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[Ensayo] «Los tres duelos del detective Bernales»: La historia de una gran derrota

En esta novela del autor chileno José Miguel Martínez se entrecruzan narraciones que pueden aclarar y al mismo tiempo oscurecer los hechos, pues nos enfrentamos a una pesquisa —entre la espesura de otros misterios—, que se impregna de los fracasos, de las obsesiones y de las decisiones destructivas seguidas por sus entrañables personajes.

Por Julia Guzmán Watine

Publicado el 3.5.2024 

Con Los tres duelos del detective Bernales es muy difícil hacer una síntesis, pues a pesar de que presiento dónde está el comienzo de esta historia, el protagonista de la novela, Gustavo Bernales, no lo sabe. Y, tal vez, los ávidos lectores de José Miguel Martínez, tampoco. Por eso más que buscar el origen, probablemente es necesario ir tras las preguntas que articulan la novela y la dividen en tres capítulos.

Para contextualizar, Gustavo Bernales, en el momento en que comienza su historia, está al borde del abismo. Después de meses internado en un hospital, a causa de una bala que hirió irreversiblemente su espina dorsal, es dado de alta en una silla de ruedas.

Lo anterior representa una sentencia de cadena perpetua por los acontecimientos de su pasado reciente y más lejano, ya que ha sido el Gordo, su antagonista vitalicio, quien le disparó y apresuró la degradación de Bernales.

Así, los tres capítulos de la novela van recorriendo, con distinto grado de profundidad, los acontecimientos significativos del detective. En la primera parte, Bernales, con cantidades estratosféricas de morfina, se pregunta ¿por qué se batió a duelo con el Gordo? Y también, ¿por qué no jaló el gatillo?

La narración, entonces, es un monólogo interior que recorre la existencia del detective desde el duelo, con su paso en el hospital y la convivencia accidentada con su esposa e hija pequeña.

El segundo capítulo, está narrado en segunda persona y, en su mayoría, en pasado. Lo que implica que la misma pregunta incluye más tiempo que en la primera parte. Va desde el duelo con el Gordo hacia el pasado.

La imagen del espejo y del reflejo comienza a repetirse en esta parte de la novela. Toma protagonismo Gustavo Bernales del pasado, que enrostra, a Bernales del presente, el camino que recorrió, plagado de desaciertos profesionales y personales.

El tercer capítulo, se construye con un narrador en tercera persona y presenta los minutos que precedieron al duelo y lo que, según esa versión, vino después.

Aquí la pregunta que organiza la narración como intento de respuesta, pienso yo, no se dirige al detective, creo que interpela a los lectores de la novela y me permito, en este momento, a no formularla. No por temor a adelantar algo, sino que porque cambio de interrogante todos los días.

Lo que sí queda claro es que esta es la historia de una gran derrota. Como si fuera una tragedia griega, el detective se ve enfrentado a una fuerza superior. Y en vez de aceptar y dar vuelta la página se enloda en una sociedad corrupta, donde el poder y las instituciones trabajan codo a codo con el crimen.

Por eso, Bernales va teniendo actitudes cuestionables, irracionales y desesperadas, que culminan con el duelo.

 

Una manifestación del azar

Además, hay un juego de voces, cual coro, que arma las historias funestas que tienen frente a frente al protagonista y a su antagonista. En otras palabras, el problema radica en que la persecución vital que encabeza Bernales responde, como en el clásico relato negro, a la ética de este policía que busca justicia.

Esta obsesión desafía la voluntad de una sociedad mediocre y corrupta, de modo que la degradación del protagonista, junto a su aislamiento y derrota es inevitable. Sin embargo, ¿en qué novela negra no se inscribe el fracaso?

Bernales personifica, entonces, dos tipos de derrotas: no logra justicia y se degrada en la investigación. Lo peor de todo es que le ha dedicado veinte años y lo ha perdido todo, según él, por ir tras un imposible, que es probar los crímenes y encerrar tras las rejas a un criminal poderoso y versátil.

Como dice Ignacio del Olmo Fernández (policía y autor español de relatos negros) para los policías reales, la dificultad radica más en probar la autoría del crimen que en encontrar el autor, ya que el proceso judicial es una especie de obra de teatro, donde el lenguaje y una serie de rituales esconden amenazas y presiones, que tuercen el sentido de la investigación y el esfuerzo de los policías.

Esa es la realidad que se filtra en los crímenes que investiga Bernales: la justicia se convierte en una manifestación del azar pues las pruebas se pierden, trasladan a los detectives tozudos, estos pierden la cordura y los criminales poderosos siguen libres.

Para seguir avanzando en este análisis, quisiera referirme a un tema que tiene que ver con las historias que contiene el relato policial; el relato negro y, específicamente la gran novela de José Miguel Martínez.

Todorov menciona que en la novela policial de enigma hay dos historias: la primera es la del crimen, que es la historia oculta, la que no se conoce; la segunda es la de la investigación que revela la historia del crimen a medida que se narra la pesquisa.

Llama la atención que en la novela de José Miguel Martínez la primera historia, la de la verdad oculta, no se cuenta (por lo menos no en esta obra). Lo anterior, reafirma el fracaso de Bernales, porque él narra, sobre todo en el segundo capítulo, las historias de las investigaciones, o más bien, relata sus correrías para dar con el criminal o hallar pruebas que lo incriminen.

En otra ocasión, mencioné que, con el relato negro, emerge, también, una tercera historia. Me refiero a esa realidad más profunda que se filtra a través del crimen; a esa tercera historia que muestra la verdadera cara de la sociedad.

Así, en Los tres duelos del detective Bernales, la tercera historia es relevante, pues habla de la complicidad de las instituciones para proteger a los peces gordos.

 

Las historias que surgen de los recuerdos

Sin embargo, en esta novela prevalece lo que creo que podría llamarse una cuarta historia, la de Bernales, la del investigador. Los interrogantes del protagonista se orientan hacia la complejidad y el universo del detective, que trata de desentrañar su propio misterio.

Lo anterior es relevante, pues cabe preguntarse por qué tanto esfuerzo para librar una batalla que ya se sabe perdida. Su rememoración es un recuerdo deformado por la morfina y el dolor del fracaso. Es una versión filtrada por la subjetividad del detective, quien busca respuestas que lo rescaten del infierno.

Por otro lado, también se expresa un gran silencio; en otras palabras, es importante en este relato lo que no dice y no se reconoce. Esa omisión nace del contraste con las otras versiones de los hechos, las que se cuentan desde las veredas opuestas al detective, la que narra el Gordo, por ejemplo, o los testigos de los hechos que Bernales en algún momento de su vida investigó.

Dicho de otro modo, ese silencio tiene como causa las diferencias que surgen a través de la comparación de relatos pasados, como los que aparecen en otros libros del autor. Por lo tanto, frente a aquella quinta historia, la de las contradicciones, o, si se quiere, en este caso, la de las omisiones, el lector o la lectora deben desentrañar esa pregunta no formulada y comenzar a responderla.

El crimen no es la incógnita, su autoría tampoco. Las pruebas que inculpan al criminal, en esta novela no se convierten en el tema central de la narración; lo que orienta la voluntad del lector o la lectora detective es el misterio que hay detrás de estos tres registros acerca del detective Bernales y de las múltiples historias que surgen de los recuerdos.

Como si esta novela, respondiera a la versión que faltaba de algunos casos emblemáticos del policía, los que anteriormente fueron relatados por el criminal o las víctimas; y, ahora pasaran por el cedazo del recuerdo reiterativo e insistente de un sujeto acabado.

En esta gran novela se entrecruzan, por tanto, narraciones que pueden aclarar y, al mismo tiempo, oscurecer los hechos. Sin embargo, eso no importa porque no estamos frente a una investigación convencional, nos enfrentamos a una pesquisa, entre la espesura de otros misterios, que se impregna de los fracasos, las obsesiones y las decisiones destructivas de los personajes.

En este juego de espejos, el pasado refleja el presente. Se proyecta la voz de Bernales en la del Gordo; y la del Gordo en la de Bernales. El espejo se convierte en una novela policial, aunque el enigma sea más del detective que del mismo crimen y su culpable.

A su vez, el relato policial se refleja diacrónicamente en un relato criminal y la perspectiva del victimario. Como si Bernales y El Gordo fueran las obsesiones de José Miguel Martínez que no pierde de vista a ese criminal, al pobre policía y las míticas localidades de Punitaqui, Todos los Santos y Capitán Battista.

Los tres duelos, las tres pugnas a muerte por el honor, por la justificación de una vida; las tres instancias suicidas que aparecen en esta narración muestran al detective solo, de cara a la lluvia, indefenso ante sus recuerdos y los reflejos que se traslucen levemente en sus laberintos mentales y culposos.

 

 

Bibliografía:

—Del Olmo, I. «Lo policial, lo policiaco y el reflejo en un espejo oscuro». En Abradelo, I. et al. (2019). Detectives y métodos en la novela policial. Pistas y evidencias de la verdad. Madrid: CEU Ediciones.

—Todorov, T. (1974). Tipología de la novela policial. Buenos Aires: Fausto III.

 

 

 

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Julia Guzmán Watine (Viña del Mar, 1975). Estudió letras y pedagogía en castellano en la Pontificia Universidad Católica de Chile. También es magíster en literatura latinoamericana y chilena de la Universidad de Santiago de Chile. Actualmente se desempeña como profesora de castellano.

Como autora ha publicado los libros Juego de villanos (Vicio Impune, 2018) La conjura de los neuróticos obsesivos (Espora Ediciones/Rhinoceros, 2021) y De un infierno a otro (Lom Ediciones, 2024).

 

«Los tres duelos del detective Bernales», de José Miguel Martínez (Tajamar Editores, 2024)

 

 

 

Julia Guzmán Watine

 

 

Imagen destacada: José Miguel Martínez (por Tomás Rodríguez).

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