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[Ensayo] «Los limoneros»: Ante los muros, la dignidad y el coraje de una mujer

El realizador israelí Eran Ricklis rodó en 2008 este celebrado filme, y el cual reflexiona de una forma artística y audiovisual, acerca de los problemas políticos y culturales de Medio Oriente, existentes entre hebreos y palestinos.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 8.3.2021

Para nuestra patria,
Pequeña cual grano de sésamo,
Un horizonte celeste… y un abismo oculto.
Para nuestra patria,
Pobre cual ala de perdiz,
Libros sagrados… y una herida en la identidad.
Para nuestra patria,
Con colinas cercadas y desgarradas,
Las emboscadas del nuevo pasado.
Para nuestra patria cautiva,
La libertad de morir consumida de amor.
Piedra preciosa en su noche sangrienta,
Nuestra patria resplandece a lo lejos
E ilumina su entorno…
Pero nosotros en ella
Nos ahogamos sin cesar.
Mahmud Darwish, en Para nuestra patria (fragmento)

Con singular valentía, el galardonado director israelí nos ofrece una ficción muy crítica a la política de su país en su enquistado conflicto con Palestina. Una autocrítica al poderoso estado de Israel y también una visión desencantada de la ineficaz autoridad árabe.

Salma —Hiam Abbass, en una memorable interpretación— ve como su pequeño mundo se derrumba a la llegada de sus nuevos vecinos, el ministro de defensa israelí (Doron Tavori) y su mujer Mira (Rona Lipaz-Michael).

Los limoneros de su finca —herencia del padre a quien ella estuvo muy unida— que son su sustento ahora pasan a ser considerados una amenaza para la seguridad —cobijados en ellos podrían operar terroristas, argumentan— de ese poderoso hombre y su familia.

Así, un día de lluvia —cual lágrimas del cielo en el que creen ambas familias— recibe el aviso —en hebreo, no en su lengua árabe que es la de muchos ciudadanos o la nula empatía del poderoso— de que sus amados árboles van a ser confiscados y arrancados, y como compensación se le indemnizará económicamente.

Antes de proseguir, debo advertir al lector que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Coraje y dignidad

Pero la mujer no acepta esa imposición y busca consejo para evitar lo que considera —con razón— un agravio. Y se nos retrata el ninguneo tanto de la autoridad israelí como de la palestina, un coincidente “el suyo es un caso menor”, al que los judíos añaden un distante “debería estar agradecida”, porque el Estado la compensa y no aplica las leyes antiterroristas.

Salma tiene claro que quiere defender ese limonar que le vincula a su amado padre y a su difunto esposo, esos árboles son también su familia. Lo son esos limoneros, los hijos ya independientes y el anciano Abu (Tarik Kopti) quien cuidó de ella siendo niña al morir su padre y con el que ahora comparte las tareas del cuidado de la arboleda frutal.

Así, contacta con Ziad (Ali Suliman) un joven abogado que acepta el caso. En un primer estadio recurren a la autoridad militar y ante su desfavorable sentencia, Salma —dignamente inquebrantable— lleva corajosamente su reclamación al Tribunal Supremo, “ya he sufrido bastante en mi vida” es la respuesta a la perplejidad del abogado consciente de la dificultad del proceso.

Coraje y dignidad en los juzgados y en el aberrante día a día tras ese juicio perdido. Porque la sentencia militar ordena el cercado de los limoneros que pasan a ser zona de acceso prohibido con un cartel que advierte del peligro de muerte para quien allí penetre. Lo advierte —ahora sí—tanto en hebreo como en árabe, todo un “detalle” de la autoridad militar israelí.

Y Salma que con valor se encarama por la valla impuesta para acceder a sus amados árboles, aunque finalmente desiste al ser advertida volverá a hacerlo en su intento de evitar que mueran por falta de riego.

Es significativa la vez en que acude al ver cómo varios soldados han entrado para recoger —robar— limones que el matrimonio necesita para su fiesta de inauguración. En su rabia Salma lanza esas frutas a los poderosos vecinos gritando un sentido “fuera de aquí, déjenme en paz” con mirada desafiante. Su dignidad sólo es entendida por la mujer del ministro quien le pide sinceramente perdón.

Porque Mira siente empatía por Salma, y la mujer del ministro no entiende esa expropiación y mucho menos el “necesario” arrancado de los bellos limoneros que ella contempla desde su jardín. Y le comenta a su esposo que ella también recurriría ante el Tribunal Supremo.

 

Falsedad y agresividad verbal

El hombre no tiene la piel tan fina, a pesar de que se declara defensor de los árboles en el caso de unos olivos que no le afectan y a pesar de considerarse un político moderado y crítico con el fundamentalismo sionista.

Pero el ministro es —desafortunadamente— un “lobo con piel de cordero”. Nada hace para buscar una solución a ese conflicto entre vecinos y su actitud es a menudo cínica. Se evidencia en su respuesta a una periodista interesada por el caso del limonar: “ya lo decía mi padre, dormiremos tranquilos mientras los palestinos tengan esperanzas”.

O —entiendo— demos largas y migajas para controlar al enemigo árabe. Formas, máscaras amables para un objetivo compartido con los fundamentalistas: mantener el poder sobre el que tristemente se entiende como enemigo.

Así, no es de extrañar que al ver publicada una entrevista a Mira en la que expresa su opinión sobre el tema, el ministro tilde a su esposa de estúpida. El ministro y la secretaria militar que así la insulta —sin ser oída— al pasar una llamada suya a su jefe. E incluso la hija que viendo a su madre tocada no duda en apoyar al padre insultando a los árboles, estúpidos árboles los llama por no llamar estúpida a la madre que por ellos se preocupa.

Dos mujeres solas frente a muros y alambradas de resentimientos, miedos y orgullos de un conflicto que pesa tanto a los vencedores como a los vencidos. Una tensión que en el caso del ministro y su equipo encuentra en la agresión verbal su válvula de escape, el “estúpida” que daña aunque posteriormente se pida perdón.

 

Solas y criticadas

Salma, está prácticamente sola en su digno sentir. Nadie —excepto su abogado y Abu— apoya a la corajosa viuda en su reivindicación. La comunidad —local y la autoridad palestina— pasa de ella en lo que tanto le duele e incluso critica su osadía.

Pero sí interviene para recriminarle que esté tanto tiempo con ese joven letrado, ella que es una mujer “respetable” como tal no tiene derecho a sentir nada por ningún otro hombre, triste y vergonzoso ese proceder machista de la comunidad a la que ella pertenece.

Y Mira también lo está —tanto o más— en su condición de esposa del ministro de Defensa. Por esa condición acaba firmando un documento en el que se retracta de sus declaraciones, de su sentir real para no perjudicar a su esposo.

Son ellas las que lloran esa impotencia y soledad, esos pesados muros impuestos —físicos y especialmente mentales— que les impiden ser las buenas vecinas que quisieran.

Así lo expresaba Mira en la entrevista: “me gustaría ser una buena vecina pero supongo que no puedo esperar tanto, hay demasiada sangre y demasiada política y hay un limonar entre nosotras”.

En este sentido es significativa la escena en la que vemos a Mira entrando en el limonar para ir a ver a Salma encaramándose como ella por esa valla de indignidad. Y la ve —la vemos— llorando tras una de esas visitas recriminatorias de su comunidad, pero no llega a entrar porque es obligada a volver a casa por el personal de seguridad del ministro.

Y ahora ella también llora —siente la misma impotencia que su vecina— por tener que negar su entender en esa firma y por no poder abrazar a Salma.

 

Muros

Y llega el día de la sentencia del alto tribunal. En la sala la jueza que lo preside lee su veredicto salomónico de podar la mitad de los árboles sin arrancar ninguno. Salma se levanta y dirigiéndose a ella dice:

“Su propuesta me deshonra a mí, a mi difunto padre y a mi difunto esposo. Mis árboles son reales, mi vida es real. Ya nos están cercando, ¿no les basta con eso?”.

Los representantes militares israelíes se muestran muy satisfechos por la sentencia. Y el joven abogado reconoce ante la prensa que no es lo que esperaban pero se agarra a que han sentado precedente y en el agarraste acepta esas migajas de las que hablaba el ministro de defensa israelí, mantiene un —falso— hilo de esperanza.

Salma sale discretamente del coro mediático que rodea al letrado, nada quiere tener que ver con esa acepción indigna. Y nuevamente el cruce de miradas entre las mujeres vecinas.

Para el Estado una honrosa sentencia que prueba su” justicia” ante la opinión pública. Para el abogado un salto a la fama que supondrá su ascenso en la escala social.

Ha pasado un tiempo, Salma quema las ropas que usara el letrado y un periódico que habla de su próximo enlace con una joven. Abu la consuela con un resignado «mejor así » que ella acepta ya rendida a la evidente falta de valor de todos cuantos le rodean.

Para Salma una decepción doble, pierde el caso y pierde a ese joven. Los dos se atraían, se besaron apasionadamente en una bellísima escena de luz solar. Pero él no se arriesga a ser señalado y opta por acomodarse, ahora tiene un cargo en la autoridad palestina.

Y Mira también acepta, opta —entiendo que triste y cobardemente— por el cómodo ser digna esposa de un ministro ahogando así su propia dignidad de ser. Uno se pregunta qué hubiera pasado de persistir en su entender abrazándose a Salma.

La última imagen muestra que la valla entre vecinos es ahora un imponente muro que corta la respiración. El ministro se acerca a él y al otro lado esta Salma quien también observa esa mole gris desde su limonar podado cual cepas de vid.

Más muros de miedo, resentimiento e intolerancia en el paisaje desolado de un estado que opta por defenderse y protegerse del terrorismo que alimenta con su actitud prepotente. No es fácil resolver un conflicto tan enquistado pero del poderoso Estado judío —más que de ningún otro— depende encontrar vías para solucionarlo.

Entiendo que sólo el diálogo empático puede lograrlo. Es necesario acabar con las guerras físicas y verbales, no es el “David luchó contra Goliath y ganó” que esgrime el abogado palestino, no es la devastadora lucha de vencedores y vencidos sino que es el valeroso abrazo entre las ricas diferencias.

Afortunadamente son muchos los que como Ricklis lo entienden así, que tienen el valor de retratar las sombras propias y no sólo las ajenas. Ojalá ese valor y esa dignidad de Salma —¡que fuerza en su porte y en su mirar!— que entiendo es reflejo de la del realizador israelí, encuentre eco en la población de ambos lados de los asfixiantes muros físicos y mentales.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Etz Limon (2008).

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