La novela «Una historia ridícula» (2022) del escritor español y el filme «Una historia de violencia» (2005) del director norteamericano exhiben relatos creativos y dramáticos de seres humanos flagelados por lo irracional y la brutalidad de la vida.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 22.3.2022
La última novela del mago de las palabras extremeño y la primera película en la cual el realizador canadiense colaboró con el actor Viggo Mortensen retratan historias de hombres marcados por el odio y la violencia.
No obstante sus protagonistas son radicalmente distintos. Landero nos presenta a un tipo muy peculiar que transita por la vida despreciando y temiendo al amor por lo que sus relaciones se fundamentan en la animadversión.
En cambio Cronenberg pone luz a un hombre amoroso y aparentemente tranquilo de tenebroso pasado que ni su mujer ni sus hijos conocen.
La violencia y el odio, aspectos problemáticos del ser humano que están comúnmente más a flor de piel en los hombres; sirva de ejemplo el fútbol, se sabe que en las competiciones de féminas hay mucha menos agresividad tanto en el campo como en las gradas…
Pero más allá de esta consideración de género que ambas obras corroboran, a mi entender la lección más importante en ellas es el que la luz del amor (la comprensión empática propia y ajena) es la mejor forma (para nada fácil) de disolver la fuerza devastadora del odio y la violencia logrando así evitar mayores tragedias.
Debo de advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.
«Una historia ridícula» de Luis Landero: El odio como refugio y cárcel
El odio une mucho, uno quiere saberlo todo de la persona odiada.
Marcial
Como tragedia teatral precisamente entiende la vida Marcial quien tilda de comediantes a los que se declaran y se muestran felices. Comediante, un vocablo que para él es sinónimo de impostor y de cobarde.
Lo explica en su resumen biográfico a modo de pretencioso ensayo que dirige a su médico y a los posibles lectores del relato que somos nosotros. A todos ellos interpela a menudo cuando atisba una posible crítica a su pensar puesto que a Marcial le importa y mucho su imagen: «yo nunca hablo en vano» es uno de sus mantras recurrentes.
Y a pesar de su entender trágico, el texto es muy divertido. Landero vuelve a utilizar el humor como forma de poner en evidencia las contradicciones y los despropósitos humanos. Es particularmente jocoso el uso recurrente del «repito» para enfatizar las ideas que Marcial considera más importantes.
El caso es que uno puede identificarse con él en algunos de sus modos de pensar e identificar a más de un conocido en otros. Y a la vez sorprenderse de hasta dónde es capaz de hacer llevar sus pensamientos «filosóficos» (Marcial se considera filósofo aunque es más bien alguien que prioriza la mente en su vivir) este peculiar «personaje».
Es un «personaje» en tanto se cree dotado de grandes capacidades intelectuales y se equipara a los que las encarnan. Y lo es también por su patético egoísmo que él disfraza de honor. En su nula empatía, Marcial es incapaz de entender al otro.
De este modo cuando se siente atraído por alguien ya sea amigo o relación carnal, el otro es poco más que una proyección de sí mismo. Y en la proyección surgen los conflictos que él encarna, el odio maquillado y la violencia contenida que lo definen.
Así describe su atracción por un vecino: «sin apenas necesidad de hablar, sólo con mirarnos, hubo un primer desencuentro entre nosotros. Y esa naciente hostilidad, aún imprecisa, se consolidó aún más y se formalizó».
Marcial se considera un tipo peligroso asegurando que: «hay en mí una fuerza interior destructiva» y se jacta de que «uno de los mayores logros de mi vida ha sido aprender a despreciar a los demás».
Porque según confiesa ya desde niño siente rabia y angustia por no encajar en la sociedad, sentimientos que libera —ni que sea elucubrando— en furia y odio hacia los demás. Una furia que le lleva a imaginarse matando a todo aquel que le provoca ya sea rechazo o atracción.
Lo suyo es encarnación del odio y la violencia disfrazado de «hombre extraño e introvertido». Así se muestra ante sus escasos «allegados» con los que gusta de provocar y competir mientras secretamente juega con su navaja o su frasco de veneno siempre bien escondidos en su bolsillo.
Su «vida» es una gris monotonía muy planificada, poco o nada gratificante tanto para él como para los que con él se relacionan. Una vida sin atisbo de amor
Amor desganado no es amor
Hasta que conoce a una mujer por la que —por fin— cree sentir amor y por quien es capaz de romper esquemas mentales y mostrarse en mayor sinceridad. Sin embargo para él toda esa revolución es una experiencia indeseada que en sus palabras «falsea su modo de ser».
De ahí que acabe mutando ese sentimiento incómodo al familiar odio. Landero nos sumerge con maestría en todo lo que le ocurre a Marcial hasta lograr ser aceptado en el exclusivo círculo de su amada.
El relato concluye en la velada de intelectuales que ella organiza y a la que él acude como invitado. Es excelente la descripción de esos tertulianos quienes se muestran a menudo tan excéntricos como nuestro protagonista, son gentes exclusivistas de brillantes diálogos.
Allí Landero critica a tantas personas que se consideran de bien y «por encima de» la mayoría, y cuya actitud —por mucho que se disfrace de generosidad— resulta denigrante y ofensiva.
Así se sentirá pronto Marcial quien se dará cuenta de que él es algo así como un espécimen raro que provoca curiosidad. Y ese desagradable sentir le producirá gran indignación lo que hará aflorar su verdadero ser…
Y como consecuencia el amor que había despertado en Marcial se extingue quizás ya para siempre en desgana. Mejor dejar atrás esa fuerza vital detestada porque él entiende que: «El amor llena el alma de fantasía, crea esperanza donde sólo hay vacío y desolación, es capaz de sembrar en el corazón más medroso (el suyo) la semilla maldita (para él) de la heroicidad y el afán de proezas».
¿Dónde está realmente la cobardía en el comediante tal y como cree Marcial o en el que teme aventurarse a amar, en el que ante las dificultades del relacionarse renuncia a la heroicidad de persistir en el amar? ¿Es ridículo amar o es ridículo evitar amar? Esas son las cuestiones principales que entiendo nos plantea el maestro Landero en esta brillante y divertida novela.
«Una historia de violencia» de David Cronenberg: Por el amor, la mutación y la absolución
—¿Te gusta estar casado? Hay muchas mujeres guapas en el mundo, no le veo la ventaja. ¿Tú la ves?
—Sí, la veo, ahora sí.
Tom respondiendo a su hermano Richie
Y de gran maestría es la puesta en escena de la homónima novela gráfica creada por John Wagner y Vince Locke. La mirada y el estilo del realizador canadiense subliman una historia que refleja el modo de ser de la sociedad estadounidense actual, territorio en donde transcurre la trama.
Una historia arquetípica enmarcada en la mitología yanqui que en su aparente sencillez ahonda en los claroscuros humanos trascendiendo la clásica separación simplista entre el mal y el bien.
Se nos muestra de forma contundente la sangre derramada por la violencia, un mostrar que entiendo no es gratuito sino que pretende visualizar las consecuencias del esconderse en una falsa bondad negándose a ver las oscuridades propias y ajenas.
La obra se ambienta en el típico poblado pequeño donde todos se conocen y todos se consideran «buena gente» aunque paradójicamente están provistos de armas tal y como es común en el país del western.
El foco en una familia ejemplar compuesta por la pareja Tom (Viggo Mortensen en una gran interpretación) y Edie (Maria Bello también excelente), su hijo adolescente Jack y la pequeña Sarah. Una familia que encarna el mítico «sueño americano» y en la cual anida (eso sí y no es poco) el amor verdadero.
Otra cosa es la supuesta sociedad ejemplar en la que viven, pronto se evidencia que no todo es luz. Se pone de manifiesto la oscuridad en el acoso que sufre Jack por parte de unos chavales violentos de su instituto, un acoso que soporta calladamente y que sólo conocen sus amigos.
Y esos chavales violentos introducen el vuelco que sufrirá esa familia. En una de las mejores escenas de la película los vemos con intención de encarase con unos forasteros que les han cortado el paso con su automóvil, se miran de vehículo a vehículo y se «huelen» sólo en la mirada, nada dicen los jóvenes quienes reconocen la superioridad violenta de los otros.
Del desvelar y el aceptar
Esos hombres violentos repostarán en el bar que regenta Tom quien al ver amenazada a una mujer se mostrará como un tirador excepcional que en un abrir y cerrar de ojos acaba con ellos sin que nadie de los suyos sufra rasguño alguno.
La noticia traspasa el ámbito local y la hazaña heroica llega a la «tierra de los recuerdos» en palabras del mafioso Fogarty (Ed Harris, espléndido) quien acude al encuentro de Joey (así se llamaba antes Tom) con sed de venganza puesto que el ahora padre de familia le marcó el rostro de por vida.
El hogar idílico está amenazado, ese criminal y sus secuaces acosan a su familia y acaban presentándose en su casa asegurando que Tom en realidad es Joey. De nuevo, Tom —y a pesar de que niega ser el matón profesional que su enemigo denuncia— exhibe sus grandes habilidades en el jardín calmo y el hijo que le ayuda con la escopeta de rigor a acabar con ellos y en ese acto de alguna manera se demuestra a sí mismo que no es el cobarde que sus acusadores violentos le espetan. Más muertes violentas en el remanso de paz y más evidencia de que Tom no es el que dice ser.
Por eso Edie entre mosqueada y aterrada le vuelve a decir a Tom que quiere saber la verdad (ya lo hizo tras el incidente del bar), se lo pide en la habitación del hospital donde Tom/Joey se restablece de sus heridas en una excelente escena casi sin luz.
En ese dominio oscuro ella le larga: «Vi a Joey». Y le pregunta si en ese tiempo pasado asesinó por dinero o porque le gustaba, él responde aturdido que por ambas cosas y ella tiene que vomitar.
Se ha desvelado la verdad escondida por Tom en su temor de perder todo lo ganado gracias a la profunda transformación personal del matón Joey al amoroso padre de familia que es desde hace tanto tiempo.
Ahora Edie (de entrada no podría ser de otra manera) lo rechaza y Tom se acerca a ella con la rabia de quien ve peligrar lo más preciado en su vida. La rabia también en ella por esa ocultación y esa mentira continuada.
Y en esas rabias la brillante escena de su hacer el amor en los duros y simbólicos peldaños de la escalera de acceso a su habitación, una escena de nuevo en oscuridad que contrasta con la que el realizador nos mostró en la luminosa cama matrimonial antes de que se produjera el vuelco desvelador. Genial.
El rechazo y la rabia también están en Jack quien al igual que la madre se siente engañado por el admirado cabeza de familia. Sólo la pequeña Sarah aparenta no sentirla.
El hogar parece desmoronarse y cuando Tom/Joey recibe una llamada telefónica de su hermano Richie (el recientemente fallecido William Hurt en una breve pero excelente interpretación) no duda en volver a su «tierra de los recuerdos».
La llamada y su partir solitario se producen en la simbólica noche. Y en el reencuentro Richie lo recibe con el clásico falso beso y abrazo que anuncia que para nada alberga buenas intenciones, un beso de Judas junto a una simbólica escultura de un ángel negro.
Hablan del pasado y de su nueva vida familiar, y en esa conversación se pone en evidencia que realmente Joey ha cambiado y por amor a Edie se ha convertido en Tom. Pero dado que el hermano sigue igual y no acepta a Tom, nuevamente en acto defensivo resurge Joey quien se mancha de sangre hermana.
Regresa al hogar, el pasado oscuro ya ha sido eliminado (nunca mejor dicho). Es de noche —aún no ha regresado la luz— y se acerca a la mesa del comedor en penumbra, Edie y Jack en silencio y evitando mirarle, es la pequeña Sarah la que lo hace y le coloca el plato en la mesa invitándolo a sentarse.
Y Jack que a su lado le acerca la comida, el matrimonio frente a frente con la cabeza baja, ella que se incorpora para mirarle y él que hace lo propio mostrando su rostro, los dos llorando…
Y el fundido final en negro que no obstante presagia luz, la luz del amor verdadero que encarnan.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Luis Landero.