[Ensayo] «Magical girl»: La vida y sus abismales opuestos

La pedagogía del excepcional filme dirigido por el realizador español Carlos Vermut, y protagonizado por una inolvidable interpretación de la actriz Bárbara Lennie, estriba en darse cuenta de que cada uno de nosotros puede decidir la forma en la cual se posiciona frente a las oscuras inercias del mundo.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 30.11.2022

«Y de nuevo se sintió sola en presencia de su vieja antagonista, la vida».
Virginia Woolf

Galardonado —entre otros prestigiosos premios— con la Concha de oro a la mejor película y al mejor director del Festival de San Sebastián, este drama psicológico supuso la consagración de Vermut como creador de universos hipnóticos y perturbadores.

Porque el polifacético realizador madrileño sabe retratar como pocos a las almas torturadas y humanidades a la sombra del miedo y el dolor. Y lo hace con un estilo elegante que rehúye los impactos sonoros y visuales tan habituales en el género para dejar trabajar las sensaciones del espectador en el imaginario de sus propios miedos.

Así, el microcosmos gélido y oscuro que la obra retrata no por ser ficción deja de remover conciencias de hielos propios.

 

Personas gélidas

Se nos presenta a tres hombres que transitan por la vida más sonámbulos que despiertos, son personajes gélidos —en mayor o menor medida— que se muestran incapaces de vibrar plenamente con aquello que palpita a su alrededor.

Y así mismo es la historia de dos mujeres de naturalezas diametralmente opuestas a las que ellos desean contentar.

Una es la preadolescente Alicia (Lucía Pollán) enferma terminal quien es luz de amor y alegría de vida. Alicia es la encarnación de la inocencia infantil que los otros personajes han asfixiado en sí mismos, es la «Magic girl» que ellos no son capaces de abrazar y que da título a la película.

Y en contraste a esa vitalidad, la gélida Bárbara (Bárbará Lennie en una excelente interpretación), una mujer torturada de tendencia destructiva que viene a ser la «Black Magic Girl» antitética a Alicia. Una mujer que teje hilos tóxicos en sus relaciones con los hombres llegando a anularlos si estos no se empoderan.

El trío masculino que conforma su universo está formado por Alfredo (Israel Elejalde) quien es su esposo, un psiquiatra que cree que a base de pastillas podrá controlar a su amada. Un hombre más bien distante quien —tal y como ocurre con tantos profesionales de la salud mental— más que buscar sanar almas torturadas parece buscar controlar sus incómodos síntomas para él y para la sociedad en general.

Y Damián (José Sacristán, sublime como en él es habitual) un antiguo profesor de la Bárbara adolescente, un hombre que desde entonces quedó hechizado por esa potente fémina quien sabedora de su poder lo maneja a su antojo y en contra de su propia voluntad, lo cual le convierte en un títere muy peligroso. Él es el principal intoxicado por la «Black Magic Girl».

Finalmente Luis (Luis Bermejo) quien es el padre de la niña enferma y que en su incapacidad vital se empeña en satisfacer a su hija en sus últimos días de vida mediante regalos que su maltrecha economía no puede costear. Es por ese motivo que Luis decidirá cometer actos delictivos y entrará en la oscura órbita de la inestable Bárbara.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Lo material versus el amor

Lo decide Luis a pesar de los buenos consejos de una amiga quien le hace ver que el mejor regalo que puede hacerle a su hija es estar con ella el máximo de tiempo. De hecho Alicia ha escrito una carta dirigida a su padre, una carta que va a ser leída en el programa matinal de radio que ella escucha y en la que manifiesta cómo le gusta permanecer en el hospital porque cuando despierta él siempre está allí a su lado.

Es simbólica esa alusión al alba, al despertar tras la oscuridad de la noche y poder sentirse acompañada, una compañía que en la habitual falta del padre Alicia sustituye con la radio, la radio amiga que sabemos consuela a tantas soledades de todas las edades.

Pero Luis no escucha esa carta porque marcha sin atender al ruego de su hija para quedarse en casa y la deja nuevamente sola en su obsesión por conseguir dinero como sea con el fin de comprar objetos. Comprar un vestido de hada y una varita mágica de precios astronómicos que ella desea, comprar esos regalos materiales como sustitutivo del afecto que tanto le cuesta expresar —y ofrecer— en la incapacidad emocional y vital que lo define.

Un gélido sonámbulo que podría despertar a la vida si se abrazara a Alicia y que sin embargo prefiere abismarse en la «noche» del mundo sin albas; en su patética priorización de lo material Luis se abisma en el «reino» de Bárbara.

 

La actriz Bárbara Lennie en un fotograma de «Magical girl» (2014)

 

Destructividad y perversidad

Bárbara, una mujer que se ríe a carcajada limpia al sujetar un bebé de una amiga en su fantasear con lanzarlo por la ventana regocijándose al imaginar la reacción de los padres y su esposo. En esa voluntad la constatación de su lamentable estado emocional y psíquico, la constatación de la destructividad y perversidad que la dominan y a la que parece no querer renunciar.

Ante esa realidad, Alfredo transita entre el abandonarla o el permanecer junto a ella y acaba siempre quedándose atrapado en una relación tóxica de la que él también es en parte responsable por su actitud distante y por su priorización del rol de médico del cual le resulta muy difícil separarse.

Ese casi imposible abrazo de amor al monstruo encarnado lo busca Bárbara ansiosamente fuera, un fuera muy oscuro que para nada puede ofrecérselo en el que están el hechizado Damián y un pasado perverso que Luis le hará revivir.

Por una serie de coincidencias que se detallarán más adelante, Bárbara invita a Luis a su casa. Dos desesperados que se encuentran, uno desesperado por tener dinero y la otra desesperada por ser amada.

Allí Bárbara le pide ese abrazo de amor que tanto desea —un imposible en alguien que nada sabe de ella— y acaban los dos acostándose juntos. Luis aprovecha la circunstancia para chantajearla, él no cae en la toxicidad que Bárbara emana sino que se empodera y se aprovecha de ella.

Luis hace aflorar la ambivalencia que Bárbara encarna: potencia dominadora y simultáneamente soledad herida que necesita.

Para obtener ese dinero del chantaje, Bárbara vuelve a trabajar como prostituta de lujo con gente tan o más gélida que los protagonistas retratados, gente tenebrosa en el grado máximo de la no empatía, gente rica en lo material y extremadamente pobre en ser, gente que pagan fortunas en juegos perversos de «divertimento» para ver sufrir a gente.

Ese es el mundo oscuro que guardaba ella en secreto y del que sólo sabe Damián quien la auxilió en su momento —por ese ayudar estuvo preso— y la auxilia ahora cuando Bárbara acude a él destrozada física y emocionalmente tras dejarse torturar.

Bárbara lo atrapa de nuevo con su toxicidad a base de mentiras que la convierten en víctima sin responsabilidad y halagos falsos que lo convierten en su héroe. El ángel de la guarda —así lo llama ella aunque más que ángel es demonio— vengará nuevamente a su amada platónica.

Platónica porque Damián —feo y viejo para Bárbara— es el único hombre de su entorno que parece vetado para el abrazo de pieles.

 

No me mires

Damián, un hombre tranquilo de aspecto pacífico que busca ordenarse montando puzzles y que para satisfacer a su «Black Magic Girl» se transforma en gélido asesino.

Lo vemos poniéndose guapo para ir a por el chantajista Luis, mientras suena un antiguo tema musical que describe su sentir, una canción de Manolo Caracol cuya letra dice: «Ay niña de fuego, mujer que llora y padece te ofrezco la salvación. Y el cariño es ciego, soy un hombre bueno que te compadece».

Y en ese saberse bueno obrando como malo pide siempre a sus víctimas antes de matarlas —van a ser varias, no sólo Luis— que no lo miren a los ojos.

Todos se giran crédulos o cobardes excepto la niña antitética de su amada, la inocente Alicia vestida de hada mágica con su varita corazón lo mira fijamente a los ojos interrogándolo y es Damián quien ha de cerrar los suyos —no puede soportarse— para poder dispararle.

Así «vive» el viejo profesor —y el resto de los gélidos retratados aunque no esgriman armas—, matando inocencias en la noche oscura de quien ha optado por cerrar los ojos y los brazos a la vida para abismarse en sus opuestos oscuros: el egoísmo, la indolencia, la sumisión, la distancia, la rigidez, la negación, la prisa, la automatización, y la uniformización.

 

Magia y coincidencias

Vermut pone el foco en la ambivalente «magia» del mundo —en general y en el de su ficción— jugando hábilmente con las coincidencias de la vida como factor más allá del afanoso control humano para así establecer contactos y nexos entre sus personajes:

Luis y Bárbara se conocen porque ella vomita desde su balcón a la calle la noche en la que él se disponía a atracar la joyería situada en su edificio. Vomita por su intento suicida mediante la ingesta masiva de las pastillas del control distante, un vómito producto de su desesperada y atormentada soledad, un vómito del «monstruo» que encarna y que viene a ser como el testigo oscuro que Luis recogerá en su deriva abismal.

Luis encuentra «casualmente» la pieza que Damián busca desesperadamente para completar su gran puzzle, se trata precisamente de la simbólica pieza central. Una potente imagen esa que puede entenderse como el extremo descentramiento que evidencian ambos hombres. E incluso puede interpretarse como que los dos transitan en un juego peligroso en cuyo abismal centro anida el monstruo —cual minotauro en el laberinto— que alimentan en su persistente negación vital.

Luis y Damián también están conectados por su profesión, ambos son maestros que parecen mostrarse incapaces de hacerse respetar entiendo que por la propia incapacidad de respetarse a sí mismos. En este sentido Damián confiesa que la única vez que ha experimentado pánico en su vida —pese a haber estado diez años en la cárcel con todo tipo de reclusos violentos— fue en clase frente a una niña de 12 años: Bárbara, la mujer que les ha reunido en la oscuridad.

Así, Luis se encuentra en el centro descentrado de las coincidencias actuando como sonámbulo entre las magias opuestas de Alicia y de Bárbara.

Y Damián es el único de los hombres de Bárbara que por «mérito» propio se convierte en todo un «Black Magic Man» capaz de asesinar a adultos y niños. Lo vemos haciendo desaparecer entre sus manos el teléfono móvil de Luis que contenía las grabaciones con las que chantajeada a Bárbara. Lo hace desaparecer ante ella del mismo modo que su abductora hiciera con una nota envenenada en ese lejano día en el que el profesor sintió pánico de su poderosa alumna y maestra.

En efecto, las palabras mágicas son las mismas que usó entonces ella: «no puedo dártelo porque no lo tengo», una expresión referida al objeto envenenado —sea nota, sea móvil— que a mi entender es metáfora de sus corazones envenenados, de sus corazones gélidos, de sus corazones «desaparecidos» que a nadie pueden amar realmente.

Los opuestos a la vida —maestra y maestro oscuros— se miran en silencio en el simbólico hospital donde ella se recupera de las heridas físicas del siniestro «juego» por dinero, unas heridas que más allá de lo físico permanecerán por su abismal desconexión vital.

El silencio de los dos autómatas preside esa descorazonadora —nunca mejor dicho— escena final.

 

A modo de conclusión

La oscuridad retratada y el durísimo final supondrá para muchos toda una metáfora acerca del mundo en que vivimos, un mundo en el que la humanidad —como esos personajes— parece abocada irremediablemente al abismo.

A mi entender la pedagogía de la obra está en darse cuenta de que cada uno de nosotros puede decidir cómo se posiciona frente a las oscuras inercias del mundo. Nos muestra las consecuencias de dejarse congelar en vida, de cómo en ese dejarse participamos en la oscuridad del mundo y ayudamos a la deriva grupal.

En este sentido la clave está en el rol de Luis que es quien —en el presente retratado— el personaje que inicia el camino abismal al no lugar oscuro en el cual los otros personajes adultos ya se encuentran.

Lamentablemente Luis decide comprar amor y en ese obrar distante congelar su corazón sumiéndose en la soledad gélida que —tal y como expresa la gran Virginia Wolf en la cita del encabezado— expulsa la vida. La expulsa porque en esencia la vida es compartir, interactuar y abrazar aunque duela. Especialmente cuando duela porque el dolor es oportunidad de sanación.

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Magical girl (2014).