Los hombres no saben esperar ni tienen educación: muerden, ladran, roban, saquean y violan. Esa es la parte que la derecha no ve, y esa es la consecuencia de un cambio anormal en el país, una mutación que la dictadura del 73 no vio, y que la actual dirigencia izquierdista tampoco observa.
Por Hernán Ortega Parada
Publicado el 14.12.2020
«La conciencia humana, en tanto el producto más complejo de la actividad nerviosa del organismo, no se encontraría en nuestro cerebro, sino más bien en el campo electromagnético de este órgano».
Hernán Ortega Parada
Esta situación con siglos en marcha —a menos de las épocas de la escritura hasta el presente— permite elucubrar sobre la estancia del yo y de los infinitos, como de los seres humanos que nos han preteridos.
Recuerdo, por ejemplo, esas vagas y literalmente desconocidas líneas que esbozó el sabio judío Putah, al menos seis siglos antes de la era cristiana; aquellos mismos signos grabados tal vez en cueros de oveja o tablas de madera y que empezaron a dar formas a un lenguaje escrito comunicacional que, con el tiempo se unió a otras escrituras diversas que la voluntad de otros iluminados se ha dado en llamar, en conjunto histórico, tal vez, la Biblia.
Esta misma experiencia es la que resume el lapso reconocido en los días presuntuosos que culminan con el siglo XXI cuando muchos rostros no florecerán jamás.
¿Es lícito ubicarse en el 2020 para mirar hacia atrás y para especular sobre lo que vendrá?
Apelo, en cierto modo, a un pensamiento ya remoto: “Esta inversión de la perspectiva es, cuando menos, transitoriamente, de clara utilidad”, elaborado por José Ortega y Gasset en años del siglo anterior. Será de utilidad porque no hay reversión en dicha propuesta.
Es decir, el pensador previene del abismo que tenemos por delante y de la planicie que estamos dejando atrás sin alternativa alguna. Abismo ciego, en cuanto a ignorancia filosófica.
Derechamente, la historicidad plantea la imprudencia de hablar de “modernidad”, algo hoy inexistente. Está claro que extender el concepto hacia una época casi incomprensible que no hemos tocado con nuestros dedos ni hemos apreciado como siglo de violencia y liquidación de gran parte de la humanidad que ya ha quedado atrás.
Es verdad que el humanismo ha crecido aun a precio de ignorar el corazón africano y de cierta parte brasileña, a fin de instalar una especie de mirada global en que los cerebros privilegiados ahora miran la conquista de otros planetas y aún desean sus minerales sin saber cómo ni cuándo ni quiénes. Otras páginas inéditas proveerán las respuestas así como olvidaremos las drogas.
La pandemia mundial que nos aflige parece que multiplicara las imprudencias y los estragos en la economía, tal como lo hacen los virus.
La pachotada de Trump (octubre 2020) y su falta de apreciación de los hechos comunes, encubre los “progresos” de Norteamérica, de Rusia y de China. Como si un sordo hablara del armamentismo y dijera: “basta, señores, bajemos las armas”.
Estaríamos, en consecuencia, al pie de una nueva etapa en la cual, pese a las divisiones entre los países y las culturas, tenemos una vieja contemporaneidad. De persistir el “entretiempo” podemos esperar lo que se nos viene pese al cambio climático en marcha y a una nueva cobertura social inédita.
Lo que sí es relevante —al menos para nuestro país— es el cambio fundamental en la mente de la gente joven. No es difícil adivinar, o percibir, la falta de una educación secundaria más completa y continua.
No puedo comparar los sentimientos de los jóvenes de mis tiempos, pero los siento iguales de inquietos y respetuosos de un sistema de educación que no les permitió abrigar lágrimas.
Siento marchitos a los jóvenes del presente, como si deshojaran en sus aspiraciones y sueños y ya estuvieran acostumbrados a las marchas, a la alegría sin sentido que los unen, a la cobardía de los grupos violentos y descontrolados de origen animal.
Algo se perdió.
Los muchachos del Aplicación de los años 50 no saben hoy pedir, no saben escuchar.
¿El sistema nuevo?
Nadie sabe.
O lo saben.
Comparo mi formación y yo sabía que a finales de los años de aulas me esperaban otros embates y, principalmente, trabajo sustentable de cualquier nivel. No cabían otros sueños. Las niñas con hogares desarmándose. El éxito en algunos emprendimientos.
Mis lágrimas no saben ver el futuro. Mis reminiscencias son inútiles. Sólo ven mis ojos los árboles que han tomados nuevas hojas.
La intromisión de las drogas en las culturas contemporáneas. Los conos de neblina provienen de los países latinoamericanos y orientales, pero con una penetración en el “yo” inimaginable de niños, jóvenes y parte de los adultos que todavía piensan como antes.
Las re-aperturas de clases y las “enseñanzas modificadas” de maestros y adultos tienen un nuevo nombre para esta modernidad (que ya no existe).
Los momentos de la vida ya no son para lamentar. Hay que estar preparados para la tormenta.
Y la tormenta está en la calle. En las poblaciones pobrísimas, en las manadas de hombres sin trabajo.
Los hombres no saben esperar ni tienen educación: muerden, ladran, roban, saquean, violan.
Esa es la parte que la derecha no ve. Esa es la consecuencia de un cambio anormal en el país. Un cambio que la dictadura del 73 no vio. Y que la actual dirigencia izquierdista tampoco ve.
La televisión mostró el caso de Machasa, de la Corfo, del agua, que también se pudrieron con el cambio. Este país se desarticuló. No hay conciencia.
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Hernán Ortega Parada (1932) es un escritor chileno, autor de una extensa serie de poesías, cuentos, notas y ensayos literarios.
Imagen destacada: José Ortega y Gasset (1883 – 1955).