaciones, entrevistas, diálogos, testimonios de primera mano, datos y fechas de perfecta corroboración.

Hasta aquí, hubiese bastado para una buena biografía, pero el autor penetró la vida del personaje, entró en ella amorosamente, como debiéramos abordar todo lo humano, para obtener así un cabal entendimiento, si es que nos es dado develar el alma y sus enigmas.

 

Racismo y segregación desde la trinchera «amiga»

La discriminación, en tanto homosexual, que padeció Pedro Lemebel, no provino exclusivamente de sectores proclives a la dictadura, sino también de la izquierda pacata y adocenada, de los «compañeros» defensores de una ridícula moralina, mucho más aparente que real, pero sujeta a los cánones trasnochados del sovietismo, reforzados, en este caso, por los comisarios cubanos, con los lamentables casos de Padilla y otros represaliados por sus tendencias sexuales.

Uno de los casos de implícita censura, de parte de sus pares, lo recoge y detalla Contardo:

«Ninguno de sus relatos (Pedro Lemebel) fue incluido en la antología Contando el cuento (1986), publicada ese año, que reunía a narradores cuya carrera se había iniciado en la década de los 80. Los antologadores fueron Diego Muñoz y Ramón Díaz Eterovic, que participaban de los mismos talleres que frecuentaba Lemebel… Los editores justificaban la ausencia de su firma por la insuficiente calidad de los cuentos, pero Pía Barros no cree que fuera el único criterio por el cual los desecharon…» (p.112).

Ahora bien, convengamos que las antologías son siempre cuestionables, más por las ausencias que por las inclusiones, pero Pedro Lemebel siguió siendo preterido o rechazado abiertamente, lo que ocurrió también en Argentina y en España, por editores «progresistas» que aún se escandalizaban y rasgaban vestiduras ante la crudeza de los relatos de Lemebel y de sus audacias sexuales quizá demasiado explícitas.

Marisol Vera, la incombustible editora de Cuarto Propio, comprometió su buen ojo editorial y estético, publicando La esquina es mi corazón, lo que le valió arrostrar odiosas descalificaciones y portazos en las narices.

Óscar Contardo sigue pacientemente la trayectoria de Pedro Lemebel. Está comprometido con la causa humana y estética, hasta las postrimerías de esa breve, dolorosa y fructífera vida. Así, llegará el momento, coincidente con la gravedad de la dolencia física de nuestra «loca fuerte»:

«Josefina Alemparte Balmaceda, la editora de Lemebel en Planeta, fue quien me escribió, en el invierno de 2013 para preguntarme si me sumaba a la campaña de postulación de Lemebel al Premio Nacional. Le respondí de inmediato que, naturalmente, sí… Luego un periodista del diario La Tercera me pidió que le enviara una frase con las razones por las que creía que Lemebel merecía el Premio Nacional. Esto fue lo que le respondí: ‘La obra de Pedro Lemebel tiene el encanto de lo revolucionario en su sentido más íntimo y menos solemne, es como la rabia hecha arte, como una sinfonía hecha bolero. Esa rareza le ha dado un lugar en nuestra historia que debe ser reconocido'» (p. 257).

Comedia, drama y tragedia, son la vida y obra de Pedro Lemebel. Su existencia, entregada como un sacrificio por la palabra, será rescatada también por el sacramento del lenguaje. De esta resurrección, que es siempre nuestra esperanza de escritores, será parte fundamental este libro, Loca fuerte, acierto y mérito de Óscar Contardo.

No trepides en leerlo, amiga lectora, amigo lector, mira que no es abundante la buena literatura en estos aciagos tiempos de fuegos destructivos y memorias vueltas cenizas en el ataúd del olvido.

 

 

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

«Loca fuerte. Retrato de Pedro Lemebel», de Óscar Contardo (Ediciones Universidad Diego Portales, 2022)

 

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Óscar Contardo.